Putin mirando una pantalla en la que no se ve nada. Su cara de arcilla, tampoco dice nada. Algunos, cercanos, le preguntan pero sigue sin decir nada. Esta columna va de enemigos. Los enemigos siempre están entre nosotros. Algunas veces esos enemigos son gigantes, o son pequeños, otras veces son sibilinos, o invisibles, potenciales, jerárquicos o letales. También pueden ser transversales, íntimos, lejanos y necesarios. Hay enemigos en la política, dentro de una familia, entre países… Los enemigos fingen, se esconden, flirtean pero, tarde o temprano, aparecen y disparan. Si no tienes enemigos puede que no tengas vida o puede que tu enemigo seas tú mismo.
Se habla poco de los enemigos. Es un tema en zona de sombra, en la zona sucia creo que dicen los de la Fórmula 1. Se exalta la amistad, el amor, el buenrrollo, se escriben libros, canciones, se hacen pelis y manuales para el buen amor, pero se ha escrito menos de la enemistad. Al igual que existe luz para que haya sombra, o que existe el ruido para apreciar el silencio, es impepinable la razonable existencia de un amigo para saber que hay un reverso que se llama enemigo.
Yo soy poco de enemigos. Soy un hombre de paz, los que me conocen lo saben. A lo largo de mi vida, he tenido pocos enemigos pero interesantes y siempre he aprendido algo de ellos. También debo decir que no los veo venir. En eso soy malo. Me pasaba con las chicas, nunca sabía a quién le gustaba. Cuántas veces alguien, cercano y sabio, me lo tenía que decir. “sabes que le molas a Raquel”. Y yo con cara de pasmao. El amor y el desamor, que es una forma de enemistad, se parecen mucho. En verdad, como en un círculo plano, se tocan.
Putin se ha levantado. Parece que sonríe pero no es verdad. Lleva años sin hacerlo. A Putin se le ha olvidado sonreír. Hay muchos tipos de enemigos. Kiko Amat ha escrito un libro al respecto: “Los enemigos: O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad”. En este manual, hace una interesante clasificación de ellos: enemigos equivocados, usables, naturales, invisibles (enemigos con piel de amigo), instantáneos… Supongo que hay tantos tipos de enemigos como personas en el mundo. Ya digo, que los enemigos están entre nosotros y siempre terminan apareciendo.
Los enemigos tienen muy mala prensa. Siempre que se habla de ellos, se hace en un tono despectivo, peyorativo, insultante… Se usan frases del tipo: “el hijoputa me la clavó por la espalda”, o “se cree el ladrón que todos son de su condición”. Sin embargo, creo que hay un aspecto de la enemistad muy valiosa. Un enemigo te mantiene alerta, competitivo, activo. Un buen enemigo puede ser un motor increíble, vital y artístico. Mis mejores enemigos me han hecho mejor persona, en serio, y mejor profesional.
Borges decía que “hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”. Hay enemigos en tu empresa, o en el calor helado de un partido político -estas semanas lo hemos visto en nuestro país-, o enemigos al otro lado de una frontera. Enemigos con hambre de tierra, que quieren más, de mirada de escarcha. Odio, frustración, envidia por culpa de una bandera o por una manera de pensar el mundo. El tema de los enemigos, como sabemos, es histórico, eterno e internacional. Muy humano.
Putin finge que tose, arquea una ceja, mientras se come un yogur natural y mira esa pantalla en la que no hay nada, solo su reflejo. La historia de la humanidad es un guía perfecta de enemistades. Ya en el siglo IV ac., Alejandro Magno, que dormía a pierna suelta, y Darío de Persia se tiraban de los pelos; Isabel I y María Estuardo pasaron de los pelos a, literalmente, rodar cabezas; Napoleón y el Duque de Wellington; Stalin y Trosky; Kennedy y Nixon… Hasta Joaquín Sabina y Fito Páez sacaron un disco que hacía honor a su nombre y su posición vital entre ellos: “Enemigos Íntimos”. Lo que enseña la historia, y esto es fundamental, es que nunca, nunca, debes subestimar a un enemigo.
Luego estaría el enemigo interior, ese que llevamos dentro, con piel de cordero y garras. El enemigo interior es uno mismo y uno mismo puede ser el enemigo más dañino. Hablo de vértigos, de monstruos, ansiedades, electricidad, cuchillos afilados… A este enemigo hay que tenerlo siempre controlado. Llega el bloqueo, la tristeza más honda, la batalla perdida, la soledad, el frío, en fin, tu propio enemigo y terminas, como el poeta Margarit, entendiendo que “una herida es también un lugar donde vivir”.
Yo nunca he subestimado a un enemigo y siempre he intentado aprender de él. Gracias a mis enemigos no me he dormido en los laureles, he sido más fuerte y, ya sé que suena raro, me han hecho mejor en lo personal y en lo profesional. Si estoy aquí y ahora es, en buena parte, por ellos. Siempre me han enseñado y les debo una. Gracias, queridos, habéis sido fundamentales.
Putin se levanta y sin cambiar el gesto, da una orden. Luego piensa en aquel verano en Benahavís, España, y se retira. Parece que sonríe pero, ya digo, no es verdad. Putin, que es el protagonista lateral de esta columna, ha olvidado que es una sonrisa. Hay un desierto helado en sus pensamientos y mucha distancia. La distancia exacta para ser el actual gran enemigo del mundo. Los enemigos siempre están ahí, siempre han estado, es bueno comprender la enemistad, saber que la herida también es un lugar y que si no tienes cuidado puedes terminar pareciéndote a ellos.