Un mensaje de Whatsapp en una botella, otro mensaje más perdido en la nada del ciberespacio o no, que estas cosas nunca se saben, un mensaje que no se prepara, que se dispara, como una oración, como un insulto o una súplica, y al caer la tarde escuchar que otro de nuestros mayores fallece víctima del coronavirus y su dolor, el dolor privado en el cuarto de estar, un dolor tapado, del que nadie habla, su dolor.
“Bueno, chicos, pues ya se ha muerto Carmen, nuestra compañera de las clases de baile, una gran persona, y a mí me ha partido el alma, a mí me ha partido el alma, ya le pondré yo algo en Facebook, dándole un homenaje, qué lástima con 69 años, que fue a operarse, ahora que empezábamos las clases, y ella muy contenta, “ya mismo estoy bien”, y nada…”, y Adela coge aire y espera ser oída al otro lado, oída por alguien, al otro lado del mensaje.
Adela tiene 76 años y un marido que “está malito” como dice ella, con cariño y con rabia, a la vez. Apenas salen desde marzo, “cuando todo se puso tan feo y penoso”, y echa de menos a sus amigas de las clases de baile, a la pandilla del Hogar del Jubilado y los viajes de Imserso. Habla con los más cercanos por Whatsapp y sigue la vida de los demás entre el muro de Facebook y la pantalla de la televisión.
“…Qué mala suerte, pobrecita, pobrecita, ya se nos ha ido, una persona que no criticaba a nadie, un gran mujer, no criticaba a nadie, nada más que con la sonrisa, vamos, una de las grandes, y a mí, a mí me ha partido el alma, a mí me parece más que amiga porque era más buena, más buena…”, y es verdad, lo dice y se le rompe el alma, Adela no miente ni de lejos, habla como si estuviera sola, porque está sola, sincera, certera, directa, cero postureo.
Debemos reconocer que, en este carnaval siniestro de la pandemia, en este baile de máscaras que ya es más una mascarada, nos hemos olvidado de nuestros mayores, de su preocupación y sus miedos, de la soledad del cuarto de estar, y de esas horas alargadas entre el Sálvame y el Piqueras. Apenas pensamos en ellos, quizás como una cifra, una llamada a última hora del día, una brevedad ligera. Y cada uno seguimos en nuestra trinchera, cada uno con su derrota particular, porque aquí todos estamos perdiendo, nosotros con lo nuestro, ellos con lo suyo, todos.
“..Yo también la tuve en el baile y donde los jubilados, y cuatro o cinco años bregando con ella, pero una maravilla, una maravilla, ya se nos han ido dos”, y aquí hago una pausa porque cuando dice “ya se nos han ido dos”, algo se rompe y cae a un vacío y después un silencio y, sin apenas voz quiere seguir pero no puede, y de pronto al fondo del mensaje de WhatsApp, como una lágrima, un crack, y algo se rompe.
El pasado jueves se celebró el Día Internacional de los Mayores y la pandemia, “Ay, la pandemia”, como diría Adela, está haciendo mucho daño. El coronavirus les atacó como hienas, mordiendo no solo su salud y su vida, sino también a sus derechos y su bienestar. Son los grandes derrotados de esta parte de la historia y tendremos que hablar de ello alguna vez.
Adela remonta y sigue: “Ay, la pandemia, ay Dios, que desde arriba le pida a Dios que nos deje un poco más de tiempo más, porque esto es una lástima, que personas tan buenas, tan buenas, pero esa es la vida, nos tenemos que mentalizar que esa es la vida, la vida y ya está…”, y deja ese sabor de la resignación, como un poso, que nosotros, los de nuestra generación, casi hemos olvidado, como un poso, como un mensaje en una botella.
Pronto, el número de personas mayores de 60 superará a los menores de cinco años. Durante las próximas décadas, se prevé que el número de nuestros mayores en todo el mundo, que ya seremos nosotros también, se duplique y el 80% de ellos vivirá con ingresos bajos y medianos. Pasado, presente y futuro, y el mensaje de Adela que sigue. Por cierto, en España hay más de nueve millones de personas con más de 65 años y no son nueve millones de ancianos.
“… Pero que se olvide de nosotros, que nos deje, que nos deje, es lo que yo quiero que nos deje a nosotros aquí, que todavía tenemos mucha ilusión, yo tengo mucha ilusión por muchas cosas, y ya está, vamos a ver como pasamos la cosa…”, dice Adela convencida de que es imposible derrotar a los que nunca se rinden.
Las personas mayores serán, en décadas, el principal motor del cambio social y van a tener cada vez mayor poder político. Se necesita un debate serio sobre cómo integrarles, darles mayor cobertura, evitar su soledad, entender que el envejecimiento no es un problema sino una oportunidad para nuestra sociedad.
Y Adela termina con una queja para los políticos como una oración, como un insulto o una súplica, como lanzando una botella al océano del ciberespacio: “esta gente, nada más que en la tele y peleándose, qué gente, en vez de ponerse todos de acuerdo y ayudar, ayudarse y ayudar al país, y después tirarse de los pelos, pero lechuguines, hay que estar pendientes a lo que tenemos y…, pues nada chicos, besitos y buenas noches todos“.