El deseo es un misterio, una rareza, un veneno arrollador; el deseo es una pulsión vigorosa, visceral, cambiante; el deseo está en cada uno de nosotros y apenas hablamos de ello. Vivirlo todo intensamente para no arrepentirse de nada. Hablemos del deseo.
Deseos, como un pecio subterráneo en las profundidades abisales del subconsciente, deseos disparados, como un relámpago, en la intimidad de un dormitorio, en el filo de un silencio discreto, frente a la pantalla de un ordenador. Deseos que se sitúan entre la culpa y la insatisfacción, que pugnan, que nos complementan hasta hacernos una verdadera unidad.
¿De dónde surgen esos deseos incontrolables? ¿Por qué todo cambia, en un momento, y algo que no nos gustaba, de pronto, nos arrebata? ¿Qué hay detrás de ese instinto, de esa potencia, de esa verdad incuestionable? ¿Quién controla el deseo más vertiginoso? Que levante la mano aquel que es capaz de domar los caballos desbocados. ¿Cómo funciona el deseo?
Deseos de “Un Guardian Entre El Centeno”, de Salinger y de todos nosotros, rematando un gol imposible en la próxima final de la Champions, abriendo la nevera a las 3:27 de la madrugada, comprando compulsivamente en Zara, alejándose, o amando, o siendo amado, o siendo amante.
La sensación profunda de que alguien nos hace sentir bien, de que alguien nos atrae. El deseo va más allá de la atracción física: un aroma, una mirada, una palabra al aire, la química, endorfinas, testosterona, oxitocina… El deseo es un reloj cuyo mecanismo guarda una misteriosa lógica en la que se combinan química, psicología y cultura.
Deseos perturbadores, divertidos, memorables, deseos que nos hacen sentir culpables, deseos transgresores y vibrantemente sombríos que nos desvelan en la noche, que nos alteran, deseos a las puertas de una oficina, en mensajes privados de WhatsApp, sobre fotos de Instagram, viajando por el aire como ondas hertzianas hasta alcanzarte.
Historias de deseos como la de unos desconocidos que se encuentran en internet, o deseos como los de una pareja que incorpora a su vida sexual a una tercera persona, o los de una niña que el día de su cumpleaños formula un antojo de consecuencias terroríficas, o el de de una mujer que encuentra un libro de conjuros y trata de hacer realidad su pretensión de que aparezca ante ella un hombre desnudo… Historias en un libro que recomiendo: “Lo estás deseando”, de Kristen Roupenian, en Anagrama.
Deseos de negros que quieren ser blancos, de blancos que quieren ser negros, de hombres con cuerpo de mujer y de sirenas que quieren morir de placer en la infinitud del Desierto del Sáhara… Creo que fue Marcel Proust el que dijo aquello de que “las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear”.
Todos deseamos amar y ser amados y, por eso, deseamos en la eterna búsqueda del placer, para crecer, para sentirnos mejor. Y, finalmente, la contradicción en el placer que cumple una función, la de reequilibrar algo de lo que carecemos y, por eso mismo, deseamos.
Sostenía mi admirado Eduard Punset que “hay vida antes de la muerte”. Aprovechemos, vivamos, deseemos… No tenemos otras opciones ni más ataduras que las que nos imponemos, debemos DESEAR sin hacer daño, sin hacernos daño. Mejor desear que luchar. Debemos buscar el equilibrio imperfecto y alejado entre la insatisfacción y la culpa. Deseemos porque se trata de vivir, porque no hay otra opción: desear o morir.