Esta columna, seguramente, sea un fracaso. Lo sé. Muchos de ustedes leerán unas líneas, y poco más. La mayoría pasará por encima de ella. Mañana esta columna, como este periódico, servirá para envolver un bocadillo o nivelar una mesa que cojea. Acabará, en el mejor de los casos, en el contenedor azul de papel o en el olvido infinito de Internet. Algunos de ustedes, muchísimas gracias por delante, la leerán. También sé que casi todos la olvidarán pronto. Sí, esta columna nace siendo un gran desastre, un fracaso descomunal, estrepitoso… Aprovechemos, al menos, su meollo y hablemos de ello: del fracaso.
Para empezar, habrá que decir que hay que respetar al que fracasa. Respetar a las mujeres y a los hombres, a los que se suicidaron, no habléis mal de ellos, aquel que aceleró en una curva, a la que escondía botellas en los rincones de su casa, al que lloraba en los parques de las afueras de la ciudad, como en el poema de Manuel Vilas, a aquellos que les sobraban tres cuartas partes de su pequeño frigorífico, a los que no han tenido nunca con quién hablar, a los que no comen por no comer solos… Son hermosos, hay que respetarlos. Lo intentaron, pero no lo consiguieron. Ellos, en verdad, somos todos nosotros.
Después, habrá que decir que fracasar parece que cotiza alto, como que mola, ¿no? Se dice que quien fracasa al menos lo ha intentado, y que quien lo ha intentado ya ha logrado algo. Eso de Beckett, lo de: “Fail again. Fail better”. O sea, “Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Yo creo que no, yo creo que los errores te mejoran, pero no siempre. Yo creo que hay tantos fracasos como personas. Yo creo que, en ocasiones, el fracaso es insuperable y trágico, y los mensajes motivacionales, además de ser una mierda, pueden ser perversos. No es justo el fracaso y nadie merece fracasar, absolutamente nadie. Creo que el fracaso es un acto personal, casi íntimo.
Ya que estoy contaré algo íntimo. Hace años me largué de Madrid, por un sueño, por vivir de otra manera, junto al mar. Teletrabajaba con la capital y empecé a hacer un programa en Radio Victoria, una emisora municipal y pequeñita de Rincón. Algunos pensaron que era una mala decisión, un fracaso profesional, volver a una emisora local, sin apenas repercusión… “Tú, que has pasado por la SER, que te fichó Luis del Olmo…”, decían en MAYÚSCULAS. Sin embargo, lo que para algunos parecía un hundimiento o una huida hacia adelante resultó ser un tiempo laboral muy feliz, lleno de razones y ramos de flores, radio de proximidad y oyentes de calidad.
Se fracasa alto, y mola, y se exhibe impúdicamente, pornográficamente, o se tapa. Esta versión del fracaso es un fracaso muy español. Como que se patologiza, se esconde por vergüenza torera… Que nadie se entere de lo que pasó dentro de aquellas oficinas o en aquella habitación de hotel, cuando te envenenabas con pastillas, con alcohol, con insomnios aterradores. Habría que entender, de una vez por todas, que se fracasa cada segundo, que fracasar es humano, joder, es de los más humano que hay, y que en verdad el fracaso no existió jamás, como el éxito. En ocasiones, me pregunto: “¿cuánto ganamos cuando perdemos?” Y me respondo que mucho, que hay que sacar tajada siempre.
Hay fracasos matrimoniales, que a veces son éxitos, fracasos académicos, cuando nuestros hijos e hijas son mucho más que la nota de un examen, fracasos diplomáticos que acaban en guerra y todos pierden, perdemos, fracasos hereditarios… Ya lo dijo el premio Nobel, Bob Dylan: “No hay fracaso como el triunfo, ni triunfo como el fracaso”. Toni Vertedor me invita a su programa y, antes de terminar, me pregunta por el éxito, o por el fracaso, no lo recuerdo bien. El caso es que antes de responder pensé en humo y purpurina, en un reel de Instagram, en una bandada de aves zancudas que migra a África, en Steve Jobs antes de morir, que Dios le bendiga.
Voy terminando. Kiko Veneno me lo explicó una vez. Me dijo que hay cosas que solo la pobreza te puede enseñar, en referencia a la pobreza y al arte andaluz, y terminó: “La gente que menos tiene es la gente que más tiene”. Y yo lo entendí todo. Un deportista que cae derrotado, un ejército masacrado, un negociado poco rentable… Van Gogh, por ejemplo, fue un fracasado de su época y uno de los pintores más sublimes años después. Seamos justos, como dioses perfectos, con el fracaso y el fracasado, pensemos en la oportunidad y en el dolor, respetemos a la que nunca superó la muerte de un ser querido y sigue de luto, al hundido, al tropezado, al pretencioso que escribe una columna en un periódico de provincias, nombremos todo aquello que nos hace humanos para que no haya miedo, ni envidia, ni maldad, ni fracaso.