Te pienso cada día,
así, desorientada en el rubor
que atusa el subconsciente,
de viaje al más acá,
perdida en el ovillo de un segundo
en misteriosa tregua con lo humano.
A veces violinista,
te enhebro en mi cigarro para desbaratarte
del hollín delicado de un torpe matarife
que escoge los remiendos, infiel a su infortunio,
con mejor voluntad que buen perder.
Te acaricias el pelo
absorta de inocencia,
ensortijando el vello entre tus miedos
como un mechón de sol sin afinar
sin melodía fértil que lo amaine,
sin que esa nada que te abre de entrañas
me consienta que tire de tus hilos más íntimos.
Dímelo si no quieres, ¿en qué piensas?,
pero sólo si no quieres hacerlo
para poder robártelo
acariciando las llagas del aire
sin que ninguna lengua lo interprete
con afanes creativos
si no es la mía, húmeda de ti.
Sin despertarte, dime lo que esconde tu vientre
para que tu madeja en vela tenue
no alcance los confines de mis dedos,
fieles a la cuchilla, cosidos a los tuyos.