Suena Drexler, Codo con codo, en mi reproductor. Escribo en mi pantalla: “escenario volátil”, y palabras como “positivo, global, gol…” Frente a mí, en la cocina, divertidas, juegan y cocinan mis chicas: masa pastelera para una tarta de manzana con fresas; fuera, justo en el alféizar de la ventana, Roma, nuestra pequeña perra Beagle acaricia el vidrio fresco de marzo, y pide entrar. Esta columna es una distopía y está escrita sobre el futuro cercano, dentro de una, o dos semanas.
Nosotros frente al espejo. Cojo el periódico como el que coge un parte de guerra. Leo titulares económicos, que son facturas a cuenta y una pena. Noticias económicas que abren la prensa y que resultan un mal presagio: crack bursátil, FMI, inyección… Nosotros frente al espejo y la gente cargando carros de compra, desabasteciendo supermercados. La gente asustada. Pero la gente, que es buena gente, trabajando también a destajo en los hospitales, reponiendo supermercados. Buena gente.
“Ójala los próximos cuarenta años sean aburridos”, me digo. La actualidad informativa, con su extraña forma de apisonadora y AVE, nos arrolla con una fuerza incomparable. Pasamos sobre las noticias, con la facilidad con la que usted amigo lector pasa las páginas de este periódico, y no reflexionamos. No hay tiempo para pensar. Se acabó el tiempo. Bienvenidos a la época del “no tiempo”. Todos en casa. Aquí seguimos: inventando rutinas, haciendo deporte, leyendo, viendo series pendientes de Netflix…
El problema, cuando se acumula, pierde sustancia. La rápida propagación de un virus, en la época de los terminales móviles, con notificaciones constantes, titulares constantes, alertas, silbidos, susurros…, nos pone en un estado de alerta, donde habitan los monstruos y, claro, perdemos pie. Un señor le decía, hace semanas a otro, en un pasillo de Mercadona: “con la Semana Santa no se atreven, a nosotros, no”. Y yo sonrío y cojo una caja de fresas de Maripí, a 1.78 €, que huelen a niñez y meriendas.
Intentas parar la máquina, obtener alguna lección. Todos nos equivocamos. Nadie pensó que esto sucedería de esta manera. Nadie lo vio venir. Mi amigo, Manuel Azuaga, me dice: “si, al menos, aprendemos algo de toda esta crisis”. Yo le escucho descreído y nos despedimos hablando de aislamiento y promesas. “Va a ser corto, pero se nos va a hacer muy largo”, le digo y nos vamos.
Llevamos días aislados y, como esta columna es una distopía, la mía, juego con las palabras de Azuaga. Pienso en cuanto ganamos cuando perdemos. En todo lo bueno de esta crisis. Hemos parado y eso nos da tiempo para reflexionar, que nunca podemos, sobre lo rápido que vamos. Incluso, algunos locos, están jugando con sus hijos e imaginando que hacer después, cuando todo esto pase, cuando volvamos a nuestras rutinas.
Este paréntesis de la historia nos puede hacer ver lo sencillo, volver al origen, entender las oportunidades de lo comunitario, de lo colectivo, valorar nuestros servicios públicos, como el sanitario: “no hay mal que por bien no venga, ni mal que cien años dure”, decía mi padre.
“Si, al menos, aprendemos algo”. Nosotros frente al espejo. El ser humano ha llegado a la postmodernidad con dos postulados: la aglomeración, vivimos arrejuntados; y la agitación, nos movemos como moscas por el planeta. La crisis del coronavirus nos enseña que debemos separarnos, aislarnos, dicen, y dejar de movernos: “eviten los viajes innecesarios”, dijo el presidente.
Es el tiempo en el que una sociedad se examina y debe saber cuál su nivel. Nos pidieron responsabilidad a todos y aquí estamos. Quedarse en casa, evitar los colapsos hospitalarios, extremar la higiene, hacer caso a las Autoridades Sanitarias, cuidar de nuestros mayores aislándoles… Un amigo me llama: “estoy pintando toda la casa, llevaba meses buscando tiempo para hacerlo”.
Mientras tanto, pasa el tiempo, escribo más, escucho más, juego con Anita, paseo con Roma, y miro a mis hijas ahora que aún cocinan divertidas, algo ingenuas, guapísimas, y pienso en el azar, la injusticia, las paradojas de la vida, la complejidad de todo y lo que ganamos cuando perdemos. Llevamos una o dos semanas aislados, todos. Aquí, aroma a manzanas y fresas.