Haidar Aminatu ha rechazado la nacionalidad española que Moratinos le ofreció como una de las soluciones para que esta mujer de aspecto débil y dulce deje de ocasionar un problema, en realidad más estético y ético que diplomático. Estético por esa estampa de campamento de refugiados en el aeropuerto de Lanzarote. Ético porque tanto su expulsión del Sáhara como el intento de contentarla con un pasaporte de colores más bonitos, como quien ofrece al niño la golosina tras la bofetada, consterna la conciencia de quienes contemplen esta operación de pastelería fina con regustos consulares. Pero seamos realistas, poco más se va a mover. El Sáhara se ha convertido en una cuerda por donde los gobiernos de España deben ejecutar cabriolas de saltimbanqui para que las colaboraciones con Marruecos no se tuerzan o, quizás mejor, no se retuerzan. Quienes gritan la responsabilidad de España en este conflicto tampoco indican cuál de los posibles caminos podrían haber tomado los generales de aquellos últimos estertores de Franco, cuando Marruecos invadió aquel territorio con escaso valor geopolítico para Europa, en comparación con el del propio Marruecos. El único recurso habría pasado por acciones bélicas para las que España entonces no estaba preparada, ni ahora podría llevar a cabo aunque quisiera restaurar una legalidad vulnerada por una dictadura monárquica, contra aquella dictadura con dictador moribundo. No siento ahí la responsabilidad de España como Estado, como no interpreto las decisiones del régimen franquista como imputables al Estado español.
Los tiempos y sus zigzagueos tampoco han beneficiado al pueblo saharaui. Los muertos en Madrid como consecuencia del terrorismo islamista aconsejaron a España y Francia un reforzamiento de la eficacia policial del gobierno marroquí y, sobre todo, un mantenimiento de las férreas estructuras sociales en aquel país, se llamen estas como se llamen y se comporten como se comporten. Esta política pasa por un barrido de contratiempos para que los efectivos de inteligencia militar y detectivesca marroquíes se concentren en la desarticulación de cualquier integrismo que pueda ensangrentar las calles al norte de Gibraltar. Contra esta situación se enfrentan personas como Haidar Aminatu con el simple armamento de su huelga de hambre, su palabra y la vergüenza que para España, ahora sí como Estado sin dictador, supondría que una persona muriese por un incomprensible y absurdo alarde de fuerza de otro Estado con dictador investido de corona, oropeles, brutal fortuna y pueblo hambriento. ¿Qué poder tiene esta mujer? ¿Qué peligro representa? Toda colaboración y besamanos deben tener unos límites. Aún recuerdo las casi genuflexiones del ministro de exteriores Piqué ante Bush; no menos sonroja esta pusilánime posición de España ante este exabrupto marroquí con alguien que expone pacífica sus ideas sobre una guerra ya perdida y que clama en el desierto.
Haidar Aminatu
1
Dic