Llega una, una cualquiera y, así como viniéndose arriba, te dice: “yo es que soy muy sincera”. U otro que te suelta a bocajarro como disparando una AK-47: “déjame que te diga lo pienso”. O esos que se arrancan con un “te voy a contar una cosa porque soy muy transparente”. Gente que viene de cara, gente que dice lo que piensa sin pensar, gente directísima y muy sincera. Gente, y estos podrían ser los peores, que levantando la voz rematan: “es que ahora no se puede decir nada”, cuando vivimos un tiempo en el que se puede hablar de lo que quieras. Habría que empezar diciendo que no se dice todo lo que se piensa y que hay que pensar todo lo que se dice. Hoy toca escribir sobre la corrección política y su opuesta: la incorrección política.
También deberíamos exponer que se puede hablar de todo pero, claro, no en todos los sitios. Yo mismo, que me pego media vida en directo, estoy agotado de hacer malabares con las palabras: diversidad, alumnado, las personas, la ciudadanía, lo de alguien y cualquiera… Se trata de ajustar milimétrica y públicamente cada una de las palabras a la sociedad que me ha tocado. No es fácil, la verdad, y me equivoco muchas veces. Este ejercicio gimnástico es extenuante y siempre complejo pero también es parte de mi trabajo y de la cuota de responsabilidad social que me corresponde. La corrección política es asfixiante, sí, lo sé, pero la falta de corrección política es muchísimo peor.
Pongamos otro ejemplo. Gente decente, por supuesto, padres de familia que todo lo que ganan lo entregan en casa, que siguen diciendo expresiones del tipo “tartaja”, “mariconazo” o “subnormal”. En este caso, sería interesante comentar que ahora hay cosas que son de mala educación. Cosas que hace tiempo quizás no lo eran, cosas que se han dejado de decir. También se han dejado de tirar cabras por los campanarios. Se trata de pedir tan solo un poco de buena educación y entender que estamos en el siglo XXI. Vivimos en sociedad y la sociedad evoluciona, y porque vivimos en la sociedad de hoy y nos relacionamos a través del lenguaje, la corrección política es de las pocas cosas que nos debemos exigir y que nos pueden salvar.
Y sí, es cierto que la corrección política nos sobrepasa a todos, a todas horas, en todos sitios, y que ser correcto no debe limar nuestro sentido crítico o la ironía, y que nos tenemos que ajustar a ciertos protocolos, y que es complicado aprender algunos términos, pero es que hay algo peor, mucho peor: el fango, la mala educación, el troll, el insulto, el de “la banda criminal”, esa ingenua transparencia convertida en navajazo, el que te dice arrogante “yo es que digo todo lo que pienso” y esgrime con aparente superioridad moral, “es mi libertad de expresión”. Aquí habría que decir que puedes ser sincero y estar perfectamente equivocado e, incluso, ser muy sincero y ser un idiota. Por supuesto.
La incorrección política cose juntas en una misma tela la intolerancia, la polarización y el populismo. E insisto, la mala educación. La incorrección política es la manera habitual de relacionarse de líderes zafios como Trump, de vecinos malencarados o cuñados listillos que no saben que son cuñados listillos. Hemos llegado a una época en la que se ha banalizado la ofensa, el insulto, el “déjame que te diga”, el comentario a vuelapluma en redes o en la calle, el “madre mía, pero qué gorda estás”, o “qué flaca”, “es que es mi opinión”, “joder, macho, te estás quedando calvo” y así. Esa sinceridad directísima no mola, es insultante, exagerada, dañina y no aporta nada. Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, ya sabes lo que dijo Manolo García, no lo vayas a decir.
Le llamamos corrección política pero es educación. La sinceridad malentendida está sobrevalorada y la educación es justa y necesaria, parte de la vida en sociedad, nuestro deber y salvación. Si todos soltásemos a todas horas todo lo que se nos viene a la cabeza, diciendo lo que se piensa sin pensar, entonces sí que el mundo sería asfixiante, extenuante y complejo, fango, Twitter, un horror, un desastre, Kanye West.
Tenemos palabras clave, como “lo siento”, “gracias”, “por favor”, que nos devuelven a la educación, a la buena educación, y que nos alejan de ser individuos individualistas para ser parte de la sociedad y seres responsables. Usemos esas palabras, pensemos en lo que se dice, pensemos para qué se dice y dónde o con quién lo decimos, aunque sea extenuante y complejo, pero es el momento de darnos los “buenos días” o de pedir “disculpas”, de construir un mundo mejor con las palabras, un mundo con menos enfado y menos bipolar, tic-tac, se nos va el tiempo pero se puede. Os lo aseguro, se puede.