Mi amiga Adriana Escalona, una de esas amigas que te conoce hasta el fondo y te dice las cosas de verdad, como debe ser, me manda un mensaje en una botella: “Roberto, últimamente escribes columnas muy tristes”. Y yo reviso mi trabajo y solo puedo darle la razón. Gracias, otra vez. Escribo triste, sí, desde hace meses, como dentro de una canción de Antony and the Johnsons, a la luz de este atardecer eterno, sobre este tiempo robado, tal y como estamos. Ya ven, otra vez, me he puesto poético y triste.
Intento enmendarme. Me digo que la próxima será distinta. Tomo un café con una amiga necesaria, una malagueña fundamental, la actriz Virginia Muñoz. La Muñoz si no existiera habría que inventarla. Vir da muy buenos abrazos, suele decir cosas muy de verdad y las acaba en una gran sonrisa. “Sabes, los que estamos bien tenemos la obligación de ser positivos y proyectar esa positividad en los demás”, me dice. Luego sonríe y me deja pensando.
Recuerdo que Anita, mi hija pequeña, en medio del confinamiento, hizo un cartel -el lettering se le da de lujo, con todos esos colores y formas imposibles-, que nos encantó y pegamos en la nevera. “Si quieres estar animado, anima a los demás”. Siempre que abro la nevera para coger algo, veo el cartel luminoso y, de alguna manera, sale el sol y me animo.
Le propongo a Antonio Rubio, con el que hago un podcast que se llama “Wüay, ¿por qué no podemos ser amigos?”, un programa extraño y divertido, le propongo, digo, hacer una lista de lo bueno que nos está dejando la pandemia. Sí, ya sabemos que la pandemia es un “TODO MAL”, así en mayúsculas y negrita, que aquí perdemos todos, pero se lo propongo para confirmar que siempre se puede rascar algo y nos ponemos a ello, para animarnos, para animarles, a los oyentes, a nosotros que también somos oyentes. Rubio es rápido, eso me gusta, y empezamos a crear.
Apuntamos en la lista. Cosas buenas de la pandemia. 1. Hay menos contaminación. 2. Hacemos filas. 3. La pregunta “¿qué tal?”, ahora tiene todo el sentido. 4. Este verano, las playas eran tranquilas y silenciosas 5. Estas navidades, tal y como va la movida, no habrá peleas navideñas. 6. Ahora, todo está más limpio y huele mejor. 7. Nos hemos dado cuenta de cuáles son las cosas realmente importantes.
Hay más buenas noticias. Entrevisto a Benjamín Prado que es uno de los grandes, escritor y detective, y que siempre es muy amable con nosotros. Me dice que el índice de lectura ha subido, y que editoriales y librerías cubren sus expectativas económicas. Brindamos por ello y yo, que soy tozudo, sigo dándole vueltas a las cosas importantes como la suerte de poder conversar con gente tan brillante como Benjamín, como la suerte de escribir esta columna.
Pienso en las cosas importantes de la vida. Me gustaría hacer otra lista -soy muy de listas, ya ven- pero, en verdad, no son cosas, no son materiales físicos quiero decir, sino algo distinto: quizás espuma, ceniza, nubes… Quiero hacer una lista y me inunda una cascada. Las cosas importantes de la vida, me digo, son momentos, emociones, recuerdos, lecciones, la piel… Y entiendes que lo importante nunca son las cosas.
Pienso en lo que importa, a pesar de la pandemia o gracias a la pandemia, en esos pequeños detalles que nos hacen la vida mejor. Estar con mis niñas. Hablar con ellas. Reír con ellas. Cantar en la ducha. Poner la música alta y cantar más alto. Gritar. Besarte, abrazarte, darme la vuelta y dormir. Decir: “te quiero”, “te echo de menos”, “perdona”. Llamar a mamá. Respirar profundo, echar a correr y zambullirme en el mar. Recordar a papá. Correr descalzo por la arena. Ver el amanecer o atardecer , otro milagro, desde Los Rubios. Montar en bici. Pasear con Roma. Pensar, repensar, pensar distinto. Acabar el día y hacer balance contigo. Leer. Escribir. Bucear. Trabajar y seguir pensando que es un juego. Seguir trabajando duro, muy duro, en lo que tanto me gusta.
Trabajo en lo que me gusta y conozco a gente maravillosa que me enseña mucho. Javier Boxó, que es todo corazón, me cuenta el lío de la Pantoja. Y yo pienso que vivimos días rápidos entre la tragedia de la pandemia y el drama de la Pantoja. Y entre una cosa y otra, pasan las semanas y se echa encima el otoño, y luego pasarán los meses, los años, y toda esta crisis pandémica se perderá como lágrimas en la lluvia, y solo será un recuerdo de nuestros nietos. Creo que es el momento de aplicar cierta perspectiva.
La suerte de mi oficio. Converso con Javier Calleja, uno de los artistas contemporáneos españoles que más proyección tiene en el extranjero, un malagueño de talento que está exponiendo simultáneamente en Miami, Shangai y Tokio, y antes de acabar le pregunto donde se ve en unos años y responde: “esta crisis nos está enseñando que hay que vivir cada día intensamente y no hacer planes a largo plazo y, si los hacemos, dejar una puerta abierta”.
Siempre dejar una puerta abierta, una luz encendida, saber que la salida está en uno mismo, que la salida siempre es hacia dentro, centrarse en los detalles, en este día, hoy, partido a partido, pensar las palabras y las personas, cambiar la perspectiva, animar a los demás… Termino: no hay ninguna prueba de que disfrutar cada momento nos haga mal. Así que, esperando que esta columna no me haya quedado triste y penosa, dejemos estas líneas y empecemos de nuevo, por el principio.