Una bruma de píxeles

15 Ene

Miro tus fotos. Las miro una a una. Me tomo mi tiempo. Observo cada detalle de cada una de ellas. Me gusta hacerlo. Imagen JPEG. 1920 x 1080. 1.86 MB. Untitled0042. Soy un voyeur, un francotirador.  Ahí estás, frente al mar, frente al espejo, frente a mí, ahora un selfie. La calidad es excelente. Podría pasar horas mirándote. Pienso que la fotografía tiene algo mágico, siempre sobre un filo sorprendente y luz.

Nos pasamos el día haciéndonos fotos y mirando fotos. Las hacemos en todo momento. Las miramos constantemente. Para celebrar, para asumir que estamos vivos, para el recuerdo, como un souvenir, para nada. Le doy vueltas a lo difícil que es pensar sin imágenes, en el acto de exhibición, en lo ritual, en lo azaroso.

No recuerdo quién me hizo aquella foto. Tampoco recuerdo dónde es. Supongo que es una playa del levante español. Yo tengo unos cuatro años y, sentado, juego a amontonar una arena muy blanca como nieve. Curiosamente, la misma postura, curiosamente la misma perspectiva que una foto de mi hija Álex con la misma edad que encontramos, por azar, en el carrete de nuestra vieja Nikon.

Fotografía de una fotografía para sostener una columna que sale en tu pantalla y que se refleja en tus ojos, amigos lector. Un juego de muñecas rusas. Las fotografías, de alguna manera, son un juego de muñecas, un espejo de lo que somos. A pesar del postureo, del activismo estético, de los filtros y el Photoshop, incluso más allá de las fotos que no nos hacemos, esas que se borran, que ya no existen ni existirán, en todas esas fotos, sospecho, que  hay un espejo que guarda un reflejo congelado de todos nosotros, cierto espíritu.

Amplío tus fotos. Veo cada uno de tus lunares, el pelo suelto, la mirada como una flecha, veo el horizonte que se pierde, allí donde uno ya no sabe distinguir entre el cielo y el mar, tus labios, tu pecho, las pestañas negras y largas. Amplío tus fotos hasta llegar a una bruma de píxeles donde acaba todo y empieza tu ausencia.

Fotos inquietantes y perturbadoras, desenfocadas, ulteriores, de amigos, de amantes, de padres y madres, fotos de familia, antiguas, fotografías domésticas, clandestinas, pornográficas, intangibles, analógicas, de duelo, de alegría, publicitarias, bajo el agua de una piscina, en ciudades lejanas, en playas olvidadas…, buscando lo intangible, la búsqueda de lo infraleve, de esa experiencia que se escapa del ojo, última y original.

Imagino un mundo sin fotografías, “pensar sin imágenes”, como dijo Aristóteles, afantasía, creo que se llama. Resulta complejo, resulta una utopía, una gran putada, una ceguera blanca, como lo escribió Saramago, que se expande de manera fulminante.  Me gustan las fotos. Imagino estar ahora, aquí, sólo, en estas horas de niebla y frío sin poder mirarte a través de la pantalla: no ver ahora como escapas de todos esos hombres, no ver tu sombra sobre el paseo marítimo, aquellas vacaciones en Marruecos… Sería inverosímil, absurdo.

Hablo con Daniel Pérez, fotógrafo de El País y Efe. Me gusta conversar con fotógrafos, mis compañeros, los fotoperiodistas. Ellos ponen la imagen y nosotros las palabras. Entre ellos y nosotros, que somos del mismo ejército, tenemos que establecer siempre una negociación, un espacio común, para sacar adelante la noticia. Le pregunto cuál es el secreto para una buena foto y él contesta: “la luz, la luz es todo” y, después, hace una paradinha, y sentencia,  “…y el momento”.

Pienso en nuestra foto, aquella que solo tú y yo hemos visto,  la que nunca nos hicimos, la que nos hicimos y borramos, el recuerdo de aquella luz, aquel momento, tu sombra en la pared, una imagen poética capaz de sugerir intuiciones, imperfecta pero de una belleza absoluta, en aquella habitación,  justo antes de decirme que te ibas, que te ibas otra vez. De fondo, sonaba Creep, de Radiohead, grabada en 1992.

Una respuesta a «Una bruma de píxeles»

  1. Una imagen vale más que mil palabras. La foto, el único instrumento que para el tiempo y ese momento, que no volverá, nunca muere. Momentos felices, que ojalán volvieran y otros no. Agridulce como la vida misma.

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