¿Recuerdan aquel mal chiste del maestro zen y el discípulo? Creo que por fin lo he entendido. «Maestro, ¿la luna es grande?» Respuesta: «Eso depende del armario». Por fin lo he visto. El maestro zen quería indicar al discípulo que hay cuestiones lejanas a nuestro limitado coeficiente intelectual y tarjeta de crédito. Por ejemplo, la idea de universo. El universo asusta porque es negro y es grande. Adjetivos perfectos para que nos infunda pavor el perro de los Baskerville, o el amante de nuestra pareja. Pero sobre todo amedrenta porque su inmensidad trasciende nuestros cálculos. Por ejemplo, si la teoría del Big que se hace Bang y luego retorna al punto Big fuese cierta. ¿Quién abonaría la cuenta de la tintorería dado un número de arrugas cercano a infinito? Aún sería peor si se confirmase la teoría del eterno Bang que se disuelve por dispersión de todos los átomos y quásares. Entonces imaginen las facturas de teléfono, o las tarifas del peaje para ir a comprar el pan, acto que por otra parte exigiría un camión para traer a casa una modesta baguette, y no digamos la maquinaria para mojarla en el café, o el tractor para untarle mantequilla. Si reflexionamos, nos sentiremos felices porque existimos durante la edad dorada del universo, ni ancho, ni estrecho. Aunque según elucubraciones sobre el ignoto y curvo espacio-tiempo, quizás haya universos paralelos con anti-materia y diversos yoes a la vez. Tal vez eso explique las bragas que aparecieron el otro día entre mis sábanas, junto a manchas de carmín en mi camisa y nadie cree que yo no tenga nada que ver en ese asunto, e incluso ciertos vórtices de energía puede que hayan ocasionado que atraviese la barrera del continuum ese cobrador del frac que se presentó en mi puerta con una factura de la sauna Pecado’s en la mano y un revólver en la cintura. Creo que soy víctima de una confabulación inter-estelar, o existencial, porque de Dios aún no hemos hablado.
Universo
30
Jun