No sé si han estado, queridos amigos, horas antes del inicio de un concierto de música cuando la sala o el estadio calla. Yo sí. En esos momentos, en los que la platea vacía espera el rugido del público, una montaña de trabajadores preparan el evento: técnicos, operarios, conductores, catering, seguridad, pruebas de sonido, un dos, un, dos, probando, desde la entrañas de la cultura, el otro espectáculo, la otra cultura.
Porque la cultura, y aquí empieza la columna, no es sólo Javier Marias, Alejandro Sanz, Miquel Barceló o la Espert, a falta de la Sardá. La cultura también son esos miles de trabajadores que preparan la jugada, montan y desmontan, enchufan e iluminan, esos que dejan el balón botando en bandeja de plata para el subidón maravilloso que disfrutamos en cualquier montaje. Cualquier montaje es un concierto de música, una obra de teatro, un festival, un monólogo, un evento en definitiva. Cualquier montaje son todos los montajes que nos entretienen y nos hacen mejores.
Porque durante el confinamiento, en aquellos días vidriosos y aislados, sólo necesitamos dos cosas esenciales para sobrevivir: comer y consumir cultura. Fueron aquellos libros, aquellas series, aquellos directos en Instagram de músicos y cómicos, aquellos discos evocadores, los que nos salvaron de la pena y el disparo. Fue el arte, la cultura, la que nos quitó la sed cuando la ciudad dormía y nos devolvió el sueño, y eso no se nos debe olvidar.
Ahora el sector se desangra y pena en la dejadez. Un conocido actor malagueño, todos lo conocerían si dijese su nombre en alto pero me lo callo, me cuenta en la intimidad: «desde marzo solo he trabajado cuatro días», y yo siento el vértigo del autónomo y el temblor de las cartas de amor del banco y lo que se te viene encima cuando no hay horizonte. Es terrible. Nuestra cultura agoniza en este eterno invierno, que es un infierno, y nadie hace nada.
Seamos sinceros: en este país, se desprecia la cultura por norma y el desdén es tan grande, tan sonoro, como un estruendo loquísimo, que nos retumba hasta dejarnos sordos, hasta dejar de oír su propio lamento. En diciembre de 2011, se suprimió el Ministerio de Cultura frente a la resistencia de muchos. Fue un gobierno del Partido Popular. Ahora, con un gobierno socialista, casi una década después, nos enfada la desidia de sus responsables y nos hacemos una pregunta: ¿dónde está el actual ministro de Cultura, Rodríguez Uribes?
La falta de liderazgo, la ausencia consentida, la nulidad más obscena convierten a Rodríguez Uribes, como tantos otros gestores de nuestra historia cultural, en uno de los máximos cómplices de esta aparente derrota –y digo aparente porque venceremos-. Esa turba de cómplices pensará, entiendo, que las cosas se arreglan solas o peor que la cultura no tiene valor, que es como mucho una actividad frugal para el tiempo libre cuando es la cultura lo que nos hace libres todo el tiempo, esta cultura que agoniza y nos salva.
Hablo con Jesús Martos, presidente de AREA, Asociación de Representantes Artísticos Andaluces y otro ejemplo de Alerta Roja Eventos, que se manifestaron el jueves en decenas de ciudades de España con el objeto de dar visibilidad a la alarmante situación, al borde de la asfixia, del sector de la música en directo, los eventos, la cultura… Hablo con él que representa desde un road manager a una orquesta de pueblo, desde el que vende las cervezas hasta el que tira el cable, y siento que el frío de este invierno ya les ha llegado, y siento cómo tiemblan y que se ven morir. “Llevamos desde el inicio del confinamiento pidiendo una mesa de trabajo y a día de hoy no se ha hecho nada”, me dice contenido, y yo admiro su contención y pienso que fueron los primeros en parar y serán los últimos en recuperar sus trabajos
La cosa está muy fea, así es, pero también será positivo asumir nuestra cuota de responsabilidad, aguantar nuestra vela, algo de autocrítica. Sería bueno, entre todos, desterrar ciertos sesgos dañinos para la cultura que nuestro país no ha sabido superar. Por ejemplo, la cultura no es de izquierdas, es de todos, ni tiene porque estar manipulada, la cultura no es de unos pocos que se enriquecen, eso son siempre una minoría, o que sólo interesa si está asociada al turismo o al ocio, o que debe ser siempre gratuita, mentira, o que no es necesaria sino tan solo complementaria… Empecemos por romper los tópicos, ya digo, entre todos, ahora, y nos irá mucho mejor.
Con todo, con la crisis y la alerta roja advierto: tienen que saber los cuñados del desprecio que no ganarán nunca esta batalla. La calidad individual de la mayoría de nuestros artistas, algunas entidades financieras, determinadas fundaciones e instituciones privadas, la musculatura de parte de un pueblo volcado en las expresiones creativas, la España cultural sabrá reponerse a la pandemia, a la dejadez de muchos de nuestros dirigentes políticos, a la desidia de tantos, y mantenerse a flote, y sobrevivir, y vivir…
Porque de eso trata la cuestión y eso es una enseñanza de la pandemia. La cosa va de dejar de sobrevivir cuanto antes y empezar a vivir. Vamos a superar esta crisis, como el sector de la cultura ya superó otras crisis porque la cultura nos hace vivir mejor, crecer como seres humanos, entender mejor el mundo en donde vivimos, relacionarnos de mejor manera, de una manera inteligente y generosa, desde la entrañas de la cultura, para seguir disfrutando también del otro espectáculo, la otra cultura que es la misma, la de siempre, la que debe seguir viviendo.