La foto apareció por casualidad. En el fondo las cosas tienen su propio plan secreto, pensó. Una foto en un viejo álbum, una foto olvidada, de ellos, juntos, abrazados, frente a la cámara. Una foto en blanco y negro, una foto borrosa, tras una niebla de tiempo, como si fuera más antigua de lo que era. Una foto de ellos, más jóvenes, en Estados Unidos, en un garito de Wildwood, New Jersey. La historia de una foto, la foto dentro de aquella historia.
La foto no era una foto más. Aquella foto le recordó a los días en los que todo empieza. Cuando todo es conjetura y deseo. Sintió que es una pena no leer como un niño o dejar de besar como un adolescente: las primeras veces. Aquella foto le hizo pensar en andenes y en autobuses verdes que llegan a la ciudad; en él esperando con las manos en los bolsillos y en ella bajando del bus, con una sonrisa gigante y unas ganas tremendas de volver a empezar.
La foto tenía inmortalizada su sonrisa. Eso le gustó. Le gustó mucho. A él le volvía loco esa sonrisa y a ella le gustaba como él repartía las cartas. Ella sonreía en la foto, como aún lo hace ahora, años después. Una sonrisa despreocupada, eterna, bellísima… Porque a pesar de las capas de tiempo y espacio, “una no deja de sonreír como la niña que fue”, y añadió, “que es”, y sintió un calor agradable de felicidad.
La foto le llevó a su historia, a una agradable felicidad sosegada. Cuando eran humo en el aire y empezaban a aprender a desaparecer. Muchos años, en verdad, pocos años. El tiempo siempre es relativo, un secreto, una pregunta; el tiempo cambia el aspecto pero no la esencia; el tiempo pasa demasiado rápido. Pensaba en estas cosas del tiempo mientras acariciaba con los dedos la foto. Aquella foto puede que tuviera más de 20 años, toda una niebla de tiempo. Al darle la vuelta vio escrita una fecha: julio del 98, ponía en lápiz. Se preguntó quién hizo la foto, quién estaba detrás de la cámara. No supo contestar. Ella sonreía, y él no. Alrededor la gente bailaba drogada de amor y verano.
La foto fue la del viaje a Estados Unidos, concluyó en silencio. Verano del 98: meses de vino y rosas. Comían en carne el KFC y helado en Sheashell, escuchaban a Bowie, volaban en bicicleta por la ciudad hasta el siguiente trabajo, despertaban juntos y el tiempo parecía haberse detenido en el ojo de un huracán. Lo hacían todo juntos, en serio, como ahora. Vivían en una casa en Garfield Street, un barrio de negros que flipaban al ver a dos niñatos blancos y europeos sin nada que perder. Ellos saludaban, les guiñaban un ojo y decían: “Heyyy, mannnn…”. Compraban galones de leche, fruta y tabaco. Eran felices y ella sonreía en la foto.
La foto demostraba que fueron felices, eso seguro. Se preguntó si más felices que ahora. Y tras un rato, entendió que solo era una felicidad distinta, más ingenua y despreocupada, más libre quizás, pero menos experimentada y menos sutil. Al final, la felicidad consiste en amar y ser amado mientras la vida sigue dando vueltas ahí fuera. Una felicidad bajo capas de tiempo y espacio: submarismo, arqueología, estar dentro.
La foto era una de aquellas capas de tiempo y espacio pero era una foto especial y distinta. Ella colgada de él, sonreía, y él, tan febril, que no sabía aún a donde disparar. Un brazo despreocupado que le rodea, como un lazo envolviendo un regalo, y una mano que agarraba algo junto al hombro. Quizás sostiene un paquete de tabaco. Al fondo, supuso, sonaba Cher, Alanis o Pulp.
La foto podría haber sido la primera de todas, el inicio del todo, como una primera noche inventada. Aquella foto le pareció especial y distinta, y quiso guardarla para siempre, o escribir un cuento sobre ella. Un cuento o una columna pop, la más libre, la más querida, lejos de los aplausos, las críticas o los Likes, como un regalo de cumpleaños.
La foto era especial y distinta. Podría haber sido una foto de una de sus mudanzas, su primer paseo por la playa que fue un paseo por la luna, su primer desvelo que superaron juntos, la llegada de su primera hija, de la segunda, su huida al sur, las despedidas de todos aquellos que se fueron, todos sus proyectos y aventuras, juntos, siempre juntos… La foto parecía el origen de todo, bumm, el big-bang, la primera de un gran juego de muñecas rusas que se escondían unas dentro de otras hasta el infinito y más allá, hasta el día de hoy o hasta su próximo cumpleaños
La foto le hizo recordarlo todo, en un instante, para siempre. Aquella foto podría haber resumido la vida de ambos, todo, ya digo: aquel verano, casi 25 años, el día de hoy, el viaje, la voz, el silencio, la luz y el momento, Estados Unidos, Lisboa y Málaga, el plan secreto, los autobuses verdes, el tabaco, el brazo, el lazo, el huracán y la sonrisa. Aquella foto apareció por casualidad porque en el fondo las cosas tienen su propio plan secreto.