La verdad está en las cosas

5 May

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La frase que antecede y que me ha servido de título es del poeta William C. Williams. Pienso como él que, en efecto, las cosas son simple y pura realidad, pura y simple verdad. Otra cosa bien distinta es el discurso que los humanos hacemos sobre ellas. A juicio de Pessoa, el mundo está hecho para mirarlo, no para pensar en él.
El humorista Tono decía que llevaba a la mesita de noche dos vasos. Uno lleno de agua por si tenía sed y el otro vacío por si no la tenía. El vaso vacío (que en este caso está lleno de humor) es un buen símbolo de las cosas inútiles y a la vez imprescindibles. Si no se tiene sed no hace falta ningún vaso, pero este vaso es muy útil para hacer sonreír y para reírse uno un poco de sí mismo, que es un ejercicio de higiene mental. De las cosas que tenemos, ¿cuáles son necesarias? Probablemente todas. No hablo de una necesidad física o biológica sino de una necesidad psicológica y vital.

Nosotros elegimos las cosas que deseamos tener y las cosas nos hacen a nosotros como somos. De alguna manera somos las cosas que tenemos. Su utilidad a veces, sus formas, su estética, su ubicación, su historia, su procedencia, la carga de emociones y recuerdos que atesoran. ¿Qué es lo superfluo y qué es lo necesario? ¿Cuáles son los artículos de primera necesidad?
El reloj de papá, que acaba de fallecer y es casi toda su vida y toda su persona en nuestra muñeca.
El jarrón que llegó intacto milagrosamente después de aquel viaje tan fantástico como largo.
El regalo de aquel cumpleaños que fue una sorpresa inconcebible.
El cuadro del pintor favorito presidiendo el salón y, sobre todo, los cuadros de la amiga pintora que hoy vive en Holanda con su pequeño retoño.
El primer trabajo manual que la niña hizo en su “cole” y que nos hizo pensar, de manera tan infundada, que teníamos en casa un ser de valía excepcional.
La chaqueta que ya no se lleva, pero que no podemos tirar porque con ella te sentías especialmente atractiva.
Aquella foto en la que sólo tenías tres años y que te lleva de la mano a un pasado tan inalcanzable como feliz.
Las cartas de aquel juvenil amante, que contienen poemas de veladas declaraciones teñidas de un entusiasmo dolorido.
El osito de peluche con el que la niña se duerme plácidamente y, sobre todo, con rapidez inusitada.
Las cinco llaves de la entrada que recuerdan a gritos a quien nos las regaló y también a Mario Benedetti al que cinco llaves de las casas de sus amigos salvaron de la muerte en la dictadura.
Aquel retrato horroroso que nos pintaron y que tuvimos que comprar por mera cortesía.
El búho más querido de la colección, que no sabes ya cómo llegó desde un país tan alejado y desconocido.
El disco de vinilo con aquellas canciones que nos hacían soñar en un futuro socialmente más justo y humanamente más delicioso.
La máquina de coser Singer que tiene en sus hierros las huellas de tantos seres queridos.
El caballito de cartón que, de niños, parecía de tamaño natural y que ahora ha encogido de manera inexplicable.
La cajita (tantas cajas) en la que se acumulan sin orden las sortijas y que cada mañana es objeto de apresurada revisión.
El juego de madera que nos trajeron de Rusia y que tiene un lentísimo mecanismo musical que se dispara al moverse en círculo los caballitos.
El libro, ya viejo, que tantas ideas, emociones e ilusiones despertó cuando lo leímos por primera vez.
Los juguetes de lata, que coleccionas con espíritu infantil, aunque en apariencia son juguetes para la niña.
El tapiz que trajimos de Colombia que parece diseñado y elaborado expresamente para ese rincón de la casa.
Tantas cosas, tantas cosas. Muchas de ellas de escaso valor económico, pero tan ricas en afectos y recuerdos.
Somos nosotros y somos nuestras cosas.Nosotros las compramos o hacemos y ellas nos hacen a nosotros. Las definimos y nos definen. Las acompañamos y nos acompañan. Nuestras queridas cosas, que nos hacen vivir más seguros, más cómodos, más felices. Es cierto que no nos las llevaríamos a un naufragio. No es menos cierto que el naufragio sería quedarnos sin ellas. Cosas grandes y pequeñas, sencillas y sofisticadas, bonitas y feas, antiguas y modernas, útiles e inútiles, caras y baratas, caducas y perennes. Hay cosas que nunca estarían en nuestra casa y otras que parecerían desterrados o exiliados si estuvieran en otro hogar. La psicología de las cosas define muy bien a sus propietarios.
Sé de alguien que detectaría un pequeño cambio de un objeto de la casa y que viviría como una amputación la desaparición de una de las más pequeñas cosas.
Necesitamos educación para desarrollar la sensibilidad hacia las cosas. Las propias, las comunes y las ajenas. Por eso me duele ver las cabinas de teléfono destrozadas, tantos desperfectos en las escuelas, los bancos rotos en los parques, la suciedad en los bares, los raspones en el lateral de un coche nuevo, las páginas garabateadas de un libro, la cadena rota de un water que ha sido sustituida por un trozo de cuerda sucio… No me gusta la forma en que los niños y las niñas tratan sus juguetes. A golpe limpio. Juguetes cada día más caducos, que no es necesario cuidar porque al mercado le interesa vender rápidamente otros nuevos. Qué diferencia con los antiguos (casi eternos) juguetes.
Cuidar las cosas es cuidar una parte esencial de las personas. La democracia exige personas educadas para convivir y para respetarse. Las cosas que son patrimonio de todos han de recibir un trato cuidadoso precisamente por eso: porque son de todos. Pienso que un buen indicador del desarrollo cultural de un pueblo es el cuidado y la limpieza que los ciudadanos y ciudadanas tienen con sus cosas, privadas y públicas. Hay que aprender a elegir las cosas, a cuidarlas, a compartirlas, a respetarlas, a disfrutarlas, a limpiarlas, a mantenerlas en orden y a conservarlas en perfecto estado. He aquí un programa bien estructurado de formación cívica y de desarrollo personal.
Aquí termino este artículo, rodeado de cosas, inmerso en ellas. Aunque, como decía Paul Valéry, un artículo nunca se acaba, sólo se abandona.

