Una semana montada en un tren de Alta Velocidad. Noticias, exclusivas, fotos, abrazos, acuerdos, críticas, fango… A fuera, cambia el tiempo: nubes cargadas, viento del norte, bajada de temperaturas y un mar bravo frente a la olla de Málaga. Aquí, dentro, uno intenta reflexionar sobre una especie de cierta desolación extraña, una incógnita irresoluble de indesmayable pesadumbre frente a los comentarios de la peña y la falta de empatía.
Me llegan mensajes de Whastapp, memes, Gif´s, debato, leo hilos de odio y rencor sobre las tablas. El espectáculo, que debe continuar, se deshace en críticas feroces y aullidos: contra los progres, contra los podemitas, los fachas de VOX, los indepes, los peperos, los batasunos, los menas, contra los abrazos, los Mossos, el presidente de la escalera, los patinetes… Da igual.
Los índices de rencor aumentan. Resulta insoportable asomarse al balcón de la opinión pública. Mientras algunos políticos toman cubatas en los salones de Congreso de los Diputados y se ríen y se abrazan, nosotros tiramos los dados, creamos nieblas y pensamos que la cuerda se podrá estirar hasta el final de la sala. No es cierto. A veces, las cuerdas se rompen y el estruendo es letal.
No sé si me siguen: intento hablar de respeto, de diferencias, de empatía, de lazos, de tiempo, de habilidad política, de gestión de lo humano, de prudencia… El odio es una ráfaga de viento que intenta aprovechar todas las rendijas para perjudicar a los demás. El odio es inagotable y acaba en la más absoluta desolación.
En Dinamarca, por ejemplo, los niños y niñas estudian empatía en el colegio. Su plan educacional es algo distinto al de otros países y resulta muy interesante. Van por libre en muchas cosas, eso mola, y son pioneros en desarrollar sistemas propios de estudio. El alumnado dedica una hora a la semana para desarrollar habilidades que les enseñarán a preocuparse por los demás. Suelen hablar de sus problemas.
Sostenía, Marshall Rosenberg, psicólogo estadounidense y creador de la Comunicación no violenta, al que siempre hay que revisar, que ‘la empatía reside en la habilidad de estar presente sin opinión’. Todos tenemos opinión de todo. En España, conviven a la vez más de 46 millones de presidentes del gobierno, seleccionadores de fútbol, agentes de bolsa, responsables en movilidad y activistas medioambientales.
Todos opinamos de todo, en muchos casos, sin tener ni puta idea. Alzamos la voz, publicamos en el muro, levantamos el índice y enarbolamos la bandera que reza que “todas las opiniones son respetables”. No lo son. Se respeta a las personas pero no hay porqué respetar las opiniones. No puedo respetar la opinión de un homófobo, de un xenófobo, de alguien que no respeta los derechos humanos, de los prospectores del odio, de aquel que quiere el enfrentamiento sin más.
Frente a tanto grito, a tanto fango, propongo algo más de conocimiento, reflexión, humildad y, si es oportuno, porque no hay tiempo o no hay ganas ni para una cosa o la otra, propongo un silencio oportuno. Todos hablamos, todos, todos nos enfrentamos sin medir el daño que nos hacemos, lo difícil que va a resultar salir de este laberinto en el que, nosotros solos, nos estamos metiendo.
Hagamos que este mundo sea más respirable, esperemos un tiempo antes de publicar en redes, antes de opinar gratuitamente, pensemos en el daño que podemos hacer, copiemos a Dinamarca, seamos más empáticos, más humildes, más prudentes, miremos con los ojos de otro, escuchemos con los oídos de otro y sintamos con el corazón de otro. Nos va la vida en ello y nuestro futuro más cercano que ya tiembla.