El actual Director General de Universidades, Miguel Ángel Quintanilla, eminente catedrático de filosofía, cuenta que, cuando su hijo era pequeño, instado por las corrientes pedagógicas al uso, trataba de razonar con su él las cosas buenas o malas que hacía.Un buen día, cuando el niño tenía sólo cinco años, el pequeño hizo una trastada relevante y el padre, muy en su papel, de forma vehemente, le dijo.
– Ven aquí.
El niño, protegiendo la cabeza con los brazos cruzados, le dice al padre de forma suplicante:
– ¡Papá, razonar, no! ¡ Razonar, no!
El niño quería un modo de corrección más rápido y menos sofisticado. Una reconvención menos humillante.
Me sirve la anécdota para plantear algunas reflexiones sobre una cuestión que hoy está en boga: la autoridad (o mejor, dicho, la pretendida falta de autoridad) de los padres y de los educadores.
No es una cuestión baladí. No es, tampoco, una cuestión nueva. No comparto la visión catastrofista de quienes piensan que hoy los jóvenes son peores que los de otros épocas. Hace ya más de treinta años le oí decir a un chico dirigiéndose a su padre:
– Trabaja, cabrón, que trabajas para mí.
Siempre ha existido esa actitud egoísta de algunos hijos que han pretendido utilizar a los padres con la coartada de que ellos no han pedido venir a este mundo. Ese hecho, dicen de forma insostenible los ‘rebeldes’, les llena de derechos y les exime de obligaciones. He leído en la prensa que un hijo ha denunciado ante un juez a sus padres porque la paga mensual no alcanzaba para sus gastos. El padre estaba en paro. Como era de esperar, el juez no le le ha dado la razón.
Convengamos que el fenómeno sea hoy más extenso y más profundo. Supongamos que hoy existe una mayor dificultad en conseguir que los niños obedezcan, que se comporten como es debido y que se enteren de que, además de derechos, tienen obligaciones. Supongámoslo. Hay estados de opinión que no se basan en hechos contrastados sino en la hipertrofia de algunos casos espectaculares, en la mayor presencia de ciertos hechos en la prensa, en la interpretación sesgada de algunos comportamientos…
Existe una peligrosa tendencia a atribuir las causas de lo que sucede a aquellos fenómenos que a cada uno le parece bien. Una de las causas a las que se achaca este supuesto fenómeno es a la pérdida de autoridad.
La primera pregunta que nos debemos hacer es la siguiente: ¿Qué se entiende por autoridad? No estoy de acuerdo con quien identifica autoridad y poder. No creo que se pueda definir la autoridad como mano dura, malos modos, amenazas contundentes, castigos severos, distanciamiento, frialdad, desinterés y hostilidad. Tampoco con una exigencia, más o menos racional, más o menos arbitraria de muestra externas de respeto. No tenemos más autoridad los profesores por el hecho de que los alumnos y alumnas se pongan de pie cuando entramos en el aula. Definamos, pues, el concepto de autoridad. Etimológicamente procede del verbo auctor, augere que significa hacer crecer. Autoridad es prestigio, es exigencia, es seriedad y es amor.
La segunda pregunta decisiva es ésta: ¿Cómo se pierde o se gana autoridad? Se gana con la coherencia, con el ejemplo, con la con la responsabilidad, con la constancia, con la actuación consensuada de padre y madre y la colaboración estrecha de la escuela y la familia.
Tiene que haber consistencia normativa, ciertamente. Los niños y niñas tienen que saber a qué atenarse, tienen que discernir que hay buenos y malos comportamientos. Deben saber que han de respetarse los derechos de todos y no sólo los suyos.. Tienen que reconocer que deben existir unas normas y que es deber de todos respetarlas.
Los bandazos son malos. De una época en la que el niño no contaba nada, que tenía que callarse cuando hablaban los mayores, que tenía que obedecer sin esperar razones, se ha pasado a una época en la que el niño es el que manda, el que impone el criterio, el que dice lo que hay que ver en televisión. El peligro es volver otra vez a las andadas. No es acertada aquella postura que consistía en una permanente actitud prohibitiva, fustigadora y antipática. La del padre que le decía a la madre:
– Vete a ver lo que hace el niño y prohíbeselo.
