Carrero tiene la cabeza llena de ideas. Si pudiéramos entrar dentro de su cabeza y ver algunas de esas ideas, como en un documental de la tele o acercando un microscopio, veríamos esas ideas yendo y viniendo, sobrevolando, reptando, escalando, surgiendo unas de otras como células madre, una cantidad ingente de ideas infinitas, expandiéndose, replicándose, presionando su cráneo, queriendo salir por la boca, por los orificios de la nariz o las orejas. Una fiesta loquísima de ideas, muchos secretos y todas las voces. A Carrero le presionan tanto sus propias ideas que nunca es capaz de acabar una frase.
Carrero, Álvaro Carrero, aunque yo siempre le llamo Carrero, acaba de estrenar su última obra de teatro, “Un secreto a voces”. La última de Carrero, que estos días se puede en La Cochera Cabaret, es otra de sus comedias blancas, llenas de enredo, entradas y salidas y un ritmo trepidante de principio a fin. Uno de esos montajes teatrales necesarios, la comedia nunca ha sido tan necesaria, en los que te pegas todo el rato sonriendo o riendo a carcajadas, mezclando la cotidianidad desinhibida con un humor muy cosido a la actualidad y una ternura infinita por sus personajes. Siempre que veo una obra de Carrero pienso en Mihura, Poncela o Peter Sellers y, no sé, me pongo muy feliz.
El elenco de “Un secreto a voces” es oro del Perú, canela fina, espuma y amigos. Pablo Puyol, Virginia Muñoz, Miguel Ángel Martín y Noemí Ruiz, todos juntos completan un póker de cuatro fantásticos que te enamoran por su humanidad y simpatía. La química, entre ellos, traspasa la cuarta pared e inunda la sala. Un elenco de actores capaces de crear una serie de personajes geniales, muy carreristas todos porque todos son Carrero, con los que acabas en su sofá, tan agustito, como en una escena de Friends, pasando un instante fantástico y no queriendo que termine el espectáculo.
Carrero es un dramaturgo excelente que lleva, desde hace años, triunfando en el Muñoz Seca, uno de los teatros de la Gran Vía de Madrid, con otra de sus obras: “En ocasiones veo a Umberto”. Triunfar en Madrid, en la Gran Vía, durante años, ya digo, es jugar la Champions y besar la gloria. La gloria en Madrid es un cielo de color pastel y unas cañitas en La Ribera. Muy pocos lo consiguen. Carrero lo ha conseguido. Cuenta Carrero que alguien al llegar a la capital le dijo que había tocado techo a lo que él respondió que “el techo ya lo había tocado en Málaga llenando durante tres meses el Teatro Alameda”. Olé tú, querido amigo.
A Carrero le conocí en el despacho de un directivo de televisión. Ninguno de los dos sabíamos que íbamos a estar allí, fue una encerrona. Tras aquel día forjamos, no podía ser de otra manera, una amistad que llega hasta hoy y hemos trabajado juntos haciendo tele y monólogos por los bares. Debo decir, sin complejos, que es uno de mis grandes amigos y que mucho de lo que he aprendido del público, sobre las tablas, en el fino filo del directo, lo he aprendido de él. Carrero es una bomba de relojería a punto de estallar, dentro y fuera del escenario, un tipo que todavía no ha renunciado a estar en varios sitios a la vez y con el que cualquier cosa puede pasar y, advierto, suele pasar.
Al final del estreno, nos vemos. Hablo con él, con ellos, con las personas bajo las tablas, no con los personajes, ni los actores, con los amigos, tras la tormenta de confeti, los aplausos y las luces, tan bonitos y benditos: Vir, Noe, Pablo, Miguel, Carrero, pero también los otros que están por ahí, en el callejón, fumando y riendo como Salva, Nata, Mara, Carlos…, en el callejón de la cochera, allí, como miembros de un clan, y noto las burbujas, la magia, ese vértigo tras el estreno, y flipo con el subidón, el touch y la electricidad, una emoción que desborda y mola, que llega hasta estas líneas y que siento como mía. Enhorabuena. Solo por esta euforia, tras tantos meses de contención, siento que merece la pena.
Seguir a Carrero no es fácil, aviso y voy terminando. Esto ya lo conté en alguna ocasión. Carrero camina siempre con unos pasos largos y algo desbaratados, y la cabeza siempre adelantada, como si quisiera alcanzar alguna de sus ideas, esas ideas que bullen en el interior de su cráneo rapado, ideas que a veces se escapan volando y se sitúan varios metros por delante del resto. Entonces él aprieta el paso y le pierdes durante un rato. Carrero camina tras sus ideas y seguirlo no es fácil.
Carrero siempre está tramando algo, macerando una flamante idea loca, un montaje, un corto, una nueva producción, otro monólogo…, entre Poncela y Sellers, ideas, ideas, más ideas, yendo y viniendo, sobrevolando, surgiendo unas de otras como células madre, expandiéndose, replicándose, en el AVE, entre Málaga y Madrid, en su isla de La Cala, junto a Vir y Samu, presionando su cráneo, queriendo salir por la boca, por los orificios de la nariz o las orejas. Una fiesta loquísima de ideas, muchos secretos y todas las voces que contagian a sus actores, a su público, hasta ser todos del mismo clan, carreristas. Tiene tantos proyectos que al hablar se traba y parece que nunca va a acabar una frase.