Para empezar, diré que me gusta el nombre: metaverso. Metaverso suena a un verso dentro de un verso, como un juego de muñecas rusas, como poner Google en Google o como esas palabras que esconden secretos en su interior. Metaverso suena a juego laberíntico y a láminas de tiempo y espacio que se superponen creando cavidades, restos arqueológicos y leyendas. Además, tiene su origen en la novela Snow Crash, de Neal Stephenson, y eso me anima. El nombre me gusta pero de lo del Metaverso tiene mucha plancha o, al menos, una columna.
Intentaré explicarme. El Metaverso es una nueva red social, una red de redes, un mundo virtual o una especie de Second Life. El Metaverso es un espacio numérico que flota sobre una virtualidad en donde llegaremos a pensar que estamos en otro universo, el Metaverso, claro. Será como teletransportarse a un Nuevo Mundo, ¿os acordáis de Matrix o la América Precolombina?, a través de gafas de realidad virtual, un buen chorrazo de 5G o 6G, 3D, streaming y otros complementos. Empresas como Facebook, Google o Microsoft están decidiendo apostar por este Macondo 2.0. Esta gente va muy en serio. Ya hay una ronda de 1.000 millones, solo para ponerlo en marcha.
Debo decir que la movidita me interesa y, a la vez, me pilla mayor. Me interesa porque está muy cerca, suena como encima nuestro, muy Black Mirror y brillante. Me interesa porque no podemos ni imaginar sus consecuencias y porque me flipan las preguntas. ¿Un avatar, que somos nosotros, que trabaja para nosotros, al que hemos dado vida nosotros para que, a cambio, nos de ingresos a través de una relación comercial en un espacio tridimensional, compartido y persistente? De locos. No sé si me seguís.
Intento explicarlo, otra vez. Un mundo paralelo donde viviremos una experiencia inmersiva y multisensorial a través de diversos desarrollos tecnológicos en Internet y en donde se establecerán relaciones económicas, comerciales, o sea pasta… Y esa es una de sus claves: un universo virtual soportando una lluvia fina de bitcoins y neo-capitalismo hasta el hartazgo. Como concepto, ya digo, casi me fascina, como una novela de Asimov, Bradbury o como una peli de Vigalondo. Escribiría con gusto un guion, si pudiera, o me vería todos los capítulos de la serie en HBO, si la hacen.
Pero a la vez, supongo que como cantaba Calamaro, “me estoy viniendo viejo”. Reconozco que me costó llegar a Instagram, paso de Twitter y Tik Tok me pilla lejísimos. Me pregunto qué aportará a mi vida una nueva red social más completa e inmersiva, y si quiero vivir a través de un avatar, y abrazar píxeles y no pieles, y si quiero invertir en virtualidad y abrir un fondo de pensiones en Bitcoins o comprar un trozo de la historia en Jpeg. Entiendo que si fuera jugador de vídeo-juegos, quizás, todo sería más sencillo.
Además, me preocupa que el Metaverso, como en Matrix, sea un paso más para alejarnos de la realidad. Nos plantean un mundo sin ninguna barrera, eso dice la Wikipedia, “una metáfora del mundo real, pero sin las limitaciones físicas o económicas”. Y, entonces, me planteo si hay vida sin limitaciones porque la vida son limitaciones, esfuerzo, dudas, deseos de superación y, finalmente, no siempre, superación de esos límites. Yo no quiero un mundo sin límites. Son los límites los que me liberan. En fin, tengo demasiadas preguntas y, otra vez, pocas certezas.
Las redes sociales han transformado nuestra realidad de una manera extraordinaria. Han cambiado como nos relacionamos y como somos. Algunos expertos señalan que este cambio es mayor al que produjo la Revolución Industrial y el Metaverso nos enseña que esto solo acaba de empezar. A veces imagino que somos Neandertales del mundo digital y lo que está por venir será inimaginable e inmenso. Por ello, atentos y cuidado.
Cuidado porque gracias a las redes, han nacido empresas privadas gigantes. Unas corporaciones con intereses propios que deben tener un seguimiento legal más estricto por parte de todos, Estados y ciudadanos, regulándose como se regula la educación o la sanidad. Y entonces me vuelven a surgir más preguntas, otra vez, y me pregunto de quién es la información que compartimos en las redes, hasta dónde podemos profundizar en nuestro derecho a la intimidad o sobre el derecho al olvido, hasta dónde deben llegar los usos cívicos o de estricta educación que en el mundo real se entienden y no en el virtual… Más preguntas.
En fin, que la complejidad que tenemos delante es inmensa y muy atractiva. Estamos aún muy lejos de responder a muchas dudas que me surgen así, de primeras, para esta columna. El Metaverso mola, claro que mola, y a la vez, me pilla mayor. Es Alicia en el país de las maravillas con su conejo y todo. Mola peros solo digo que quizás antes de tirarnos de cabeza a la piscina virtual del Metaverso le demos una vuelta y pensemos en una especie de Constitución Digital, o de Código Penal 2.0, de normas básicas, o al menos un debate al respecto. ¿Empezamos?