Pero tampoco es aceptable la actitud permisiva que convierte al niño en un tirano. Remito al lector una vez más al excelente libro de Javier Urra “El pequeño dictador”. El subtítulo es verdaderamente significativo: “Cuando los padres son las víctimas”. Propongo una razonable postura a la vez comprensiva y exigente. No defiendo la brutalidad como actitud básica y tampoco la permisividad absoluta. No estoy de acuerdo en que los adultos siempre tienen razón, pero tampoco en el que el niño es que tiene que imponer su criterio. No es aceptable ver a los niños supeditados a los intereses y caprichos de los adultos y tampoco a los adultos actuando como vasallos de los niños.
Cuando se pretende imponer la autoridad de forma violenta, cuando se pide obediencia ciega, cuando se dice “tú te callas que están hablando los mayores”, lo que en realidad sucede es que se pierde la autoridad. Se decía: ‘cuando seas padre, comerás huevos”. Es decir, cuando seas mayor tendrás derechos y podrás ejercerlos. Era un abuso de autoridad.
Los adultos hemos insistido mucho en que no se puede confundir libertad con libertinaje. No hemos pensado del mismo modo que no se puede confundir autoridad con autoritarismo. Los jóvenes dicen que no se puede confundir autoridad con autoritarismo. Debemos recordarles que no es igual libertad que libertinaje.
Un día,a mi hijo mayor, adolescente, y que acababa de “ratearse” de la escuela, le estaba dando argumentos de lo peligroso que era hacerlo, y de lo defraudados que nos sentíamos como padres, al haber depositado tanta confiaza, etc, etc Después de oir en silencio todos mis argumentos y que yo también lo había hecho alguna vez y de los castigos que había recibido por ello, les dijo muy serio a los hermanos que escuchaban : en la época de mamá, eran unos retrógrados, ahora podemos hablar…
Yo, que soy de otra época, una de las cosas que más amo de esta, es poder hablar con mis hijos. Poder explicar, poder decir como me siento, y poder hacerles entender cuales son las razones de los límites que les pongo. Porque estoy convencida que uno de los principales elementos para crecer sanos y felices son los límites.Y para que estos se cumplan es necesario poseer autoridad, que no es sinónimo de poder. Autoridad es una mexcla única de conocimientos, sabiduría y amor.
“RAZONAR” CON LOS ADULTOS, TAMPOCO. La racionalización y el debate están sobrevalorados. Frente a esa estrategia aparentemente más “humanista”, la aceptación de que ciertas cosas suponen esfuerzo y obligación parece un camino más “razonable”. El establecimiento y conocimiento de las normas y las consecuencias positivias y negativas de su cumplimiento o incumplimiento, en la familia, en la escuela, en el trabajo, facilita su seguimiento. Empecemos por ahí. Hablar menos, y aplicar más lo convenido entre las partes¡
Por qué tengo que hacer siempre lo que me mandan los mayores es una pregunta que me hacía en mi niñez con bastante frecuencia. Frente al estilo “come y calla” hubiese agradecido que los adultos me hubiesen dado algunas razones. Me prometí a mí misma que con mis hijas todo sería diferente y así fue. Desde los primeros días mis relaciones con ellas se basaron en compartir diariamente espacios y tiempos, y establecer normas claras y estables que siempre cumplíamos en casa y fuera de ella, todo aderezado con las explicaciones correspondientes. Yo sabía que ofrecer un entorno estable durante la infancia era condición básica para una buena educación, y así resultó ser: las niñas eran felices y sus padres también. Pero creo contar muchos cuentos e historias fue también algo importante que contribuyó decisivamente a que comprendiesen modelos de autoridad y formas de responder a ella. Por otra parte yo ejercía mi autoridad consciente de la importancia que para los niños tiene que haya una persona de referencia que ofrezca amor y estabilidad, que sepan en todo momento qué es lo que hay que hacer (desde ponerse la ropa hasta ir a comprar o a divertirse), enseñando a elegir cuando es preciso. Mientras crecían empezaron a tomar sus propias decisiones y no ocurrió nada desagradable como cuenta la gente. Nos hemos entendido bien incluso en la adolescencia. Sigo siendo la figura materna y en casa hay normas que comprendemos y aceptamos (aunque no gusten demasiado, como compartir las tareas de casa a diario) o si no continúo enfadándome. Por último añadir que ha llegado la hora de “reconvertir” mi papel como madre, de aprender otra forma de comportarme como figura de autoridad y abandonar viejas costumbres. Ahora son ellas son las que me cuentan sus historias y es lo que más me ayuda a comprender y a aprender.