Nuevas y viejas tecnologías

2 Mar

Hace semanas me contó mi amigo José Luis que su hija le preguntó cómo se escribía una carta; no se refería a las fórmulas para la redacción, que eso ya se lo enseñaron en el instituto, quería preguntar qué hacía ahora con aquel papel escrito. Me consta que Carmen, hija de José Luis, a quien conozco desde pequeñita se mueve por Internet con toda agilidad y que está -todo lo que un humano adolescente puede estar- al día en los nuevos métodos de comunicación y redes sociales. Su padre le explicó que debía introducir aquella hoja en un sobre y luego pegarle un sello; su hija preguntó qué era un sello. Tras la sorpresa inicial, mi amigo reflexionó; en efecto, después de un rápido repaso por los principales hechos vitales que él recordaba de su hija, en ningún momento vio por las ventanas de la memoria que aquella chica hubiese tenido la necesidad de remitir un mensaje mediante esa tan antigua tecnología de la escritura acompañada de los necesarios rituales para su envío.

Desde cualquier punto del planeta donde hubiese estado, y créanme que, Carmen aunque muy joven ya ha estado en muchos más que su padre y yo a pesar de nuestra ya muy avanzada juventud, siempre usó el ordenador o el teléfono móvil para enviar saludos e impresiones de viaje en el mismo momento en que llegó a su destino. Incluso fotos al instante de ser tomadas volaron desde su cámara al móvil de su padre que con una sonrisa las compartía durante horas con quienes anduviésemos a su lado. Estas nuevas generaciones dominan la comunicación mientras no se interrumpa el suministro eléctrico. Problemas de canal.

     Continuando con mi historia, una vez recibidas instrucciones acerca del sentido del remite y el espacio apropiado para indicar la dirección en el sobre, ya comprendido el asunto del sello, su importancia más allá de las colecciones y la necesidad de que figure en el exterior, apareció la incógnita de cómo llegaría la carta a su destino. El buzón. Su padre se rió, yo me reí cuando me contó la anécdota. Pero causalidades de la vida, algunas fechas después del relato, cuando me veo obligado a usar este método clásico de comunicación escrita, llevo ya dos días con la carta y su parafernalia de sellos, remites, afmo., atto., sin otro particular y demás, dentro de mi bolsillo porque no he encontrado un buzón a mi paso que me recuerde esta misiva urgente que camina junto a mi corazón en el bolsillo interno de la chaqueta. Espero que esta carta no sea como esos malos amoríos de una noche que por no saber despedirse se instalan en casa varios años. Ya digo que es un asunto muy urgente. Yo que crecí sin ordenadores ni microchips reaccionaba ante el amarillo del buzón como los perros de Paulov al sonido de las campanas, no con hambre como ellos, sino con el timbre interno de aviso de que debía introducir el sobre que llevara conmigo por aquella apertura a mi paso.

     Han cambiado los tiempos y los buzones. La mayoría se encuentra en comercios, disminuido su tamaño como si el destino del correo hubiese sido dispuesto por una tribu de jíbaros, a veces en el suelo junto a la papelera como avergonzados por esa obsolescencia que ni ellos ni yo esperábamos ver, quizás un anuncio de la mía. Ahora para el envío de una carta a la antigua usanza tendré que programar la agenda electrónica del móvil y que me avise de que me dirija a la oficina de correos más cercana. Tendré que consultar a algún adolescente, a mi sobrino Adri por ejemplo, cómo se usa esta nueva tecnología que apenas empleo y comprendo mal. Además de los saltos y enfrentamientos generacionales por cuestiones como moda, música y filosofía vital, ahora aparece la brecha técnica. Es verdad que la vida es una lucha permanente.

Una respuesta a «Nuevas y viejas tecnologías»

  1. Que pena..que las cartas se estén perdiendo.es verdad que la velocidad de internet así como la inmediatez son grandes ventajas…pero hay que reconocer que una pantalla de internet es mucho más fria que una carta….

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