Llamadme Bunbury

26 Jun
Bunbury, Posible.

Creo en el plagio, en la intertextualidad, en los puntos suspensivos que se repiten en bucle hasta la eternidad, creo en el Museo del Prado que es el emblema de la repetición, y en el refranero español que es la suma de muchos todos. Creo que todo es copia.

El otro día, por casualidad, encontré una información novedosa y sorprendente. Todos mis apellidos conocidos, y todos los apellidos de mis hijas, son de origen judío. Después me miré en el espejo, me puse de escorzo, como en un cuadro de Botticelli, y deslicé el dedo índice por mi nariz. Tuve la sensación quevedesca de tocar una alquitara pensativa, un elefante boca arriba. Finalmente pensé que todo es novedad, copia y novedad, de eso va lo de hoy.

Un escritor, de cuyo nombre alguno no querrá acordarse, nosotros sí, Fernando del Val, ha localizado en las letras de Bunbury 539 versos hechos con fragmentos de autores que no cita. Entre ellos, Benedetti, Benítez Reyes, Frida Kahlo, Arrabal o Carver. La polémica ha estallado y las redes han vuelto a lucir el fulgor del fango y la lapidación condescendiente.

Entre los plagiados, Sánchez-Dragó que puntualiza: “es para mí un honor que Enrique Bunbury haya utilizado en las letras de sus canciones frases de mi novela «El camino del corazón». Lo que yo escribo se vuelve propiedad de los lectores”. Arrabal, por su parte, se ha mostrado surrealistamente agradecido.

La historia del arte es la historia de un plagio. Este párrafo es un auto-plagio, la columna lo es, advierto. No existe la originalidad. Todos los que cazamos mariposas cazamos las mismas mariposas desde las Cuevas de Altamira, hace 30.000 años, hasta este instante. La vida es un collage. Cuando digo “la vida es un collage” pienso en la cantidad de personas que habrán dicho, escrito, pensado en esta frase. “La vida es un collage” es, digamos, otro plagio. Podéis empezar a lincharme.

Aprendemos a hablar, copiando; adoptamos expresiones, leyendo lo de otros; imitamos trazos al empezar a dibujar… Como le dijo Pablo Neruda al cartero: “la poesía no es de quién la escribe, sino de quién la necesita”. La creación, a partir de la deconstrucción, también es creación, quizás parasitaria, pero es un acto creativo y, en ocasiones, sublime.

La idea de que hay que ser original a toda costa ha destruido la cultura. En las Escuelas de Arte del Siglo XIX, se recompensaba en mayor grado a aquel alumno que conseguía que su obra se pareciese más a la del autor. Se trataba de clonar. Un buen plagio era, debiera ser, un homenaje que se hace al original, una clonación perfecta.

Referencias, citas, ecos y lenguajes culturales… Sostiene Jonathan Lethem, en Contra la Originalidad, que estudios neurológicos han demostrado que la memoria, la imaginación y la conciencia misma son una trama, un telar, un pastiche. Si nos cortamos y pegamos a nosotros mismos, ¿no deberíamos perdonarlo en otros?

Los templos romanos han servido de ejemplos para miles de edificios que se multiplican por todo el mundo; Rubens copió su Adán y Eva, descaradamente, a Tiziano; el mito de Ulises se ha reescrito, filmado y revisado hasta la saciedad… ¿Cuántos millones de páginas web y obras de arte se valen de textos, vídeos, imágenes o sonidos de procedencias diversas y sin cita?

Lo nuevo siempre se construye, reconstruye, deconstruye desde lo ajeno, desde lo viejo, desde la unidad original. Siempre ha sido así. Esta columna, por ejemplo, se titula Control C + Control V, o sea copy and paste, copiar y pegar, entendiendo que nada de lo que aquí se escribe existe como algo nuevo, sí, es imitación, réplica, homenaje, plagio, qué sé yo… Llamadlo como queráis, llamadme Bunbury.

Lo reconozco: nada de lo que hago es real, ni aquí, ni en la tele, ni en la radio, todo es una proyección, y me valgo de lo extraño, e intertextualizo, y lo defiendo, y lo defenderé, porque todas las historias son siempre la misma historia. Advierto: yo copio pero usted, querido lector, también lo hace, y Bunbury claro, y sostengo que Fernando del Val, a su manera, también.

Jorge Luis Borges tenía razón cuando decía aquello de que el ser humano ha sido incapaz de inventar nada nuevo tras contar la historia de un joven guerrero que busca una isla perdida en el Mediterráneo y la de un Dios que muere en el Gólgota. Las letras cuando se escriben y se hacen públicas, son como las palabras, que fuera de nuestras bocas no nos pertenecen.

Para terminar, todo es plagio, sí, y novedad que de ambas cosas va la columna. Cuanto más sabemos, más desconocemos. Ahora una masa enfurecida lapida a Bunbury, un tipo con más de 30 años de carrera y una obra oceánica, llena de giros y reinvenciones, sin haber leído a los autores reciclados en su obra. De alguna manera, si algo queda claro del debate es que Bunbury es un buen lector y esa obra, ahora mal cuestionada, nos abre las puertas a otras voces.

Es un buen momento para dejar de lanzar piedras y quedarse con los aludidos. Leer, o releer, que es otra forma de encontrar y de copiar, a Benedetti, Benítez Reyes, Dragó, Arrabal o Carver, o escuchar a José Alfredo Jiménez, Bowie, Cave, Raphael, Depeche Mode…, siempre será mejor que lo otro, que el fango, que el puto muro de las lamentaciones. Bunbury, que siempre suena a Bunbury, escribe a partir de todos ellos. Escuchar a Bunbury es otra manera de releer a todos ellos, escuchar a todos ello, o la antesala a otras lecturas o a otras escuchas, mientras Bunbury sigue siendo Bunbury, o quizás un plagio de sí mismo.

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