Subimos al norte. Santander-Reinosa-Bilbao. Volvemos a la que también es nuestra casa para despedir a mi padre. Nos juntamos buena parte de la gran familia. Está nublado y hace un frío seco al que ya no estoy acostumbrado. Estoy sereno, triste y, a la vez, orgulloso de mi padre. Todos me hablan de él y yo lo celebro. Al final, nos quedamos unos pocos en la casa campurriana, en la gran cocina, hablando de él. Aunque sea extraño, me siento tan agradecido por ellos, vosotros, sobre todo, por él, que me siento muy feliz.
Días de descanso navideño, días cortos, siestas largas, el rumor de la chimenea, la lectura de algunos libros pendientes, pelis pendientes, una salida de emergencia, algo de bicicleta y algo de poesía de Manuel Alcántara, amigos con los que hacer palabra, a veces verso, un beso, una copa de vino, Luis Cañas, otro sueño, casi nada más.
Vamos al concierto de Leiva. Allí nos vemos con buena parte de la peña: Alex, el Zurdo, Isa, Bea, Aidán, todos los de Mundo, Azuaga y su familia, que es un clan. Hablamos algunos sobre Lady Madrid y sobre cómo algunas canciones son trajes a medida. Leiva está soberbio, ya es top, aunque El Zurdo me dice que “le falta algo de alma”. Pienso en Leiva como en la sombra de una escultura de Giacometti, atravesando Tirso de Molina o Carreteria, o como una espada, una raya, un disparo.
En estos días, con menos radio, menos tele, días de descanso, eso dicen, desde hace tiempo, suelo dejarme seducir por “il dolce far niente”, expresión italiana que podría traducirse como ‘lo dulce de no hacer nada’. Dejarse ir, tranquilo, sereno, ir, descansando, vaciado, descansado resuelto, dispuesto a la inmovilidad y al reseteo. El tiempo necesario para la desconexión, el placer de no hacer nada.
En Madrid, la ciudad de las agujas. A pasar la Noche Vieja con parte de la familia. Vuelvo a mi habitación, a la que compartí con mi hermano. Volver a casa de los padres, la casa en la que fuiste, siempre es una epifanía. Ver que nada ha cambiado y que todo ha cambiado. Esa decoración congelada en el tiempo, los relojes detenidos porque ya nadie les da cuerda, la decadencia del Imperio Romano, las fotos…
Mi hermana me regala, en la cena de Noche Vieja, una foto mía. Debo de tener tres años. En blanco y negro. Estoy en una boda o una celebración. Anita, mi hija, me advierte del parecido razonable con ella: los genes. Me miro y pienso que le diría a mi yo del pasado. Pongo la foto sobre mi mesilla. Creo que le diría que “tranquilo, que relax, que no hay mal que cien años dure, que temple, y que adelante, siempre adelante”.
Hacemos, otro año más, las Risas Solidarias en La Cochera Cabaret. Lo organiza Salva Reina, que ya es un capo de la cosa y amigo de la casa, y vienen un puñado de cómicos. Me reencuentro con Paco Paéz con el que hicimos unos cortos surrealistas, hace años, y ahora escribe para El Gran Wyoming en El Intermedio. Noemí Ruiz me habla deprisa de todo lo que hace y parece que vuela. Carmelo me abraza y siento el aprecio que le tengo. Me siento muy feliz de toda la gente que me ha dado mi trabajo y mi Málaga. Muchas risas, mucha solidaridad y mucha buena gente.
Tomamos el aperitivo con Álvaro Carrero y Virginia Muñoz. Es el día de Noche Buena y en el Liceo Playa luce un sol de mayo. Hablamos, nos ponemos al día y nos reímos mucho. Algún día contaré todo lo que he aprendido, y copiado, de este “cocorroto” tan genial, tan loco y divertido que es Carrero. Juro que lo contaré todo.
Desde hace tiempo escribo notas absurdas, ocurrencias de fin de semana, sobre la pantalla azul del móvil. Estos días he escrito, cerca de doscientas. Desde presentaciones hasta formatos, pasando por citas y aforismos. Casi nada de lo anotado vale nada. La gente, que me vea escribiendo en el móvil, pensará que estoy enganchado a Tinder. Escribo: ¿a qué temperatura arde la última novela de Nieto Jurado? Luego le envío un mensaje y me propongo escribirle una columna.
Cierro los ojos. Vuelvo a “Il dolce far niente”. Pienso que todo en la creación tiene células y átomos y que todo vibra a cierta frecuencia. Cada célula y átomo en la vida tiene frecuencia y, por lo tanto, vibra. Pienso que incluso el color vibra. Abro los ojos y entiendo que todo emite sonido. ¿No lo oís?