4 respuestas a «La verdad está en las cosas»

  1. Lei con atención tus palabras y estoy totalmente de acuerdo con ellas, vivo rodeada de cosas que tienen un profundo significado para mí y trato de inculcarle a mis hijos y mis nietitos (entre 8 y 3 años) ese mismo apego por lo suyo y el respeto por lo ajeno. Debo salir a trabajar pero voy a releer y copiar este texto para compartirlo con mis amigos y colegas docentes.Vivo en Tucumán y tuve el placer de conocerte cuando nos visitaste el año pasado para presentar tu libro \\\\\\\\

  2. Ese puñado de tierra que un día juntamos del lejano lugar donde vivieron nuestros abuelos, esa piedra de las sierras de nuestra infancia, ese caracol que un día junte para vos y que solo habla de que no es el valor material de las cosas lo que importa, sino el afecto que encierran…
    El mundo está hecho para disfrutarlo con todos nuetros sentidos, el calor tibio del sol de primavera, la brisa suave que viene del mar, el perfume de los durazneros, la fuerza de las olas que rompen en la playa… Esos libros viejos que produjeron tantas horas felices en nuetra infancia…
    Vivir para disfrutar de las cosas, no para poseerlas. Las cosas son para hacer de nuestra vida un espacio lo más agradable posible. Pero nunca dejar que las cosas nos posean.

  3. Admirable Maestro .
    Efectivamente estamos rodeados de recuerdo y especialmente he recordado a mi madre con la maquina Singer que tengo en mi poder.
    Esa máquina me despertaba a altas horas de la noche, cuando niño , con la que mi madre cosia altos de cuadros y enaguas , al que al entregar, teniamos apenas para el sustento diario.
    QUE POBREZA MAS MOTIVADORA , LA QUE FUÉ DESCONOCIDA PARA MIS HIJOS , LA QUE ME ENSEÑÓ A EMPRENDER Y TRABAJAR 40 AÑOS DE DGO A DGO.
    Gracias a esa máquina hoy pienso , recuerdo y disfruto .

    HERMOSO SU ARTÍCULO

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