Un espacio de silencio, un desierto, bloques de casas vacías como las tripas vacías de un animal muerto, jardines, aceras, plazas inhabitadas, un mapa dibujado en blanco como ese mapa cuyo tamaño coincidía con los límites del Imperio en la obra de Jorge Luis Borges. Estamos en Prípiat, a escasos kilómetros de la central nuclear de Chernóbil.
El 26 de abril de 1986 aconteció una de las peores catástrofes humanas sobre la faz de la tierra. La planta nuclear de Chernóbil, que por aquel entonces pertenecía a la República Socialista Soviética de Ucrania, explotaba causando uno de los mayores desastres medioambientales de la historia. La cantidad de radiactividad liberada fue unas 500 veces mayor que la de la bomba atómica de Hiroshima en 1945. Todo ocurrió de madrugada.
“Chernobyl” es una miniserie de cinco capítulos creada por Craig Mazin para HBO. Descrita como una «serie de terror con suspense político e intriga», esta ficción protagonizada por Jared Harris, Stellan Skarsgard y Emily Watson se adentra en la honda tragedia de aquella central nuclear a través de sus protagonistas. Por delante diré que la serie está muy bien y es muy recomendable.
Sostengo que los pequeños problemas siempre llegan un martes después de comer. Las grandes tragedias ocurren un sábado, de madrugada, a las 01:23:58. Primero un golpe seco, casi inaudible, luego un haz de luz, una luz preciosa, magnética y, más tarde, una especie de lluvia fina arcoíris envuelta en un aire seco y cálido. Una lluvia atómica que horas después bañaba, mansamente, a los niños que jugaban en los parques y en las plazas de la ciudad de Prípiat.
Una tragedia presagiada, silenciada, la maldita incompetencia, la vanidad, la teoría del caos y un botón de color rojo, circonio, grafito y erbio, la boca de la central abierta y negracomo una tumba… Las trágicas consecuencias de Chernóbil aún se cuentan: aumentaron los casos de cáncer en la zona, las enfermedades digestivas, de tiroides y los casos de malformación. Murieron 4.000 personas y decenas de miles más a lo largo de los años.
La serie de HBO, que está muy bien, ya digo, ha logrado encabezar la clasificación de las mejores series de la historia en IMDb, con una puntuación casi redonda de 9,7, ha convencido a la crítica, que ha aplaudido su rigor histórico y su ambición por saber la verdad oculta entre tantas mentiras, y nos pone frente a nosotros mismos. La serie somos nosotros frente al espejo, con nuestras grandezas y con todas nuestras miserias.
Soldados, reclutados, mineros cavando túneles bajo un reactor de fusión, robots biológicos, chavales inocentes, voluntarios recogiendo a palas minerales contaminados entre las heridas, aún sangrantes, de la central: ¿víctimas o héroes? Políticos, burócratas, comisionistas que ajustan márgenes, la incompetencia de las estructuras de un partido único, vertical, mezquinos corruptos: ¿demonios o irresponsables?
Chernóbil somos nosotros. La energía es neutra. Somos nosotros los que podemos hacer bombas que matan a niños o radiografías que los salven. Somos nosotros los que podemos tapar las verdades o pagar la factura de las mentiras. Somos nosotros los que permitimos oír tantos cuentos, tantos, que ya hemos dejado de reconocer la verdad. Chernóbil somos nosotros –debemos serlo- reflexionando sobre nuestro propio presente que no dista tanto de aquella madrugada, a las 01:23:58, en Prípiat, a escasos kilómetros de la central nuclear de Chernóbil.
“Nuestro poder reside en la percepción de nuestro poder”, Mijaíl Gorbachov, líder de la URSS, en una de las escenas de la serie de HBO.