Mindo: la espada y el mar

6 Nov
Tokio, Japón, noviembre de 2020.

Cuenta la leyenda que Japón fue creada por una espada. Dicen que los antiguos dioses hundieron una hoja de coral en el océano y cuando la sacaron cuatro gotas perfectas volvieron a caer al mar, y esas gotas crearon las islas que dibujan el país del Sol Naciente. Japón está sobrevolando la pandemia sin apenas daños, “cuatro gotas”, diríamos aquí. El país Nipón no llega a los 2.000 fallecidos desde febrero y el índice de mortalidad es bajísimo. Allí no se han tomado medidas drásticas como confinamientos obligatorios, ni toques de queda, ni ha habido tanto debate, ni ruido, ni furia… ¿Cuál es su secreto?

Desde esta orilla del mundo vemos estupefactos dos realidades muy distintas, la suya y la nuestra, sin alcanzar a entender nada mientras intentamos agarrarnos a la siguiente verdad -que es tan breve-. La explicación, sostiene el filósofo Byung-Chul Han, está en la responsabilidad ciudadana, o sea en lo que hacemos cada uno de nosotros, en el justo cumplimiento de nuestras obligaciones: responsabilidad y solidaridad, digamos.

Leía el otro día que este filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, que piensa desde Alemania y mira a todo el mundo, autor de La sociedad del cansancio, recordaba una respuesta que dio a la prensa el ministro de Economía japonés, Taro Aaso. Al parecer, le preguntaron eso, que cuál era el secreto de su país para combatir la pandemia. El ministro respondió, tajante, chovinista y oriental, dejando caer de su boca la palabra: mindo. Mindo se puede traducir de forma literal como “nivel de las personas”, aunque va más por “nivel cultural de la sociedad”, la espada y el mar.

A estas alturas, vamos aprendiendo algunas cosas de la pandemia. Somos malos con las predicciones, sí, pero aprendemos rápido y sabemos adaptarnos. En poco tiempo, hemos adquirido ciertos hábitos imposibles de imaginar hace tan solo unos meses. La mascarilla, la distancia, los confinamientos, los toques de queda, la ausencia de los abrazos… Nuestras vidas han cambiado por completo y seguimos con ellas a cuestas, seguimos porque de eso va la vida, de seguir adelante. Sin embargo, no todos estamos al nivel, a la altura de ese mindo, de ese nivel de las personas, de la sociedad.

Los disturbios en muchas ciudades de España son el ejemplo de esa falta de responsabilidad. Más o menos cuestionables, las decisiones adoptadas por los gobiernos europeos  tienen el objeto de salvar vidas. La paradoja es brutal cuando entendemos que esos jóvenes se manifiestan en contra de las medidas, o sea en contra de la posibilidad de salvar vidas. Que existan grupos de adolescentes celebrando fiestas ilegales en pandemia, o familias enteras bautizando bebés en espacios cerrados, es un síntoma del resquebrajamiento del mindo en este rincón del planeta.

Esta semana, veíamos  un vídeo grabado con un móvil en las calles de Barcelona. Lo pusimos en la tele y lo comentamos. En primer plano, un hombre de mediana edad tocando su teclado electrónico. Interpreta Eternal Flame, “Llama Eterna”, de The Bangles, la mítica canción de los ochenta. El señor interpreta y, al fondo, se ven las luces azules de la policía, el sonido de los pelotazos y los cristales de las botellas rotas contra el suelo, los antidisturbios, las carreras, las hostias y las detenciones. Frente al ruido y la furia, frente al caos y la algarada, de pronto surgía la belleza, la música, la paz y la esperanza. Y yo pensaba al ver el vídeo que, aunque las cosas no vayan bien, que no van bien y parece que irán peor, siempre nos quedará la música y la belleza, un brote verde de responsabilidad, de solidaridad, una canción, una llama eterna, inapelable.

Porque cuando hablamos de responsabilidad, también hablamos de belleza y de bajar el balón e intentar calmar las cosas. La responsabilidad es un ejercicio global, de civismo, que tiene que ver con las cosas más obvias, como la mascarilla o la higiene, pero también con otras cuestiones más profundas como lo que decimos, lo que callamos, lo que enseñamos en casa, lo que hacemos cuando nadie nos ve…

Una señora fantástica comparte un post, de esos de copia y pega, en un muro de una red social. Dice así: “mascarilla al salir de mi casa para ir a caminar, al supermercado o a la farmacia, para ir al médico o a hacer alguna diligencia importante, incluso la uso para recibir entregas a domicilio. Me quedo a dos metros de distancia de ti, me quedo en casa en aislamiento social, lo máximo que puedo. Quiero que sepas que te respeto. No, no “’vivo con miedo» del virus, solo quiero ser parte de la solución y no del problema”.

Otra vez, la palabra llave: respeto, mindo, o sea saber estar. La persona que comparte el post es una mujer sin miedo, activa, responsable, solidaria, que no se siente como si el ‘gobierno le controlase, que se siente como un adulto que contribuye a la sociedad, que suma… No es un señora débil, asustada, tonta o controlada. Todo lo contrario con ese post se define como una persona responsable, atenta y culta. (Ojo, digo culta porque el origen de la palabra cultura es cuidar, y de eso va esta columna de saber cuidar, cuidarte, cuidarnos).

Esa es mi gente, me digo, aplaudo, doy like y pienso sobre ello. A estas alturas vamos sabiendo cosas, ya digo,  y una de ellas es la importancia del civismo, de la acción conjunta en una crisis pandémica. La unidad es el grupo y el grupo es la unidad. Cuando los individuos acatamos voluntariamente las reglas, no hacen falta controles ni medidas forzosas, que tan costosas son en términos de personal y de tiempo, tan costosas en términos políticos y económicos. Piensa en global y actúa en local. Como dijo la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, en referencia a su país, por cierto, otro ejemplo en la lucha contra la Covid-19,  un “equipo de cinco millones” de personas.

De esta manera, llegamos al final de esta columna con una gran paradoja y una pregunta. Primero, la paradoja: los asiáticos, quienes acatan las medidas sanitarias con obediencia, casi sumisión, terminan teniendo más libertades que nosotros, los de Occidente. Y nosotros que partimos de un mayor régimen de libertades, acabamos en casa, confinados, asustados… ¿No les parece una paradoja extrema? Y ahora una última pregunta y les dejo: ¿es preferible seguir viviendo en el foco de infección que es Europa antes que en Seúl o Tokio, por muy limpio de virus que esté aquello? ¿Queremos ser ellos con todo o seguir siendo nosotros a pesar de todo? ¿Hay un término medio? Respeto, civismo, solidaridad, no hay más… La acción conjunta, cultura y cuidado, la responsabilidad con el prójimo, un equipo de 45 millones de personas, la espada y el mar, mindo.

Una respuesta a «Mindo: la espada y el mar»

  1. Un artículo que invita a tener esperanza en una sociedad que sabe ser generoso y pensar en el prójimo como medio de liberarnos del egoísmo que está en el motor de casi todo hoy día. Pues eso, esperanzado en un cambio que empiece en el corazón de cada persona.

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