Esta columna sale del estómago. En ocasiones, las columnas surgen del cerebro y son analíticas, matemáticas, certeras. Otras veces, se deslizan desde las manos y son poéticas, bellas, frágiles… Hay columnas de corazón, y otras que te salen con los pies, son las peores, hay columnas por cojones, de uñas, con una mirada profunda. Esta columna es un vómito, sale del estómago.
Escribo estas líneas urgentes en un rato, en un rapto, en un jueves. Desvelado, comiendo techo, pensando en todo, pongo la radio y escucho los últimos datos del CIS: “somos nosotros”, me digo, “nosotros frente al tictac del espejo, desnudos, con frío, asustados”. Nosotros en estado de shock, ante el precipicio y yo me levanto de cuajo y quiero escribir esta columna.
La encuesta sobre la pandemia es un disparo en la cabeza. Según el estudio del CIS, casi el 80 % de los españoles tiene temor al futuro, al 64% le espanta perder el trabajo o que lo pierda algún familiar. Más de la mitad tiene miedo a enfermar. La mayoría opina que no recuperará su vida de antes. El estado de ánimo de la sociedad está mal, muy mal.
Mucho antes de que suene el despertador, salgo de casa. Tengo que escribir. Toque de queda. La ciudad está vacía, las carreteras vacías. Nadie, solo la noche despejada y al fondo el mar. En los paneles de tráfico se puede leer, otra vez, “ESTADO DE ALARMA”. Me voy a la radio. Tengo que escribir sobre este temblor, la corriente eléctrica que nos paraliza, esta frustración, el miedo.
Pienso frases que salen despedidas. En la tragedia sólo conmueve lo verosímil. Los datos son de verdad aunque nos mientan. Ya han muerto más de 40.000 personas. En la última semana, más de 1.200. Y, entonces, recuerdo a El Roto cuando decía, negro sobre blanco, en aquella viñeta mítica, que “cuanto más claros ves los números, más borrosas ves a las personas”.
En España, todos los días se caen un par de aviones y mueren todos sus tripulantes en el accidente. Todos los días, como una letanía fúnebre, dos aviones, cientos de muertos y lo vemos mientras cenamos como el que ve los deportes o el último enredo de Sálvame. Lo vemos y, aunque parezca que no, cala, porque todo cala, tocados por dentro, heridos de muerte, aunque miremos a otro lado, sí, todo cala como una lluvia.
“Una lluvia de disparos”, me dice una de mis periodistas favoritas, mi querida Débora Díaz, y nos vamos enterando de familiares, amigos, conocidos, positivos, asintomáticos, aislados, con síntomas, graves, en la UCI, muertos. Las balas nos rozan, silban, ya son nuestras, nuestras balas, y es entonces cuando los datos se convierten en nombres, en conocidos cercanos, queridos, y cuando necesitamos, más que nunca, los abrazos robados.
Necesitamos los abrazos de la familia, de los amigos, de todos, nos falta romper este espejo y salir por fin del túnel, volver a abrazarnos. Uno de cada cuatro españoles ha vivido el dolor de la perdida de algún familiar, amigo o conocido. Nuestra segunda causa de miedo es la pérdida de esa relación directa, con ellos, con nuestra familia y amigos, que somos todos nosotros, sus abrazos, su presencia, su esencia… Echo la cuenta del tiempo que llevo sin ver a mi madre. Tan lejos, tan cerca. Demasiado tiempo, un tiempo insoportable que nunca más volverá, que ya se ha ido.
Se nos está haciendo largo, sostengo. Pasan las horas, pasa el día, este jueves infinito. Hablo con una amiga que acaba de pasar la Covid-19. Me dice: “cuando esta enfermedad entra en tu vida con ella llega el miedo, la rabia, la culpabilidad…, hay tanta incertidumbre y desconocimiento”, y me habla de cambio, de esperanza, de despertar. A ella, que es una mujer extraordinaria, le ha ayudado la meditación, y ha podido reflexionar y aprender. Antes de colgar el teléfono vuelve a la carga y me repite: “tenemos que cambiar, Roberto, despertar”.
Salgo a correr unos kilómetros, vuelve a caer la noche, otro día más, y todo está cerrado en la ciudad. Otra vez, el apocalipsis, la distopía, la peli que no acaba… Suena en mis auriculares lo último de C. Tangana que ya es un pelotazo, una especie de bachata original y adictiva y me quedo con eso, cuando dice: “tú me dejaste de querer”, y pienso en el tictac de los espejos, en nuestra desnudez y fragilidad, en los datos y en los paneles en la carretera: Estado de Alarma. «cuando más falta hacía, cuando más te quería, se te fueron las ganas, toma que toma».
Vuelvo a casa para terminar el día, para terminar esta columna y pienso en una montaña, una montaña de palabras que nos sepultan: coronavirus, curva, incertidumbre, miedo, positivos, vacuna, Palacio de Hielo…, y creo que deberíamos empezar a cambiar las palabras para empezar a cambiar nosotros, primero, y justo después el mundo, como lo ha hecho mi amiga, para cambiar nuestro estado de ánimo, esta imagen frente al espejo, las balas por los abrazos: cambio, esperanza, despertemos… Primero, las palabras, y luego, nosotros.
Como siempre has tomado el pulso de lo que sentimos en estos momentos.magnifico.