Me cuenta, como el que ha contado mil veces una historia que aún no ha sido escuchada del todo, que iban por las casas recogiendo a los chicos. “Estaban escondidos en las casas, así de claro”, y lo dice sin complejos, sin dolor. Eran finales de los años 70, en el interior de la provincia de Málaga y se utilizaban otras palabras. Ya sabéis que palabras. Palabras que ahora son disparos, heridas, insultos, políticamente incorrectas… “No había nada para ellos, ahí empezó todo, un grupo de padres y madres que buscaban soluciones para sus hijos”, y añade orgulloso: “nada más, y lo hicimos”. Lo hicimos. Hablo con uno de los responsables de una de las asociaciones que trabaja con pacientes con discapacidad psíquica y vuelvo a darme cuenta de la dimensión gigante del tercer sector.
Lo prometido es deuda. La semana pasada conté en mi dietario que cerrábamos una producción de encargo que hemos grabado durante los últimos días. “Una Mirada al Tercer Sector”, así se llama. 66 entrevistas en 11 jornadas para la Diputación. De locos, “un día exploto”, escribí, aunque debería haber escrito “un día explotamos”. El caso es que hemos terminado este programa que es una serie de conversatorios, como diría García Márquez, con gente muy especial y me ha venido muy bien profundizar en lo que hacen, lo que piensan, lo que sienten, todos aquellos que conforman las asociaciones, las fundaciones, los colectivos…, los del tercer sector.
Un ejército silencioso de voluntarias, trabajadoras sociales, fisios, psicólogas… -hablo en femenino porque la mayoría son mujeres-, digo un ejército del bien que pasan su vida acompañando a santos inocentes, desprotegidos, necesitados, adictos, ancianos, seres humanos que han tenido otras cartas, quizás una mala jugada que diría el Maestro Azuaga, seres como nosotros que merecen una oportunidad. Ellos son los del Tercer Sector y son necesarios, fundamentales, agua de mayo. “Si el tercer sector parase, nuestro país se colapsaría en 24 horas”, me dice una de ellas y pienso que tiene toda la razón. Quizás, en menos de 24 horas, opino. Somos, y lo hemos visto en los últimos años, demasiado frágiles, como un cristal, como una espuma, y los del Tercer Sector hacen que esto funcione, que la vida siga, que no haya colapso.
Porque sin ello, sin ellas, sin esa gente de luz que conforman el Tercer Sector me pregunto qué pasaría con todos esos seres humanos desprotegidos, olvidados, rechazados… Me pregunto cómo se vive junto a un hija adolescente con problemas de salud mental e ideas suicidas, o cómo con un veinteañero adicto al juego online, lo difícil que debe ser; me pregunto cómo serán las mañanas de las hermanitas de la Caridad, o de los Trinitarios, pienso en las plantillas de las asociaciones de discapacitados, de lucha contra la droga, que se reparten por toda la provincia; pienso en la historia de esa maestra de Nerja que tras ver como sus alumnos con diversidad eran casi abandonados, se propuso hacer cosas, cambiar las cosas. Pienso en que ahora, años después, su asociación trabaja con decenas de jóvenes y les ofrece una oportunidad. Quizá, un trabajo, una salida de emergencia.
Porque un trabajo para una persona usuario del Tercer Sector no es solo una nómina, un contrato o unas vacaciones. Tener un trabajo dignifica a la persona, la ofrece independencia, autonomía, empoderamiento, socializa, un trabajo nos hace mejores, en definitiva, nos hace personas. En España, hay cuatro millones de personas con diversidad funcional y solo 500.000 trabajan. Es decir, uno de cada nueve. Los del Tercer Sector ofrecen una oportunidad, trabajo, acompañamiento, una mano y, en muchos casos, una mano también a sus familiares. Lo del cuidar al cuidador, ya sabéis. Son los del Tercer Sector y son Cudeca, Asalbez, Proyecto Hombre, Alhelí, Avoi, AECC y muchos más, trabajando por la investigación del cáncer, por los menores huérfanos, las mujeres maltratadas, los ancianos desprotegidos, para superar el duelo, por los TEA, ante las necesidades especiales, en los márgenes y los vínculos.
Otro ejemplo. En El Burgo, un grupo de valientes y fantásticas mujeres organizaron, hace 20 años, repito hace 20 años, una asociación de Alzheimer, sin saber nada pero queriéndolo todo. Sus maridos y sus mayores empezaban a caer en la enfermedad del olvido y cuando dejaron de preguntarse “¿si un ser humano sin memoria es un ser humano?”, decidieron ponerse en marcha. Hoy tienen un centro increíble en el que hacen terapias cognitivas, centro de día, dinámicas de fisio… Se llaman ABUAL y siguen trabajando, como el primer día pero mejor, porque se aprende día a día, teniendo en cuenta los intereses, necesidades y derechos de sus usuario. Bravo por ellas. Bravo por los del Tercer Sector.
Terminamos esta semana la grabación del último programa. Intento sacar conclusiones de esta serie de entrevistas. Sospecho que, en verdad, se trata de un viaje al interior que se proyecta fuera. Sospecho que, como decía Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Sospecho que ese ejército del silencio y el bien va con la intención de dar cosas y terminan recibiendo muchas más cosas, que tras la actitud de cada uno de nosotros pende el destino de todos los demás, que compartir es vivir, que vivir plenamente es dar, que ellos, los del Tercer Sector, son los de dar y que sin ellos, sin ellas, el país se colapsaría, que ellos han cambiado la palabra YO por la palabra NOSOTROS y eso solo eso, ese NOSOTROS, otra vez, la palabra, es la revolución más digna que podemos apoyar en estos días.