Violaciones

12 Nov

La salvaje violación a una joven en Igualada, Cataluña, nos vuelve a poner frente al espejo. La imagen que proyectamos en ese espejo, como sociedad, está desfigurada, nublada, lejana… Además de la propia agresión sexual, de los desgarros genitales y el traumatismo craneal, tras días en la UCI, ahora sabemos que los violadores también dejaron a la joven herida y semidesnuda con una temperatura en torno a 3º, abandonada en un polígono industrial donde la encontró un camionero que llegó a pensar que estaba muerta. Una chica de 16 años, qué barbaridad. Otra violación salvaje, quizás otra manada, otra noticia insoportable y asquerosa.

Es, de nuevo, el relato del cuerpo de una mujer sin voz ni rostro, como en tantas ocasiones, desde hace siglos. El cuerpo de millones de mujeres sin palabra ni denuncia, humilladas, castigadas, oprimidas por hombres. Mujeres abusadas, vejadas, golpeadas hasta el trauma infinito y para siempre. Mujeres violadas que, sospecho, nunca podrán olvidar. En muchas ocasiones, mujeres violadas y contagiadas de SIDA o embarazadas y, posteriormente, despreciadas, ellas y sus hijos, por su entorno. Esta columna no es fácil, me da mucha rabia y mucha pena, pero es necesaria.

Leer sobre violaciones, datos y detalles, para confeccionar esta columna no ha sido fácil. Sin embargo, creo que hay que escribir sobre violaciones y usted, amigo lector, debe leer sobre ello. Todos, como sociedad, debemos reflexionar. El dato es insoportable y desconocido: en España se produce una violación cada cuatro horas. Desde el mes de septiembre se han denunciado más de 1.600 violaciones y sólo hablo de las agresiones denunciadas.  Estas agresiones sexuales han aumentado en un 30 %. Otro estudio dice que, en Reino Unido, solo el 3% de los casos son perseguidos y llevados a juicio. Tenemos que hacer algo, como sociedad, todos, todas, ya.

Christina Lamb, periodista y corresponsal de guerra, ha escrito un interesante libro titulado, “Nuestros cuerpos, sus batallas”: una recopilación para “The Sunday Times” de historias orales, en su mayoría terribles, sobre la situación de la mujer en los conflictos armados. Un libro valiente que abre los ojos a la magnitud y los horrores de las violaciones de guerra. Violaciones de guerra, violaciones en la historia, violaciones en nuestras ciudades, en polígonos industriales solitarios, violaciones ejecutadas por hombres despreciables.

Cuenta Christina Lamb que, si tuviera que elegir una historia de su libro, la más cruda y doliente, sería la de una joven yazidíe vendida a un juez del Estado Islámico. Fue atada a la cama y violada durante meses. Pero la peor pesadilla de esta mujer fue cuando aquel juez hijo de puta trajo también a casa a una niña de diez años y la violó en el cuarto de al lado. Aquella joven, vendida y violada, atada a la cama, tuvo que escuchar los gritos de la pequeña, unos gritos terribles e indelebles, unos gritos que nunca saldrán en las noticias de la tele ni en ningún periódico. Tras todo lo sufrido, atención al detalle, sus peores recuerdos fueron aquellos gritos.

La violación como un arma de guerra, sostiene Lamb, pero también la violación como un ejercicio de poder. Violar es más barato que una bala de Kalashnikov. Los hombres han violada a mujeres a lo largo de la historia y siguen haciéndolo. Violaciones perpetradas por hombres del Estado Islámico o Boko Haram, a refugiadas, a trabajadoras, a niñas, en México, en el Congo…, pero también aquí en nuestras ciudades, en los polígonos y parques, a la salida de una discoteca.

Debemos hacer algo. Debemos hablar abiertamente de ello, sobre las violaciones y sus consecuencias, debatir como sociedad, conocer testimonios y ver cómo se hace justicia. Derribar la cultura del silencio, dar voz a esas mujeres y poner este tema en el centro de la conversación para que esas chicas dejen de sufrir en silencio y puedan recuperar la paz. Y educar, educar a las mujeres y, por supuesto, a los hombres, a los niños en las escuelas…, hay tanto que hacer. Educar a todos para que las mujeres vivan sin miedo, libres, educar en una sana sexualidad afectiva, en un respeto absoluto por el otro, la otra, por todos. Educación y justicia. Condenas justas y una sociedad en la que nadie se crea con el derecho de violar, una sociedad en la que las mujeres salgan sin miedo a la calle.

Los hombres tenemos que dar un paso más y las mujeres deben estar más presente en los centros de poder, en la justicia, donde se toman decisiones, porque su opinión es fundamental. Se deben crear nuevas herramientas de prevención, un refuerzo especializado de la red de atención y más medidas de reparación. Y, para terminar, todo aquel o aquella que atisbe un ápice de responsabilidad en una mujer violada añade más violación a la violación. La violación es un acto de poder masculino y siniestro que arranca la delicadeza más íntima de la víctima para toda la vida. Ya está bien.

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