Tal día como hoy, un cinco de junio de 1898, nacía en Fuente Vaqueros, provincia de Granada, Federico García Lorca. Federico, poeta, dramaturgo y prosista. Sin duda, uno de los más influyentes y populares autores de la historia de la literatura española. Así lo aprendí en el cole, como casi todos vosotros, y así lo escribo hoy.
Federico nació poeta y artista “como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo”. Federico nació poeta y artista e hizo de su vida un poema, una obra de arte, una tragedia, al final, antes del telón lento y el fundido en negro, en una noche oscura bajo una ráfaga de tiros. Federico nació poeta para pervivir en su obra, para siempre, para recordarle ahora, ayer y mañana. Es justo y necesario.
Celebro la efeméride con el último libro de Ilu Ros, Federico, que es una joya o un milagro. Sin duda, lo mejor que he leído en mucho tiempo. Ilu Ros, que me recibe en Sevilla, ha escrito una novela, biográfica e ilustrada, que nos acerca a un Federico como nunca antes lo habíamos observado, lejos del ciché y cerca del alma, que nos avecina a un poeta tan íntimo como universal, tan humano como genio divino.
A través del lápiz y la sombra, de la palabra sencilla, tras un sólido trabajo de documentación y un “trazo libre, evocador y personalísimo”, como dice Elvira Lindo, Ilu Ros da voz a aquellos que conocieron a Federico, que lo frecuentaron, en su años granaínos o en sus juergas líricas en la Residencia de Estudiantes. Da voz a su entorno y recoge la suya, la voz de Federico, con su grácil acento andaluz, su voz desnuda, la voz del hijo, del hermano, del amante enamorado… Ilu fusiona voces, palabras, ilustraciones, emociones, toda una vida y lo hace tan bien y tan bonito.
Ilu dibuja, con altas dosis de respeto y sensibilidad, a un Federico que es luz y alegría, pero que también es pena, desamor, muerte y genialidad. Ilu me dice que “Lorca te remueve por dentro porque podía mirarte por dentro”. Ilu me dice que en la EBAU, la Selectividad para nosotros, le dieron a elegir entre Azorín y Federico y que de ahí, de alguna manera, empezó todo.
Dicen de Federico que daba igual lo que contase: los demás siempre le escuchaban con atención. Federico, entre los niños, junto al maestro Falla, con las mujeres de su casa, alejándose de Dalí, esculpido por Emilio Aladrén… El escritor soberbio, el amante herido, el cuentista, el pianista, el de La Casa de Bernarda Alba, el poeta en Nueva York, el eterno desenterrado.
Reviso, otra vez, la obra de Federico, solo Federico porque como dice Ilu “no sé si existe un nombre tan unido a una persona”, y vuelve esa atracción poderosa que me sobrecoge, la capacidad única de unir la calle con lo mítico, sobre una palabra prodigiosa y una imagen surrealista, bella, dramática, una imagen vista una y mil veces que Federico convierte siempre en imagen nueva y actual.
Le digo a Ilu que estoy cansino, que recomiendo a todos su libro, “Federico de Ros”, voy diciendo, su joya o su milagro, que estoy pelín obsesionado y que en casa ya me lo advierten. Ella ríe. Hablamos del odio de Bernarda, de las aspereza de Yerma, de la empatía de Federico, de cómo nos sigue removiendo a las distintas generaciones, de su vida poética y de su poesía vivida. Ilu, gran dibujante y contadora de historias, me dice que ha estructurado el libro como una obra de teatro, como un drama lleno de rendijas y salidas de emergencia, porque su vida y su obra están interconectadas.
Interconexiones, rendijas, salidas de emergencia y paralelismos que llegan hasta hoy. Federico vivió una pandemia y la asfixia del fascismo. Como en estos días. Otro tiempo, el mismo tiempo. Le pregunto a Ilu Ros al respecto y es clara: “era un hombre comprometido con la política, no con un partido político, comprometido con la libertad, así que Federico diría lo mismo que entonces, lo mismo que hay que decir hoy”.
Me despido de Ilu y quedamos en que si viene a Málaga nos veremos. Le doy la enhorabuena y las gracias, como me sale, porque no muchas veces tienes la oportunidad de agradecer, y yo sigo recomendando su libro, como Elvira Lindo, Luis García Montero o Andreu Buenfuente, un libro que llevo a todos sitios, en plan sobaco ilustrado. Nos despedimos y vuelvo a Federico, a su fulgor eterno, a su desafío constante, al arrebato oscuro, y creo que tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura, tan Federico.