La primera vez que me explicaron que era internet, de esto hace ya mucho de tiempo porque de todo empieza a hacer ya mucho tiempo, esto me ha quedado muy de señor mayor, empiezo otra vez. La primera vez que me explicaron que era internet, un amigo me dijo: “es como salir a la calle, en internet puedes comprar un medicamento, el periódico o entrar en un sex-shop, igual que haces en la calle”. Partiendo de esta idea, que para mí fue fundacional, se entenderá rápido el siguiente argumento. Al igual que no dejamos a nuestros hijos pequeños de ocho años, por ejemplo, ir solos por la calle, coger el autobús, comprar Paracetamol en una farmacia o entrar en un antro a ponerse de droga o porno, tampoco deberíamos hacerlo en internet.
Otra vez, otra noticia de niños violadores y niñas violadas. Esta semana en Logroño, en un portal. Resulta penoso, insoportable, desolador… Y así, porque vamos aprendiendo de los errores, crece el debate. Hace tiempo, leí este titular: “Utah será el primer estado de EE.UU. en limitar el uso de redes sociales a menores”. Se trata de una normativa inédita que obligará a los padres a dar consentimiento para que sus hijos puedan usar Facebook, Instagram o TikTok e impondrá un toque de queda sobre el móvil. Sí, sí, lo habéis leído bien: restricciones para los menores en internet. Al igual que hay restricciones en la vida real para menores como las hay para mayores. En la vida, siempre hay límites porque la vida necesita límites.
Internet nació como una herramienta de conocimiento que nos haría la vida mejor y, en los últimos tiempos, se ha propuesto como un paradigma de libertad y modernidad tecnológica. Mayores y pequeños, adolescentes y cuarentones, todos estamos hiperconectados todo el día desde que nos levantamos hasta que nos vamos a la cama. Si lo pensamos, es así: todos conectados a todo, todos desconectados de todos, todos conectados a nada. Yo lo primero que hago cuando pillo vacaciones es quitarme todas las notificaciones, dejar el móvil en el cajón de las llaves e intento vivir una vida analógica. Lo que demuestra que también estoy enganchado. He dicho, todos.
El caso es que de un tiempo a esta parte las noticias han cambiado el paradigma. Esta misma semana, en Logroño se investiga la presunta violación de diez jóvenes a dos niñas de catorce años. Hace unas semanas, ocurrió en Petrer, y antes en Badalona, Sabadell… Por no hablar de Pamplona. Niños violadores educados en un país moderno que cree en la igualdad, de coles mixtos y coeducadores, que reciben mensajes feministas, unos niños que han crecido lejos de la idea de sometimiento de las mujeres. Justo, digo, cuando ves esas noticias de niños que acorralan y meten a otra niña en un baño de un Centro Comercial o en un portal para agredirla y violarla, entonces empiezas a reflexionar sobre lo que estamos haciendo mal.
Hemos sido la primera generación en descubrir internet, somos primitivos digitales, los del paleolítico del 2.0. Por eso sospecho que dentro de unas décadas o de unos siglos, cuando los seres humanos del futuro estudien nuestro comportamiento en las redes se burlarán de nuestra ingenuidad, temeridad e inconsciencia, como ahora lo hacemos con los conductores que hace años no llevaban cinturón de seguridad, o aquellos pasajeros de aquellos aviones en los que se podían bajar las ventanillas. Somos la última generación que podrá decir que vivimos en analógico y aprender un nuevo mundo está teniendo unas consecuencias impredecibles.
Es cierto que en la mayoría de las casas y los colegios, se está impartiendo una educación basada en el respeto, los valores y la igualdad. Pero también es cierto que hay otra educación, más potente y efectiva, basada en la excitación, que está subvirtiendo todo lo que habíamos planeado. La edad de acceso a la pornografía se ha adelantado a los ocho años y se ha generalizado a los 14. Dejamos el móvil a nuestros hijos desde muy pequeños, como si les dejásemos salir solos a la calle, y aprenden desde el paradigma de un contenido machista, violento, salpicado de humillación, cosificación o sometimiento. Y de ahí a la manada, un salto.
El acceso desde internet a la pornografía puede devenir en una generación de niños violadores, niños que confunden realidad y ficción y el sexo con jauría de hienas. Si no restricciones al Método Utah, sí debemos iniciar un debate a fondo a este respecto. Si no cortar por lo sano -no creo nunca que ese sea el método-, sí señalar que tenemos un problema educativo y que hay que hacer algo. Si no prohibir, sí educar un uso sano y responsable de internet que muestre a nuestros hijos que el sexo es comunicación, empatía, confianza, que el sexo es conexión y que un buen sexo, no tiene por qué implicar amor, pero sí siempre satisfacción por ambas partes.