Al principio de esta crisis pensaba que habíamos pasado de ver la película a estar dentro de la película. Con los días a cuestas, y esta asombrosa anestesia, uno empieza a creer que estaba equivocado: no estamos dentro de la película; nosotros somos la película. Un spot publicitario de nosotros mismos que, por ahora, no anuncia nada. El virus somos nosotros pero también somos la vacuna.
Esta columna empieza desanimada pero acaba arriba. Se lo aseguro. Guantes de latex tirados al suelo a la salida del Mercadona, policías de balcón con sus megáfonos sordos, padres que aprovechan el desconfinamiento de los niños para dar mal ejemplo, una paz armada hasta los dientes, una minoría notable, el desconcierto y los corrillos de chismosos en Twitter: somos un virus, sí, y la misma película que creíamos que ponían en la tele.
Uno, que ve lo que pasa por la ventana de los días e intenta escribir algo los sábados, sostiene que el ser humano es el virus, tan invisible como ciertos dioses, tan atroz y suicida como para exterminarnos, destruyendo el planeta y nuestro cuerpo, que es lo mismo, en un acto de canibalismo gourmet y de fin de ciclo.
El virus somos nosotros, sí, a cuestas con nuestras miserias y nuestras envidias, nuestros foros de Facebook en los que vomitar la nada y la sospecha como certeza. El virus en las calles vacías de abuelos y en las plazas, con nuestros vulgares juegos de manos y sus despistes, los autos de fe, los grupos de WhatsApp, los bulos y el miedo como una chicharra en una tarde de verano.
El mundo está cambiado y, justo aquí, comienza a cambiar el tono de esta columna, digamos, su color. Lo importante, lo que está en juego, y la partida va muy en serio, es en qué mundo viviremos y qué humanos querremos ser después de esta pandemia. Podemos ser mejores o peores. No hay más camino, ni opción. Hay que elegir: génesis o apocalipsis, cicatriz o marca de nacimiento.
A estas alturas, llevamos casi 50 días confinados. Hemos pasado una parte delicada del proceso pero sencilla. Había que quedarse en casa y nos hemos quedado en casa con la nevera llena y el catálogo completo de Netflix y, entenderemos, que no ha sido muy heroico. “La revolución con mayas”, que escribió Nieto Jurado. Ahora viene lo difícil y, además, llega el buen tiempo. Tenemos que estar a la altura, en esta etapa de desescalada, que solo será el principio de una nueva era.
Seguir o reiniciarse, cara o cruz, ser algo nuevo o lo de siempre, podemos votar, debemos elegir y también deberán elegir nuestros políticos. La ilusión de que dominábamos el mundo se ha disuelto. Es un hecho que los seres humanos nos hemos transformado en un arma de destrucción masiva, en un germen de nosotros mismos, pero también hay buenas noticias: tenemos tiempo para cambiar el rumbo de nuestros destinos. Estamos en plazo. Hay que cambiar la forma de vivir. Nuestra sociedad tiene que convertirse en otra sociedad, en un lugar mejor. Ahora que muere lo viejo y empieza lo nuevo. Depende de nosotros.
Y más buenas noticias, hemos hecho cosas geniales en este tiempo. A pesar de que insista en que somos un desastre, nos hemos quedado en casa y hemos hecho del aislamiento social algo útil. Hacía demasiado que no nos preocupábamos tanto por los otros, que no mandábamos tantos mensajes, ni hacíamos tantas llamadas para saber “qué tal”, hacía mucho que no veíamos tanta belleza en las redes -música, poesía, conversatorios-, o los aplausos de las ocho, que nos reconcilian y nos mejoran unidos. Hemos comenzado a mirarnos a los ojos y a cuidarnos un poco mejor. Hemos descubierto que podemos usar el móvil para conocernos, en lugar de aislarnos. Hemos jugado, más y mejor, con nuestros hijos. Hemos vuelto a descubrir a nuestros mayores a los que, seamos sinceros, teníamos olvidados.
Estamos haciendo cosas bien y este debe ser el primer paso hacia un mundo mejor, hacia un país mejor. Podemos ser el veneno y el antídoto, el problema o la solución, y debemos tomar una decisión y exijo que también lo asuman como ley nuestros representantes políticos. Mi querido Javier Puche dice que “hay que intentar ser nadie con la mayor elegancia”. Pues eso. Lo mejor de esta historia es que, de repente, un virus nos ha devuelto a los humanos la capacidad de imaginar un futuro en el que desearíamos vivir.
No va a ser una época fácil, no seamos ingenuos, vienen días de borrasca, pobreza y coraje, podemos optar por crecer por ambición o prevenir por solidaridad, dejarnos ir o empezar a llegar, vararnos o salir de puerto. Puede que sea un optimista pragmático, lo sé, pero es que no hay más caminos: ser mejores o peores. Nunca elegir fue tan sencillo.
Hemos empezado el trabajo, tras casi 50 días y decenas de miles de fallecidos, y debemos seguirlo. Ya sabemos que somos la película y eso nos da un poder insuperable. Ahora podemos empeñarnos en seguir siendo el virus o podemos plantearnos ser la vacuna, ser responsables y mejores, unidos, más fuertes, más humanos con nosotros y con el planeta, o seguir siendo el desastre que fuimos. Nos toca elegir, hagámoslo bien.