Esta columna es un coñazo y no pretende ser la polla. Esta columna quiere ser divertida e ingeniosa, feminista. Digamos, reivindicativa, muy pop. Esta columna de hoy se escribe sola, en papel, por fin, con cosas de la calle, con palabras que nos definen y a partir de una charla agradable con Rebeca Marín.
Saben, las palabras no son almas huecas, describen realidades, son importantes. Las palabras son conceptos, enseñan verdades o las esconden. Las palabras no son meros ornamentos estéticos, generan pensamiento y no son inocentes. Utilizar las palabras de forma responsable es una exigencia.
Viene Rebeca Marín a la tele y nos presenta “Este libro es un coñazo”. Rebeca es una periodista y escritora madrileña que lo tiene claro. Me dice: “no es lo mismo fulano que fulana, ni una zorra que un zorro, ¿verdad?”. Rebeca habla como disparando un Kalashnikov y no se corta. Me gusta. Conversamos sobre las palabras y sus trampas y concluimos que las palabras son “herramientas cargadas de futuro”.
Las palabras son arquitectos, crean la manera que tenemos de ver el mundo. Nosotros, los periodistas, en verdad todos, en las redes, en la calle, en casa con nuestros hijos, construimos la realidad con nuestras palabras. Somos responsables de lo que decimos.
El lenguaje ha sido históricamente machista. Las palabras han tenido un sentido peyorativo, sobre todo con las mujeres. Un lagarto es un reptil y una lagarta es una arpía. No es lo mismo un golfo que una golfa. Por no hablar de las profesiones: la diferencia entre ser cocinera y chef, costurera y sastre, o incluso sirvienta y mayordomo. Parece que no, pero sí, la diferencia es abismal.
Rebeca Marín nos deja su libro sobre la mesa. Se trata de un breve manual escrito con buena onda y mala leche, que nos deja en evidencia con punzantes poemas y juegos de palabras. Rebeca habla como escribe. Es rápida y tiene un gran sentido del humor. ““Si eres tía, rubia y te ríes pareces tonta y no”, dice y me quita el libro de las manos y empieza a leer. “Yo os declaro marido y mujer. Y entonces ella se preguntó qué había sido hasta entonces”.
Sin darnos cuenta, todo el cuadro tiene un significado gracias a la construcción que hacemos, a ese sistema dotado de palabras. Las palabras tienen una mirada ideológica, política, moral… Hablar es hacer política. Las palabras son herramientas de futuro, herramientas de construcción moral, de la realidad que nos rodea. Un consejo de las Autoridades Sanitarias: cuidar nuestras palabras favorece, razonablemente, nuestro futuro.
Le pregunto a Rebeca Marín si cambiará algo, si hay un futuro mejor en las nuevas generaciones. Me dice: “antes ni se podía decir «abogada» o “jueza” y ahora son términos aceptados”, y añade “queda mucho por hacer”. Tomar la palabra, hacerla transformadora. Resignificar los enunciados.
Todos somos responsables del buen uso de las palabras, de buscar la correcta, la más equitativa, justa, pertinente, la que se acerque más a lo correcto, no a lo políticamente correcto, ojo, sino a lo correcto de verdad.
Rebeca Marín da un repaso con su libro, que es una directa y reivindicativa declaración de intenciones, a diversos temas como el techo de cristal, la precariedad laboral de las mujeres, el reloj biológico, la conciliación laboral, los estereotipos de belleza, e incluso los más graves, como la violencia machista, sin ponerse de perfil, con sentido de la realidad y del humor. “El libro es una colleja”, me dice.
Somos responsables de las palabras, de lo que decimos, de cómo lo decimos… Hacer un mundo mejor depende de las palabras que usamos, del valor que tienen y del valor que les damos, fiscalizar las agendas de los que inventan palabras y las dotan de un nuevo significado, de los que las manosean sin pudor, evitar la dictadura de la corrección política y pensar las cosas, denunciar y reír, hablar mejor. En definitiva, que de todo esto va esta columna que es, lo sé, un coñazo.