Estéreo. En casa las fiestas siempre empezaban con la Lotería de la Navidad. Solía caer en 22 de diciembre y solía ser el primer día de vacaciones. Esa mañana se despertaba un poco más tarde y empezaba la mañana desde la cama escuchando a los Niños de San Ildefonso junto a una misteriosa felicidad que no era capaz de definir. 24.312, 125.000 pesetas. 12.853, 125.000 pesetas. El niño de esta historia, también era un Niño del Colegio de San Ildefonso, un niño aún demasiado pequeño para cantar la lotería pero lo suficientemente grande para recordar estos cosas. Al levantarse para desayunar, la tele ya estaba puesta y su madre encendía todas las radios de la casa, que colocaba estratégicamente en cada habitación, y así daba la impresión de que ese día en estéreo podía ser el mejor día de sus vidas.
WhatsApp. Un grupo amigos dentro de un grupo de WhatsApp. El nombre del grupo es “La Gran Belleza”, como la peli de Sorrentino. Hablan de compartir un décimo este año. “Bueno, que sean tres que si toca con uno no nos da para la vuelta al mundo”, dice uno. Al final, una de ellas compra el 03.115 y envía una foto del décimo. Al instante, se cruzan mensajes y emojis de optimismo y alegría, de una ilusión inédita, desmedida, de gran belleza, como el mayor que juega a ser un niño o como el niño que juega a ser mayor. Ellos no lo saben aún pero el día de la lotería tendrán la suerte de volver a hablarse, de cruzarse más mensajes, de seguir trabajando esa amistad que empezó en un cole, y eso lo de hablarse, lo de seguir con la amistad ya es un premio gordo para aquel que lee los mensajes desde un futuro lejano en soledad.
Anuncios. Siempre que echaban en la tele el anuncio de la Lotería de la Navidad, siempre lloraba de la emoción. Desde pequeña. En verdad, era una familia de llorones. El abuelo, su padre, ella… La saga continuaba. El caso es que ponían el anuncio y se cogía unas perras con las que rompía a llorar y acababa riendo: “mira que soy tonta”. Desde el anuncio mítico del calvo de la lotería hasta el de la fábrica de los sueños o aquel en el que al protagonista le tocaba el premio todos los días, o el de las cuatro historias unidas por un décimo. Pero, sin duda, el que más le gustaba y, por lo tanto, el que más le hacía llorar de la emoción era el de Justino, aquel vigilante de seguridad, que tanto le recordaba a su abuelo.
12-1. La noche del 21 de diciembre de 1983 se jugó el España-Malta en el Benito Villamarín. Aquella noche, los españoles se jugaban el pase a la Eurocopa 84 y a los chicos de San Ildefonso les dejaron ver el partido en la sala grande. Allí vieron como José Ángel de la Casa iba cantando uno a uno los goles de un partido de fútbol que en verdad fue un sueño cumplido, una leyenda, una pasada, magia. Cantaban los goles, tres, cuatro, cinco, dejándose la voz y el alma solo cómo uno se deja uno la voz y el alma en el fútbol. Ocho, nueve, diez… De pronto, un rechace de Víctor y aquel mítico “goooool de Señor”. El 12. Aquel 12-1. La voz partida de José Ángel de la Casa y la de los niños de San Ildefonso, “goooool”, que al día siguiente tuvieron que cantar la lotería con la voz quebraba, bronca, desafinada pero llena de goles y de leyenda, una pasada, magia.
No toca. En el pueblo todos jugaban al mismo número. Repartía los décimos el cartero que se llamaba Leandro. No me preguntes porqué ese año Dictinio no quiso compartir la lotería. Leandro, el cartero, le insistió, incluso, en un despiste, le metió el billete de lotería en el bolsillo de la chaqueta. Dictinio, que era un hombre de principios y finales y, con determinación jacobina, volvió a su casa y le devolvió el décimo argumentando altivo: “la lotería que no se paga, no toca”. Lo demás es historia, anécdota, ya leyenda de una familia que generación tras generación cuenta esta historia de su bisabuelo. El décimo devuelto tocó. 15.000 pesetas. Una pasta para los años 50 en España. Si toda esta historia hubiera sido un anuncio, su bisnieta lloraría frente a la tele como si lo fuera y como ahora lo hace.
Presentador. El presentador de la tele tenía mucha ilusión aquel día. Llevaba años dirigiendo el programa especial de la lotería, primero en la radio, y ahora en la tele. Disfrutaba mucho con todo aquello: empezar pronto, la cantinela de los Niños de San Ildefonso, las conexiones con los premiados, el equipo en distintos puntos, las anécdotas… Lo peor era siempre que el Gordo saliese a primera hora y hubiese que alargar el programa innecesariamente. El presentador recordaba la ilusión de cuando era pequeño y escuchaba la lotería desde la cama. Siempre pensaba: “¿qué pasaría si me cayese el Gordo en directo?”. A las 9.13 minutos de aquel 22 de diciembre de 2022, demasiado pronto, una de las niñas de San Ildefonso cantó el premio Gordo: 03.115, cuatro milloooones de euros. El presentador sonrió tímidamente, nervioso, fingiendo, poniendo una cara extraña, como de arcilla, que no sabrías decir si le molestaba la tempranera hora del premio o que le acababa de tocar, en vivo y en directo, el Gordo de la Lotería de Navidad.