Todo está conectado como puentes que cosen islas con archipiélagos, como calles que hiladas dibujan una ciudad, todo conectado, todo es la misma unidad, todo, todos, somos nosotros y ellos, y ello, como un principio básico que nos hace entender lo demás, como un gran organismo. La alteración de esas conexiones, de la naturaleza, digamos, de una parte del todo, en definitiva, está en el origen de la pandemia de la Covid-19. Me explicaré.
Vivimos un tiempo líquido, con muchas dudas y pocas certezas, donde hay demasiado ruido y mucha furia, demasiado fango, conspiración y gritos zombies, un tiempo en el que nos quedamos con lo más cercano y brillante y perdemos una visión, digamos, más global y real: la era del usar y tirar. Es la diferencia entre lo urgente y lo importante. Paremos un poco, pensemos más allá, dejemos la prisa y evitemos la paranoia, por Dios.
Durante las últimas décadas, hemos ido degradando los ecosistemas y lo hemos denunciado. Con esa degradación acontecen muchas cosas a la vez, la mayoría de ellas invisibles pero fundamentales: “cuando destruimos una selva, por ejemplo, no solo entramos en contacto con otras especies, sino que ciertos mecanismos de protección dejan de funcionar, son cortafuegos entre las especies, elementos básicos para nuestra supervivencia”, me cuenta Fernando Valladares, investigador del CSIC, que es una de las voces más lúcidas que he tenido la oportunidad de entrevistar en los últimos meses.
“Son formas complejas y sutiles que no vemos más allá de nuestro día a día”, me dice, en esta urgencia de AVE en la que volamos, formas que deberemos empezar a observar con detalle, a cuidar con mimo. Nunca es un solo factor, todo es siempre complejo. Es un puzzle alambicado y vamos colocando piezas a ciegas. Ahora el agujero de ozono, ahora una pandemia. Relegamos lo importante y nos quedamos con el detalle, lo lateral, lo obsceno, a veces. Digamos que nosotros somos el virus, o el propio virus está en la naturaleza que somos nosotros. Da igual que me da lo mismo
Ha habido pandemias y habrá más pandemias. Oriol Mitjà, infectólogo, es claro y así nos lo dice: “hemos visto sólo una pequeña fracción de lo que el virus puede hacer”, y concluye que “el virus volverá en otoño”. Los científicos hablan de varias pandemias que hemos vivido en las últimas décadas y de otras tantas que están por venir. Tenemos que mirar más allá, no anclarnos solo al presente de indicativo e imperativo. Este es un problema que viene para quedarse. No es que sea un mercadillo de Wuhan, es que son los glaciares que se hunden, los bosques que desaparecen, los patógenos que se liberan, que se replican, que nos contagian y que nos lo van a poner muy jodido.
Nuestra tóxica relación con el medio ambiente hará más frecuentes las pandemias, eso ya lo vamos sabiendo, y solo mejorando esa relación, con nuestro entorno, con nosotros, con el planeta, podremos sobrevivir. La historia de la humanidad es la historia de nuestra relación con los virus y hemos aprendido algunas cosas: somos muy malos anticipándonos, sí, pero somos muy buenos adaptándonos.
Lo hemos demostrado. Nos costó Dios, talento y mucha pedagogía ver venir el tsunami coronavírico, China, Italia, nosotros, ellos…, pero hemos sido fantásticos a la hora de asumir medidas: obedientes con las mascarillas, las distancias, la higiene y eso. También hemos aprendido mucho en el campo de la ciencia, a la que hay que escuchar más, a la que no hay que olvidar nunca.
Y ahora pongo la radio, son las 7 de la mañana, amanece, y me pongo un café con esperanza pragmática y se habla de Bill Gates, de Miguel Bosé y chips, y de otras movidas, y volvemos a olvidar lo importante, nos alejamos del debate crucial. Volvemos a dejar de hablar de la ciencia y los científicos, de sus análisis, y nos regodeamos en el morbo de la conspiranoia.
Llamo a mi querido amigo, Mario Carretero, químico, le pregunto y se lamenta: “las administraciones no se han dejado ayudar por los expertos y, Roberto, no lo van a hacer”. Y yo pienso que ser mejores supone hacer más caso a la ciencia, invertir más en ella, aceptar que tenemos que sanear nuestra relación con el planeta, este gran organismo que somos nosotros, recordar que somos parte del todo.
En fin, invertir en ciencia y cuidar el medio ambiente, esa es la fórmula del éxito. Esta pandemia nos ha puesto en nuestro sitio, frente al espejo, frente a la naturaleza que somos nosotros, frente a nosotros mismos, conectados con los mares y la tundra, conectando islas, archipiélagos, calles y ciudades, conectados todos. Nuestra relación con el medio ambiente hará más frecuentes las pandemias pero también las podrá evitar si lo hacemos bien.
Por ello, y termino, la mejor vacuna será optimizar nuestra relación con el medio ambiente y escuchar más a la comunidad científica. Es un cambio profundo a futuro, observar, escuchar, aprender, pero obligatorio. Cuando pase lo inminente, que pasará, tendremos que revisar algunas cuestiones fundamentales y mirar más allá del polvo, del fango, de la conspiración, quedarse con lo mollar, lo conveniente. No hay otra solución, ahora, entre lo urgente y lo importante.