Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un negacionista. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño. Así comienza esta columna. Gregorio Samsa, un viajante de comercio que mantiene con su sueldo a su familia, se despierta convertido en un negacionista.
No pretendo convencer a nadie con estas líneas. Menos a los negacionistas, ni siquiera discutir con ellos. Prefiero tener paz a tener razón. En todo caso, advertir del peligro de ciertas teorías de la conspiración y de ese loco desafío de poner en duda a la ciencia y, con ello, de ponernos en peligro a todos. Advertir al resto, a los que no somos así, la inmensa mayoría, a los que somos responsables y solidarios, del verdadero peligro, eso sí, de esta armada de la conjura.
Vayamos por partes. El negacionismo es, en estos días, ese movimiento que rechaza que exista una crisis epidemiológica basándose en afirmaciones sin criterios científicos. Por ejemplo, un negacionista asegura que “las mascarillas no sirven” y que “provocan enfermedades”, como dice Samsa en la intimidad, cuando la OMS ha concluido que las mascarillas tienen una eficacia para evitar la transmisión del 79%.
Los negacionistas le dan a todo. No tienen prejuicios. Estos días, Samsa sigue con la matraca de que “el virus se creó en un laboratorio”, de que detrás del truco que no vemos están los gobiernos, las tecnológicas y Bill Gates, y que “las pruebas PCR no sirven” o, más loco y peligroso: un día Samsa llegó a decir a su cuñado que “no hay muertos” y que “todo es un invento”. Dicho así parece imposible e increíble pero existir, os lo aseguro, los negacionistas existen, como Gregorio Samsa, son miles y están entre nosotros.
Los negacionistas ven enemigos en todas partes. Médicos, psicólogos, educadores, periodistas, biólogos, virólogos, todos pagados, todos engañando al resto del mundo con nuestro trabajo, en la gran mentira. Yo mismo, como periodista, recibo cheques todos los meses por estas columnas, (es broma, eh). El objetivo, de todos nosotros, sería demostrar que la pandemia es real, refutar que las UCI se colapsan con cada nueva ola y confirmar que los muertos también son, lamentablemente, de verdad.
Los negacionistas siempre tiene un argumento loquísimo donde agarrarse. Han defendido, a lo largo de la historia, que la Tierra es plana, que las especies no evolucionan, que el SIDA fue un castigo divino a los sodomitas y el holocausto nazi, por supuesto, el resultado de un invento del sionismo, que el cambio climático es otra trola y la violencia de género una percha de las feministas, “que son muy hijasdeputa”, dice Samsa con recelo, casi asco. Tienen para todos, cuando se ponen.
Sigo con Samsa. Un grupo de Telegram y mucho ruido. Miles de personas, opinando a la vez, teniendo su post de gloria, su segundo de fama efímera. Check, check, check… Una manada de negacionistas lanzando, como piedras afiladas, sus teorías de la conspiración, orquestando su próxima trama, o una quedada en el centro. Gregorio Samsa, copia y pega mensajes, hace capturas de pantalla, y envía notas a sus grupos: familia, trabajo, amigos del barrio… Gregorio piensa en lo equivocados que estamos todos y diseña la misión que tiene por delante.
En serio, partamos de una verdad y seamos claros de una vez por todas: el negacionismo pone vidas en peligro. Lo dicen los expertos, los científicos, el personal sanitario que se está dejando la vida en la primera línea del Covid y que sí ven a los fallecidos en directo. Desacreditar la ciencia y la investigación es un insulto a la inteligencia y un atentado objetivo contra la salud. No ponerse la mascarilla, negarse a una vacuna segura, abarrotar un espacio cerrado, como aquellos judíos ultraortodoxos de NYC, o colapsar de humo y fakenews las redes, es una seria amenaza que debemos combatir. Poca broma.
Noam Chomsky, que es activista y filósofo, y siempre creo que acaba de salir de una peli de Woody Allen, sostiene que “la gente ya no cree en los hechos”· Falta confianza, cada vez nos fiamos menos, todo se cuestiona, devaluamos la verdad a cada instante, la relativizamos… Pegados a nuestra pantalla azul, hipnotizados por el universo digital, olvidamos los argumentos en beneficio de las emociones y entonces, ohhh mammá, brotan los negacionistas como Samsa o como Bosé. Molinos o gigantes, comienza la discusión. Todo puede valer en este instante de la historia.
Es lo que una asesora de Donald Trump definió como “los hechos alternativos”. Ante ello, no nos queda otra: la ciencia. Porque la ciencia, aunque nos hagan creer lo contrario, tiene su grandeza monumental en la duda, en que es mutable, nunca definitiva. La ciencia es útil en tanto en cuanto no resulta una verdad total, jamás, en ningún sitio. En cualquier momento, la ciencia puede ser impugnada, refutada, renovada…, justo lo contrario de las creencias negacionistas que son monolíticas, sólidas, mágicas, incontestables e irresponsables.
Ante el peligro de los antivacunas, los de las terapias alternativas, conspiranoicos que hablan del timovirus y creen que nos van a inocular un chip, tenemos que levantar el muro de la ciencia. Explicando que la ciencia es rebatible, sí, pero con pruebas científicas que respalden la contrariedad. Que la ciencia es progreso, sí, pero porque duda y esa duda es el arranque del motor de nuestras sociedades. Porque la ciencia es y será el único arma que nos sacará de esta crisis. Debemos ser claros, no nos queda otra, ante el fracaso de la inteligencia, siempre la CIENCIA.
Gregorio Samsa recuerda este verano. Aquella mani en Colón, sin mascarilla ni distancia, viajar hasta la capital y gritar con otros como él aquello de «la pandemia es una farsa», o «bote, bote, aquí no hay rebrote», o eso de «falsos test, falsos positivos». Lo recuerda con nostalgia y, de alguna manera, se siente solo y especial, mientras agarra su respirador, tose y se duele de las secuelas del Covid-19, apenas puede respirar, creyéndose un monstruoso insecto, como en La Metamorfosis de Kafka, o así.