El taxista de Sao Paulo

5 Ago

Un taxi en Sao Paulo. Todo el mundo sabe que los taxistas son una fuente inagotable de preguntas y de respuestas. Cuántas sabrosas conversaciones se habrán producido en el trayecto solicitado y convenientemente pagado. Trayecto que resulta siempre corto para el taxista y siempre largo para el usuario.
Cuántas cosas hemos aprendido de los taxistas y, probablemente, cuántos taxistas se habrán doctorado en el currículum variopinto de la vida al volante de un vehículo que se ha convertido en el modus vivendi. No hay filtro alguno para las personas que suben a un taxi. En él se desplazan eminencias deslumbrantes y zafios concienzudos, ancianos venerables y jóvenes atolondrados, borrachos impenitentes y monjitas atónitas… De la misma manera que existe todo tipo de pasajeros, existe una variedad ilimitada de taxistas.
Coincidí con un taxista atribulado en el trayecto que separa el aeropuerto de Guarulhos (Sao Paulo) al céntrico Hotel Pergamon de la ciudad. Tuvo tiempo para explicarme que hacía un año, una pasajera que se identificó como psicóloga le dio un consejo que, en la primera ocasión que se le presentó, llevó fielmente a la práctica.
Me cuenta el taxista que tiene tres hijos. El mayor ha terminado la carrera. Trabaja, tiene un salario mejor que el suyo y vive en la casa cómodamente a costa de los padres. Los dos menores están estudiando. Pues bien, la psicóloga le aconseja que hable con el hijo mayor porque no está bien, a su juicio, que el chico siga viviendo en la casa como un gorrón sin contribuir al elevado costo que conlleva mantener una familia numerosa. No es sólo por el bien de la familia, es por el bien (educativo) del hijo.
El hijo sabe cuál es el tiempo que el padre dedica al trabajo: catorce horas diarias, incluidos domingos y festivos (De hecho yo utilizo el servicio un domingo a las diez de la noche). Sabe que tiene que trabajar incluso estando enfermo porque la familia no puede vivir sin su trabajo. El taxista me cuenta:
–Con las mejores palabras, le dije al hijo que debía colaborar, aunque sólo fuese pagando el gas o la luz. Me miró de tal manera que inmediatamente le dije que se olvidase de lo que acababa de oír.
“De tal manera”, me explicó seguidamente, quería decir con desconcierto, incredulidad, desaprobación, desprecio y reproche. El hijo sigue en la casa. Disfruta de su coche deportivo, ahorra su dinerito y comparte vacaciones con su pareja. El hijo se beneficia del trabajo extenuante de su padre y de su madre. El hijo sólo piensa en sí mismo.
–Es muy buen chico, dice el padre, pero ha salido muy egoísta.
¿Se puede ser bueno y egoísta a la vez? He aquí el problema. El problema es que estamos haciendo hijos egoístas, jóvenes egoístas, ciudadanos egoístas. Si esta es la actitud del hijo del taxista con su familia, ¿qué hará con desconocidos? Alguna vez he contado la historia de una madre que pide limosna con su hijo mientras ésta se lamenta por la vergüenza que da pedir y por la insolidaridad existente. El hijo, que ya ha tomado postura en la vida, le dice a la madre:
–Mamá, tu no te preocupes por mí porque yo el día de mañana voy a ser multimillonario y tú ya sólo tendrás que pedir para ti sola.
¿Cómo se construye esta actitud de egoísmo desmedido? ¿Cómo de padres generosos y sacrificados pueden proceder hijos egoístas y perezosos? La respuesta no es fácil. En educación no sucede que si A, entonces B. Lo que realmente sucede es que si A, entonces B, quizás.
Voy a apuntar algunas posibles causas de este preocupante fenómeno. Una causa es la postura educativa que sólo pone el énfasis en los derechos. Como si éstos no tuviesen responsabilidades correlativas. La segunda es una relación paterno filial que descansa en la satisfacción de todas las demandas, exigencias y caprichos de los hijos. Una tercera causa es la estúpida emulación con otras familias, a las que se quiere ganar a la hora de mostrarse generosos o magnánimos con los hijos. “Si les damos más que nadie, demostraremos que los queremos más que nadie”. Otra causa es el ‘egoísmo familiar’, que cultiva y potencia una actitud de generosidad ‘ad intra’ y una falta de sensibilidad y compasión sin límites a los que están fuera de ese pequeño círculo. La quinta es la hipertrofia del individualismo cuyo germen reside en la entraña de la cultura neoliberal. Cada uno debe ir a lo suyo. Pienso en una sexta causa que es la demolición que ha sufrido el concepto de autoridad. La ley del péndulo nos hace pasar de unas posiciones extremas (autoritarismo) a otras igualmente inaceptables (libertinaje).
En el año 2005 se presentaron en España 6.000 denuncias por malos tratos de hijos a padres. (Y eso que muchos padres no tienen el coraje de denunciar a sus hijos por miedo, por vergüenza, por no empeorar la situación, por complejo de culpa…). El crecimiento de estos fenómenos es de naturaleza exponencial. Javier Urra, que fue el primer Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, acaba de escribir el libro ‘El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas’. En él nos advierte del peligro de una educación basada en la sobreproducción y el libertinaje, no en la autoridad, la competencia y la confianza. “De hijos consentidos, adolescentes agresivos”, dice lapidariamente.
El taxista brasileño se lamentaba de la situación y, a la vez, mostraba su origen.
–No le diré nunca a mi hijo que se vaya de casa.
¿Por qué? ¿No puede vivir por sí mismo? ¿Tiene derecho a seguir viviendo a costa de quienes gozan de una situación peor que la suya? ¿Pueden convertirse impunemente en un ejemplo funesto para los hermanos menores? Cuando su padre no pueda seguir trabajando, ¿tendrán que mendigar los demás para él? El taxista me dijo que lo iba a intentar de nuevo. Espero que no vuelva a contarle a otro pasajero una nueva decepción, seguramente más dolorosa. Suerte, amigo.

2 respuestas a «El taxista de Sao Paulo»

  1. Muy buen artículo. Llevo un par de dás que descubrí tu blog y me gusta mucho, y este en partícular.

    A mí personalmente como futuro docente (me falta un año para terminar magisterio) me enerva mucho ver que hay problemas que quiero además solucionar, pero que son tan multicausales que abruman.

    ¿Cómo puedo hacer que un niño de mi clase deje de ser egoísta?

    Entonces, como en muchas otras cosas, sobre todo actitudinales, se juega a la pelota, a pasarselo unos a otros. El padre dice que se lo inculque yo, y yo digo que es en casa donde se lo tienen que inculcar.

    O quiza es culpa de pepito, su mejor amigo, o del amigo de pepito, o de la tele, o de la publicidad, o de la madre de juanito, o de los videojuegos, o del gobierno… o todo junto.

    Y lo que me duele más es que como parte de los hijos que tu mencionas, yo también soy egoísta, y tengo siempre la tentación de pensar que el egoísmo es bueno para mí, es cuidarme, es mirar por mí, por que denuevo, si el compañero no me pasa los apuntes cuando falto, por qué se los he de pasar yo? si encuentro algo en internet que puede ayudar a mis compañeros para el examen, me lo cayo y saco más nota? siempre intento superar esa tentación.

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