Santiago Coca, profesor que tanto me ayudó a ser parte de lo que soy, nos decía siempre que el secreto de esta profesión está en observar: “no es lo mismo observar que mirar”, y añadía subiendo la voz ronca, “el que mira dirige la vista, el que observa la detiene”. Uno, por obra y gracia de este trabajo suyo de la palabra, tiene la posibilidad de hablar con gentes muy distintas: médicos, abogados, comerciantes, parados, autónomos, profesores, estudiantes… Hablas con unos y otros, les observas, y adviertes la infinita distancia entre la ciudadanía y los políticos, entre nosotros y ellos, cuando todos sabemos que unos y otros somos los mismos, nosotros, todos.
No sé si, a estas alturas de la película, sabiendo que no estamos viendo una peli sino que somos la peli y que todas las pelis son un western, digo que no sé si a estas alturas los políticos son conscientes de esta extrañeza. Ellos son nosotros y, a la vez, quieren ser otros y se distancian. El mapa del tiempo anímico muestra un hartazgo generalizado, un pastoso cansancio y un hastío social. La situación resulta preocupante y la polarización, extrema. La gente está muy jartita de los dimes y diretes, eslóganes y frases hechas, de los spin doctors y asesores de imagen que lo convierten todo en casi nada. Una especie de spot publicitario sin producto.
En una sala aséptica, como un quirófano, un equipo de marketing prepara la próxima ocurrencia de un político cualquiera. Escriben frases sobre una pizarra blanca, hacen una lluvia de ideas, llaman a un guionista de la tele, a un cómico de stand up, a un analista en datos… “Comunismo o libertad”, “fascismo o democracia”, “Tú o yo”… Se empeñan en rebajar el nivel, en tomarnos por tontos, simplificar lo obvio, pisotear valores e ideas por conseguir un TT. Aún no se han enterado de que va la cosa.
Ese pálido punto azul, así se titula esta columna, no se me olvida, parafraseando el título de la novela de Carl Sagan, como en la fotografía de la Tierra tomada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de 6.000 millones de kilómetros. Así de distanciados, así de azul, así de pálido, así de lejos están los políticos –ojo que cuando hablo de políticos hablo de la GRAN POLÍTICA-, respecto del resto de la ciudadanía. Un pálido punto azul. Yo no sé si funciona esta manera de hacer política, ni cómo acabará, pero si sé que se encuentran levitando, ingrávidos, a años luz de la mayoría de la ciudadanía y de nuestros intereses concretos. Los políticos, y por extensión la política, esa gran política, como un pálido punto azul en medio de una nada infinita, una nada que se expande.
“La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica”, escribió Sagan. La situación es inaudita y desconcertante. La distancia justa, medida esta misma mañana al levantarme, es abisal, abismal e inagotable. Una distancia que tiende al infinito. El divorcio entre la realidad social y lo fingido por el político de turno repercute en las esperanzas, en los ideales, en lo bello de la política. La política, entendida como una herramienta perfecta para solucionar los problemas de las personas, se convierte en una especie de artefacto grosero para ganar elecciones.
Los políticos debería de dejar de escuchar tanto a sus spin doctors, a esos asesores de comunicación, a ese gabinete de sordos, y detenerse a escuchar el rumor de la calle. Olvidar los eslóganes, el látigo y la inmediatez de las redes, que atrapan y no sueltan, e iniciar un regreso a casa. Buscar a la gente, a los ciudadanos, salir a la calle, reencontrarse con los problemas que nos afectan, que nos preocupan, que nos ocupan… Unos gritan magnanimidad, concordia; otros, indignidad, ópera bufa; y los de más allá, aprietan el tubo de la pasta de dientes a sabiendas de que una vez que sale la pasta nadie la devuelve al recipiente. Irresponsables.
Ahora que los grandes políticos resultan más aburridos y radicales que nunca, sería bueno que escuchasen el susurro de Carl Sagan cuando dijo: “mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él, todos los que amas, todos los que conoces, todos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, vivió su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos”. Pues eso. Ellos somos nosotros y nosotros ellos y esta distancia, esa metáfora del pálido punto azul, no conviene.
Y de eso va lo de hoy: de observar, mejor que de mirar, de ese hartazgo generalizado, ese pastoso cansancio, que distancia a políticos y ciudadanos; de esa mota de polvo suspendida en un rayo de sol que somos nosotros, y de nuestra responsabilidad de tratarnos siquiera un poco mejor, los unos a los otros, políticos y ciudadanos, más responsabilidad, más honestidad, y de preservar y querer a ese pálido punto azul, el único hogar que siempre hemos conocido: nosotros, todos.