El otro día paseando por calle Larios como el que pasea despreocupado por la Quinta Avenida o por la Gran Vía o por La Rambla o por la Rue de Rivoli, donde me enamoré de un croissant y de la Venus de Milo -por cierto, casi a la vez y casi con la misma intensidad-, digo que paseando por Larios escuché a un grupo de chicas hablar de estoicismo. En serio, muy loco, de estoicismo. La cosa fue así: “Tía, ahora estoy súper estoica, así que lo me diga Carlos, es que me-da-i-gual…” Y lo dijo así, con cierta cadencia silábica y desgana, muy estoica ella mientras se hacía una coleta: “me-da-i-gual”.
Ahora resulta que todo el mundo habla del “estoicismo” hasta las chicas que quedan en calle Larios para ir luego a la Rossé. Un estoicismo express y post-moderno, líquido, como una especie de terapia para estos días inciertos o una medicina para el alma, cambiando el Bromazepan por Zenón y el vermut de los viernes por Marco Aurelio. Ahora resulta que le dan al estoicismo desde Luis Enrique a Jeff Bezos y que es muy cool y mola mucho. Al fin y al cabo, el estoicismo tiene algo de aforismo o de tweet: son ideas claras y sencillas que valen para momentos difíciles y, en verdad, ya adelanto, valen.
El estoicismo, como sabréis, que para eso somos de BUP, nació en Grecia en el siglo II A.C., y predica que debemos llevar una vida de acuerdo con la naturaleza, que cambiemos lo que se pueda cambiar y que aceptemos lo inevitable. A esto en casa, le hemos llamado siempre “sudapollismo” -perdón por la expresión- y, sospecho, que mi abuelo le decía: “hay que tirar pa’lante”. Recuerdo que hace unos años nos dio por el término “resilencia”, os acordaréis, seguro que hice una columna, por Dios, no la voy a leer. La resilencia que es aguantar porque no queda otra y porque la vida es así, adaptarse para afrontar la adversidad, digamos.
También sostiene el estoicismo, o el sudapollismo de casa, o el tirar pa’lante de mi abuelo, que ya digo que es más o menos lo mismo, que hay que quitarse de los deseos superficiales, que disfrutemos de lo que tenemos en vez de anhelar lo que no tenemos y que cultivemos la fuerza interior sabiendo que, en el fondo, todo tiene sentido y que si ha de ser será, porque todo es por algo y todo alimenta. Lo que no mata, engorda, vamos. O lo que es, conviene. Decía Ravikant Naval, que era un estoico premium, que «una persona racional puede encontrar la paz cultivando la indiferencia hacia cosas que están fuera de su control».
Y así es. El mejor desprecio es no hacer aprecio pero no debemos confundir al verdadero estoico con las terapias de autoayuda, el buenrrollismo y Mr. Wonderfull. Ni tampoco con un conformismo a lo Pantomima Full. Por cierto, el último viral de los Pantomima, “Conformista”, nos toca por dentro porque es humor del bueno del que pone frente al espejo, del que merece la pena. Sigo. El estoicismo pretende que trabajes en lo que piensas y en la importancia de pensar bien. Frente al Like, el selfie, el postureo, serenidad y buen rollo y pensar en qué haría tu mejor versión ante cualquier situación.
El estoicismo tiene y tuvo adeptos, como Catón el Viejo, Justiniano, Calvino o Rosseau, pero también críticos. Críticos que piensan que ser estoico es aguantar por aguantar, una especie de pasiva agresiva resignación ante el mundo que nos toca como el vídeo de los Pantomima o algo así. El ser humano necesita intervenir y el estoicismo no habla de resignación o pasotismo sino de aceptar lo inevitable, lo que no puedes solucionar y, desde dentro, tolerar lo de fuera. Ya lo he dicho alguna vez: la salida siempre es hacia dentro.
En fin, yo que estoy en una época en la que ando despreocupado por calle Larios, o por la Quinta Avenida o por la Gran Vía o por La Rambla o por la Rue de Rivoli, el caso es que ando despreocupado, me doy cuenta de que siempre he sido un estoico, porque siempre he sido un sudapollista, siempre pensando que la vida es una carrera de fondo y, quizás por herencia y por mis padres y abuelos, como tanto padres y abuelos de este país, soy muy de tirar pa´lante. Y, por ello, en el decálogo de la Familia Plómez llevamos a gala que el mejor desprecio es no hacer aprecio, que no se llega a nada sin mucho trabajo y esfuerzo y que es mejor tener paz a razón. Ah, y que la dulzura cuando es sincera es invencible. Eso de fuerte como la espuma.
Vamos que ser estoico no te salvará la vida pero plantearte, siquiera, no serlo puede convertirte en nada. Séneca, en El Arte de la Vida, que se reedita estos días, ya lo dejó claro: “Nuestra vida no es breve, es que nosotros perdemos el tiempo”. Y así, ahora que ando despreocupado por las calles pienso, y cada vez lo tengo más claro, que debo aceptar lo inevitable y disfrutar de lo que tengo. Ahora, por delante, disfrutar de este finde de oro y grana. Vamos, estoicismo y buenos alimentos, sudapollismo de casa, el tirar pa’lante de siempre. Tranquilidad en la mente. Ataraxia. Carpe diem.