El emocionante discurso de Pilar Manjón ante los miembros de la Comisión de Investigación del 11-M ha sido tan conmovedor y contundente que nos ha salvado a todos y a todas de la barbarie, de la insensibilidad y de las agresiones crueles. Ella llegó a la verdad por el camino del sentimiento. Su dolor era la verdad. Los demás habíamos estado lanzándonos los cadáveres de las víctimas con una impudicia irrefrenable. Hasta que ella dijo: ¡Basta!, ¡se acabó! Y lo dijo con las palabras más dulces y a la vez más duras, con los argumentos más serenos y a la vez más incontestables. Era el dolor de una madre, herida para siempre por la pérdida cruel de un hijo.
Pilar Manjón lo dice con claridad. Los responsables del atentado son los terroristas. No se equivoca. Pero hay otras responsabilidades.
Hay errores, descoordinación, escasez de medios… Deben reconocerse para satisfacer a las víctimas y, sobre todo, para poder evitar esas terribles acciones en el futuro. Ella quiere que la sangre de las víctimas riegue el árbol de la eficacia para que nadie vuelva a vivir ese horror. La representante de las víctimas del atentado más terrible de la historia de este país dio un suave y a la vez violento puñetazo sobre la mesa de las acusaciones, de las risas, de los insultos. “¿De qué os reís, qué jaleáis?”, preguntaba Pilar con una fuerza humilde y vigorosa que nacía de la fuente limpia de su dolor. Nadie osó rechistar. Eran razones del corazón. Inapelables. Los diputados y diputadas construyeron un templo de silencio para albergar aquel caudal incontenible de verdades y de emociones sinceras. Una madre enhebraba el discurso con las palabras nacidas del dolor de la pérdida de las víctimas que aquel fatídico día rompieron la vida de miles de personas, unas que se fueron y otras que se quedaron en el sinvivir.
Tenía que ser una mujer. Tenía que ser esta mujer, que había perdido a su hijo de 20 años en aquella inolvidable masacre. Su voz, a veces quebrada, poseía una extraña fortaleza, un impresionante poder. Sus manos argumentaban también con elocuencia. Y sus ojeras, acentuadas por el rastro de tantas lágrimas, albergaban unos ojos tristes y a la vez justicieros. ¡Basta ya!, dijo. Con voz frágil, pero extraordinariamente poderosa. El dolor nos había traído a la sensatez, a la cordura, a la verdad. Ella había visto con estupor y con profunda pena cómo su hijo había sido lanzado a los adversarios políticos como un arma arrojadiza. La herida se avivaba en cada sesión, se recrudecía el dolor con cada aplauso, con cada carcajada. Guardo algunas fotos de miembros de la Comisión que me han producido sonrojo. Ella había contemplado desgarrada las imágenes que reproducían las cadenas de televisión. “Habéis vendido vuestras conciencias, dijo, con el fin de que las audiencias pudieran crecer”. Y reclamó un código ético para la difusión de las imágenes de las víctimas. Ella había visto cómo se había resuelto el primer juicio y se había echado a temblar.
Detrás de sus palabras se escondía la fuerza de las 192 víctimas mortales y de los 1.400 heridos que produjo la barbarie en Atocha. Casi se les había olvidado a los políticos quiénes eran los protagonistas de aquella discusión, de aquella búsqueda, de las interminables comparecencias. Daba la impresión que las víctimas eran otras: los que habían perdido las elecciones, los que habían cometido errores, los que habían manejado la información… Nadie se había equivocado, nadie les pedía perdón, nadie hablaba de las otras víctimas, en parte vivas todavía, porque el dolor de la ausencia irreparable había llevado el resto de su ser para siempre.
La fuerza de las palabras de esta mujer era tan grande, las verdades que a través de ellas enunciaba, eran tan fuertes y tan claras que algunos asistentes no podían resistir su mirada y tenían que depositarla sobre las mesas, las hojas o los enseres cercanos. O, sencillamente, irse. El caudal de aquellas emociones, tanto tiempo contenidas, rompía las compuertas del silencio y de la humillación. Pilar Manjón tuvo la lucidez, la serenidad y el coraje de decir a los políticos, a los periodistas y a los jueces que, por encima de cualquier consideración, está la dignidad de los seres humanos y el dolor de quienes sufren una situación atroz, casi insoportable. Y tuvo palabras de gratitud (otra vez el corazón) para los ciudadanos y ciudadanas de a pie que prestaron un servicio en aquellas horas de dolor y confusión: a los bomberos, a los taxistas, a los psicólogos, a los voluntarios, a los médicos… El corazón le iba dictando las palabras, que fluían como un manantial de verdades emocionantes.
Daniel Paz , el hijo de Pilar, estudiante de segundo curso de INEF, podría estar orgulloso de su madre, de esta mujer aparentemente frágil, pero valerosa en sus actitudes y coherente en sus planteamientos. No acudirá este año su hijo a la imperiosa llamada de la Navidad que propone la vuelta a los hogares. Pilar Manjón vivirá con su otro hijo, Iván, estudiante de Ingeniería Informática, el dolor de una ausencia en la que han escarbado con crueldad algunas de las intervenciones de interrogadores y comparecientes de la Comisión.
La portavoz de las víctimas del 11-M terminó su intervención con una lección de ciudadanía inolvidable. Contó que, cuando todavía no le habían entregado el cadáver de su hijo (tardaron seis días en identificarlo), con el máximo dolor que puede sentir una madre, ella fue a votar. De ahí nacía la interpelación más contundente hacia sus representantes, hacia quienes habían sido elegidos por la fuerza de los votos. Nunca olvidaré las palabras de esta mujer. Mientras conducía mi coche hasta Facultad sentí que aquella voz nos estaba salvando de la brutalidad, reconduciendo a un camino que se había perdido y haciéndonos recordar que del corazón precisamente es de donde salen los argumentos más poderosos, más incontestables.
Dijo más cosas Pilar Manjón. Cosas tan hermosas como verdaderas. Dijo que no era sólo cuestión de dinero. “Porque el dinero no abraza, no consuela”. Otra vez la llamada a las emociones sinceras, a las verdaderas dimensiones del ser humano. Y pidió tres cosas que resumían las demandas de las víctimas: verdad, justicia y reparación. Estamos en deuda con ellas. El razonamiento frío (obsérvese el tradicional adjetivo) parecía conducirnos a la verdad. Hoy, afortunadamente, se habla de la inteligencia emocional, de los “corazones inteligentes”. No se ha tenido en cuenta muchas veces el mundo de los sentimientos, se ha pensado que sólo la razón nos podría salvar del error y de la maldad. Pero ahí está la fuerza inagotable de los sentimientos. Ahí está, pensando inteligentemente, el corazón . El corazón de esta mujer formidable.