Una señora en un pozo, una luz pálida, un diván, un tipo atropellado por la propia cosecha de su destino, citalopram y prozac, el sopor de una pareja gris sobre el reflejo de una pantalla de televisión que emite en bucle una serie de Netflix, la soledad de muchos en la virtualidad de las redes sociales… Nunca hemos vivida tan solos y buscamos ayuda.
El pensamiento positivo lo invade todo, como una dictadura o un veneno. Una cita en un muro de Facebook, la típica taza de Mr. Wonderfull, los memes de Paulo Coelho, un coach, un manual de autoayuda… ¿Sólo con nuestra mente podemos cambiar nuestra vida? Me pregunto en este interludio semanal y sostengo que no, que no solo, al menos.
Me documento. Chequeo vídeos en Youtube. Veo a supuestos líderes de opinión, personas de éxito frente a su propio personaje, charlas motivacionales y grandes decorados. “La clave de no tener éxito, y yo mismo me di cuenta, está aquí, en el cerebro”, dice uno; “si queremos solucionar algo lo primero que tenemos que hacer es utilizar palabras emotivas”, añade otra; “piensa en ello y conseguirás ser rico”, dice el último; y yo, desde esta columna trasnochada, me estremezco.
¿Podemos autoayudarnos, de verdad podemos? Hace tiempo, una amiga me regaló uno de esos manuales de autoayuda -evitaré nombres y títulos por lo de la marca personal, también diré que lo hizo con la mejor intención y lo valoro-. Era un librito con frases cortas, elocuentes, deliciosas y efectistas y me pareció un maravilloso ejercicio de idealismo ingenuo, un pastiche de consejos vacuos, la nada.
Seamos claros: el pensamiento positivo tiene un lado perverso. Esa manera de pensar, en positivo, tan guay, tan Mr. Wonderfull, lo único que hace es desactivar el pensamiento crítico. El pensamiento crítico es el único, y la historia lo demuestra, capaz de transformar la realidad. Frente a las ideas vacías, la acción medida, pensada, ejecutada (y si esa acción es bondadosa, top).
“El éxito se puede conseguir con solo desearlo”, “recuerda porque empezaste”, “da siempre lo mejor de ti”, “si el plan no funciona cambia el plan, pero no la meta”, “tú puedes sanar tu cuerpo”… Leo y releo frases motivacionales para preparar este post, frases que dicen poco o, en el peor de los casos, dan miedo. Terror cuando, y no exagero, alguien habla de curar un cáncer pensando en positivo.
No se trata tanto de reprogramar la mente, que también, una actitud positiva siempre beneficia, sino de además actuar, salir ahí fuera, relacionándote proactivamente con el mundo, aprender de las experiencias, perder, ganar, perder… Por cierto, normalmente, casi siempre perdemos. En una competición, solo gana uno, los demás de forma automática, pierden, o sea perdemos.
Vivir no es solo pensar, es actuar y equivocarse. Necesitamos las malas rachas para completarnos, como el silencio necesita del ruido, o se necesitan los espacios en blanco entre las viñetas de los cómics. Sin frustración no hay cambio, ni progreso, ni siquiera felicidad. Sobre todo, son las experiencias las que nos definen, las que nos alteran, las que nos mejoran.
Tenemos que ser felices o, por lo menos, intentarlo, parecerlo. En esta época de selfies y stories, la felicidad constante se ha convertido en una especie de obligación, en una dictadura, en un veneno… Se vende la felicidad en forma de medicamentos y libros de autoayuda. Nos venden frases que repetimos, una y otra vez, y dejamos al margen el sentimiento crítico, la acción, la conversación… Maldito Mr. Wonderfull, maldita libros de autoayuda, escribo contra Paulo Coelho y su parodia. Tenemos que ser felices, amigos, o al menos aparentarlo.