De camino a Philadelphia, Philli llaman los negros a esa ciudad extraña y hostil, nos perdimos. A las afueras, paramos en una pequeña granja a preguntar y nos topamos con unos tipos despeinados, con las bocas descascarilladas, cuya pronunciación era latigosa y ajena, y a los que no entendimos bien. Decidimos esperar, encendernos un cigarro a medias y mirar el mapa. Mientras ella buscaba algo en la mochila, yo tomé algunas fotos e hice una peli, así en plan rápido. Hice un pequeño vídeo, sí, una especie de plano secuencia que esa misma noche, al llegar al motel, edité y subí a Youtube. Aquel vídeo tenía el temblor de lo auténticamente poético. Lo revisé anoche para escribir esta columna y me hizo llorar. Luego lo borré.
Estados Unidos es una carretera secundaria de Arizona, una carretera en medio de la nada y un cartel escrito con graffity en el que se puede leer, “Hispanics 4 Trump”. Llevo días dándole vueltas, intentando entender todo lo que está pasando América: el coronavirus, el derribo de estatuas, George Floyd, intelectuales reivindicando el derecho a discrepar y la paradoja de Minnesota, Trump. Una triple crisis -la sanitaria, la económica y la racial-, y un ambiente que algunos definen de preguerra civil. Me pregunto dónde está el brillo de entonces, el brillo perdido, la referencia y hablo con amigos que viven en Los Ángeles, Dallas, NYC…, y les pregunto por el plan: “¿cuál es el plan?”, les digo por WhatsApp, “¿quién está al mando?”, y me cuesta, nos cuesta, responder. Llevo días con esto. Otra vez, la obsesión del periodista pop.
Mientras veía el vídeo de aquel lugar inhóspito, poéticamente americano, pensaba en todas esas cosas que hacen de esta tierra de sueños un lugar único: populismo, nacionalismo, Dios, familia, país, la bandera, los veteranos, la Segunda Enmienda, la herencia, Mickey Mouse, las tradiciones inmutables… Al fondo de la imagen, en aquel vídeo del que hablo, se veía una autopista. Creo que aquella autopista era la 95, puede que un punto indeterminado entre East Brunswick y Princeton.
Estados Unidos es un octogenario de Texas, un viejo que mira a la cámara y dice gritando que sus hijos están en paro, hace un silencio, hace como que escupe, vuelve a mirar a la cámara, y sentencia señalándome: “sí, amigo, votaré a Trump”. No se puede entender a los Estados Unidos de América con una visión europeísta. Hablo con mi amigo Paco, que vive en Santa Rosa y me dice: “Estados Unidos son dos países: las dos costas y el “fly over country”, y añade, “si quieres entender la política de Trump tienes que entender a este país”.
Aquel vídeo tenía algunas de las imágenes más bellas, imágenes que jamás volveré a grabar con mi Sony Handycam: un trozo de tierra perdida, baldía, similar a un solar o a un desierto de Breaking Bad, un cartel de Texaco, una granja fabricada con maderas y uralita, con un porche destartalado y polvoriento, y un suelo de vinilo, una bota de cuero olvidada en medio de una carretera, una autopista al fondo, creo que la 95, una batería de un viejo Mustang, ella con minifalda, unas botas country y un jersey negro de cuello vuelto, ella preciosa, un contenedor de basura como constante de la gravitación universal (G)… Ya digo, aquel vídeo era pura poesía.
Estados Unidos es un negro que busca entre las basuras. Es flaco y tiene unas rastas viejas, casi deshechas. Cuando se acerca la cámara, me mira y me dice: “he perdido mi nariz, joder”. Luego me pide dinero, le doy un par de dólares y desaparece. Pienso en qué está pasando. La política de Trump se llama dólar y American First. Un ejemplo: en los debates presidenciales de la CNN, Trump exigía ser pagado porque “él era la estrella, y llevaría audiencia”. El rating manda, los datos, los dólares… “Parece que Trump no gusta a nadie… excepto a millones de votantes americanos”, me dijo John Anderson.
América como una cita a ciegas con la viuda de Christopher Walker, el futuro de Alexandria Ocasio-Cortez, el gran lago salado de Utah, aeropuerto JFK y un piano que toca solo, portorriqueños “pajeando” el suelo de un McDonald´s, un volumen de John Fante olvidado en un banco, creo que Pregúntale al Polvo, aquel vídeo que grabé aquel verano, aquel jersey negro de cuello vuelto, ella preciosa mirando al objetivo, las gasolineras, el Wallmart, este post urgente mil veces repetido, la NBA, Jordan, Jeff Bezos y su sonrisa impresa en todas las cajas de Amazon y un canal en Youtube borrado.
Tres cosas más para terminar: 1. Hay que seguir echando leña al fuego para que (parezca que) arda. 2. Un vacío relleno de vacío sigue siendo un vacío. 3. Comprar es mucho más americano que pensar.