Todas las mañanas, al llevar a Anita al instituto, pasamos frente una parada en la que una docena de escolares espera el bus. Todos los que esperan miran las pantallas de sus móviles. La imagen, vista desde el pasado, resultaría extraña y surrealista; hoy ya parece normal; quizás, en el futuro, conmueva. Nadie habla. Nadie se mira. Nadie se aburre. La escena se puede replicar en una sucursal de banco, en la estación de Metro de Atarazanas, en la fila del súper…. Y yo, todas las mañanas, al pasar frente a la parada me pregunto si ya no nos aburrimos y aquí estoy dándole vueltas al temita. (Aviso, puede que esta columna les resulte tremendamente aburrida. Sigo).
Piénselo bien, atención a la pregunta, pueden tomarse su tiempo: ¿hace cuánto tiempo que no se aburren? Pero aburrirse de verdad, ¿cuánto tiempo? Aburrirse como cuándo éramos pequeños. Un aburrimiento sólido, sin grietas, contundente, como aquellas tardes eternas y calurosas de verano en casa, ya digo un aburrimiento de niño, o en clase, un día gris de tormenta sin recreo, “monotonía de lluvia en los cristales, o en el coche, por ejemplo, de viaje por las infinitas carreteras secundarias de España y de fondo solo las noticias de RNE. Sospecho que ya no nos aburrimos como antes, en verdad, que no nos aburrimos nunca. ¿Quizás hayamos sido la última generación que supo aburrirse como Dios manda?
El nivel de paciencia ha disminuido con el progreso y sospecho que, como con cualquier otro cambio, esto tendrá sus consecuencias. Otra pregunta, estoy preguntón, lo sé, pero soy periodista, permítanme: ¿qué es lo primero y lo último que hacen en el día? ¿Quizás mirar el móvil? Es muy posible. Vivimos tiempos líquidos, tiempos de pantallas y multi-tarea, vivimos deprisa sobre la ola del zapping y la heroína de Tiktok. Nadie habla en las paradas de autobús. Nadie se mira, nadie se aburre. Siempre tenemos cosas pendientes, algo que hacer, estamos hiperconectados… Y es una pena porque el aburrimiento es capaz de abrir puertas que no sabíamos que estaban ahí. Es el horror vacui, el miedo al vacío, que decían los clásicos.
Hablando de los clásicos, estoy seguro de que Homero se aburrió muchísimos antes de escribir la Iliada. Y seguro de que Eisntein pensó sobre la Teoría de la Relatividad cuando trabajaba en la Oficina de Patentes. Aburrirse es bueno. Para empezar si te aburres es que tienes tiempo libre y que no estás estresado. Solo por estos dos motivos, dos excepciones, deberíamos hacer el aburrimiento como el que hace el amor. Mientras te aburres, puedes aprovechar también para reflexionar o ser creativo. Hace tiempo hablé con David Calle, responsable de un canal educativo en Youtube líder en Internet, y fue claro: “perder el tiempo es la mejor manera de ordenar el pensamiento”, me dijo. Las madres eran sabias. ¿Os acordáis? “Mamá, me aburro”. Respuesta: “Pues cómprate un burro”.
Un momento de cierto tedio te hace puede hacer reflexionar, ser creativo, ordenado… Solemos asociar el aburrimiento a no ser productivos y es todo lo contrario. No hacer nada es hacer cosas. No hacer nada, de alguna manera, es hacerlo todo. Aburrirse, como cuando éramos pequeños, nos puede hacer más felices, relajados y eficientes. Los holandeses tienen una palabra, que es “nikse”, que se define justo “como no hacer nada”, una oda a la pausa para recargar las pilas. Parece una paradoja pero malgastar el tiempo, de vez en cuando, ojo, un rato al día o en vacaciones o los findes, no te hace más perezoso sino más sabio y equilibrado. El aburrimiento es el nuevo oro del Perú y nos lo estamos perdiendo.
Yo, a veces, en vez de meditar, me aburro. En serio. Lo hago con una disciplina castrense. Me tumbo en la cama y me desconecto, como un vegetal, como en Matrix, no hago nada, nada, no tengo ningún objetivo, ni pensamiento, nada. Vacío como Tetrabrik vació. Y entonces, de pronto, surge una columna, la idea de un gag para la tele, el regalo del Día de la Madre… Una vez, llegué a componer una nueva lista de los Diez Mandamientos. Total, que empiezan a llegar ideas, palabras, ensoñaciones loquísimas que no valen, otras que sí, y todo deviene de ese instante de sopor, de aburrimiento, de nikse… Eliminar todos los estímulos, quitarse del ruido que tenemos fuera y dentro, ammmm, salir de la Rat Race que dicen los americanos, la carrera de la rata, volver a il dolce far niente, otra vez, que me gusta esta expresión.
De hecho, en mi última sesión de tedio sobre la cama se me ocurrió hacer tutoriales para Youtube sobre el aburrimiento. ¿A ver qué os parece?: serían vídeos acompañados de música apática y comentarios muuuuy lentos, soporíferos e interminables. Vídeos que enseñen a no hacer nada, a aburrirse como Dios. Me haré un youtuber del coñazo y, luego, haré un podcast y merchan, camisetas y esas cosas. Ya lo estoy viendo, seré El Rubius del hastío, un nuevo millonario y, entonces, podré hacer las cosas justas para aburrirme lo justo y llegar a la virtud, como los clásicos, viviendo sobre el justo medio. Qué genialidad y qué aburrimiento.