Soy un habitual de los telefilms americanos de cualquier fin de semana a media tarde. Me atraen especialmente a esa hora por cuestiones obvias y relacionadas con el placer de ocio paulatino al que me conduce la siesta. Mi última peli a medias tenía un papá que cuidaba al viejo coche del garaje más que a su propio hijo. Me dormí cuando lo cepillaba como a un caballo aunque quizá, aquello fuese cera y lo de los relinchos, parte ya de mi duermevela. Hasta ese instante no caí en la cuenta de que a esas horas también se podían tener malos sueños.
El coche de mi padre en los 70 era un Peugeot 404 amarillo, como el tractor de la canción. Y se metió en mi siesta derrapando. Iré a una bruja particular a que me cuenta qué diría Freud de mi sueño de conductor cayendo a un precipicio -espero que no tenga que ver con la advertencia sanitaria que nadie quiere encontrar en su cajetilla de tabaco-. Qué angustia. Ciertamente el vehículo de mi padre tuvo un mal fin diez años después, creo recordar que algún problema con la tapa del delco. Pero en los 70, era tecnología punta.
Me paro a pensar -andando no me sale- y concluyo con que de los 70 a los 80 las cosas se modernizaron mucho. Sería la democracia. Pero más aún de los 80 a los 90, del spectrum al windows, fíjate tú. Y si hablamos de los últimos veinte años, ni contar, que no sé cómo podía pasar el ratito diario sobre un excusado sin un teléfono móvil en la mano. Qué privada la vida, qué antigua. Es cierto que los ingenieros aeronáuticos de la guerra fría consiguieron poner un cohete en la luna pero no me queda tan claro que un astronauta del 2011 se atreviera a repetir hazaña con aquella añeja tecnología. No, creo que no. Yo no me fiaría mucho de una máquina que echase a andar en los 70, sin microchips ni componentes nano-científicos. No me subiría tranquilo en transporte urbano de los 70, ni en un avión de aquella época, válgame el cielo, nunca peor dicho. Yo, a partir del Windows XP y de los móviles con acceso a internet, vale, pero lo anterior, lo metería todo en un contenedor de reciclaje, sobre todo si pudiera afectar a mi salud, con lo que yo me quiero. Y debió de ser por eso, supongo, que nuestro querido Presidente anunció a los cuatro vientos que en su magnífica ley panacea de la Economía Sostenible, que ahora se debate, iba a incluir una de sus fórmulas magistrales de quita y pon, por la que pondría fecha de caducidad de 40 años a nuestras Centrales Nucleares. Tecnología de 1971 para una Central Nuclear, no sé a ti pero, a mí me produce parecido vértigo al sufrido en la pesadilla del 404 amarillo. ¡Pero si en los 70 no había ni internet!
Pues ni eso. Ahora resulta que de los 40 años de vida de un reactor atómico que nos había regalado Zapatero impulsivamente, como suele hacer las cosas, nada de nada, que se prorroga indefinidamente su uso como los contratos laborales antiguos. Que si para adelante, que si para atrás. ¿Conocerá nuestro Presidente al Chiquito de la Calzada? Otro parche a la Ley de Economía Sostenible sin que en este caso haya un Álex de la Iglesia que dimita tras otra ceremonia de los Goya con Buenafuente. O sea, que el presidente pudo decir misa que ya vendrá Rubalcaba a explicarnos las cosas bien a los españoles, porque al gobierno, lo que le pasaba durante toda la legislatura es que tenía un problema de comunicación. Ya no.
Toco madera y no cuento como acababa el telefilm americano del cepillador de coches antiguos. Que tras 45 minutos de pesadilla, llegué a tiempo del desenlace y lo de Chernóbil se quedaba en anécdota. Ni mentarlo.