Esta columna va sobre lugares de interés, espacios que funcionan de una manera singular y que nos sanan o nos hacen mejores o nos arropan en noches de insomnio, frío y nieve. Un rincón, una esquina, un agujero, un espejo o una salida de emergencia. El Aleph. Lugares de interés significa “me echo a dormir una siesta” o “espérame aquí, que vuelvo”. Un lugar de interés es el último poema de Luis Gª Montero dedicado a Almudena Grandes cuando escribe: “pues todo se me olvida si tengo que aprender a recordarte”.
Escribo parte de esta columna desde Cádiz, uno de mis lugares de interés fijo, como lo es la Playa de Los Rubios frente a casa, o Tagle en Cantabria donde vi pasar la vida en un instante. Cádiz, Chiclana, con Fer y Nadia y un puente por delante y el viento de levante. Alguien dice “bajemos a la playa” y nos deslumbra un atardecer de aluminio y luces LED bajo un océano que no calla y un castillo, el de Sancti Petri al fondo, dormido. Este es un lugar de interés, segunda residencia y amigos. Cádiz, viento y descanso.
Son lugares de interés aquellos que cambian en función de las personas que te acompañan, territorios físicos e imaginados que aparecen solo para nosotros, jardines secretos de la memoria, paraísos perdidos, o también espacios feos, aparentemente inadvertidos, como la frontera del Tarajal, linde hispano-marroquí, donde parece que empieza y termina algo al mismo tiempo, un límite donde estuvimos hace años, y en donde uno puede sentirse solo en medio de la muchedumbre, vacío y sorprendido al retroceder 50 años en 50 metros.
Lugares de interés, que de eso va la cosa de hoy, es un estado de WhastApp, verte “en línea” y sonreír, o un estado de paz sólido, o un momento gaseoso, o líquido como en la piscina de Añoreta donde nado desde hace años y ahora lo hago con mi hija, Ana, todas las semanas, y donde todo desaparece bajo el agua: silencio, ingravidez y respiración. Nado en una especie de travesía interior, tus cosas, y cada 300 metros paramos y charlamos, Anita y yo, charlamos de cualquier cosa y luego seguimos, otros 300, y en ese instante, que es un lugar de interés líquido e infinito, me siento muy feliz y completo y sano y profundo.
Lugares de interés y de verdad, de una verdad profunda, como el historial de internet o las habitaciones de hotel. Recuerdo la última habitación de hotel en Madrid. Gran Vía, 7. Una habitación amplia y con buenas vistas. Me gustan las habitaciones de hotel. Son no lugares donde puedes ser otro, donde cualquier cosa puede suceder. En las habitaciones de hotel nunca quedan marcas ni señales y todo siempre está borrado. Un lugar casi zen, diríamos. Una habitación de hotel es, como lo es un historial de internet, un secreto que cuenta más de nosotros que cualquier otra cosa. “Nos define más lo que callamos que lo que decimos”, decía mi padre.
Lugares de interés son un buen amigo, una buena charla, una buena amante, la posibilidad de ser humanos, la abundancia creativa, el humor libre, los puentes generacionales, los espacios de reflexión, la escucha activa, la última peli de Rodrigo Cortés, que no he visto aún, pero seguro que lo es, la serie Transparent, el último libro de Manel Rivas, la última canción de Quique González cuando canta: “una película de terror, el parpadeo de los semáforos”.
Lugares a los que vuelves, de los que nunca te fuiste, refugios a la intemperie, bajo la lluvia o, como ahora, frente a un sol de otoño. Lugares de interés variable en la memoria o en el porvenir. Espacios vacíos o amueblados de nosotros. Lugares que funcionan como un Aleph, el de Borges, como un punto desde el cual se puede ver todo el universo simultáneamente, un microcosmos infinito dentro de sí. Lugares de interés que son desiertos, cielos, mares, manos, luz, ceniza, esperanza, columna, semana…
Un buen lugar de interés semanal es estar aquí, ahora, a los pies de esta columna, a punto de terminarla y enviársela a Loma. Al otro lado de la ventana, Chiclana, Cádiz, cómo me gusta Andalucía, y amigos que me esperan. Aquí, el texto y yo, derrotada la página en blanco que ya he llenado, Calibri 11, unas 800 palabras. Esta columna que es un desafío, un gimnasio periodístico y una pasión. Este espacio que ya termina con la ilusión de pensar en vuestra lectura, porque uno escribe frente al lector, y la esperanza de que os resuelte algo parecido a otro pequeño y periódico lugar de interés.