A veces, los valientes hacen que lo imposible parezca posible. A veces confundimos la valentía con la temeridad. Solemos fracasar en el intento: o somos cobardes, o débiles. Jordi Évole fue valiente a la hora de asumir un riesgo, que era un programa de tele dentro de muchos programas de tele, y lo consiguió. Enhorabuena, desde esta orilla.
Hace unos días Jordi Évole anunciaba que dejaba “Salvados”. El periodista detalló en su despedida que “dejaba el espacio de su vida tras once años para emprender nuevos proyectos”, y añadía «es el momento de dar un relevo». «Se ha cerrada un círculo. Me voy a reinventar», concluyó.
11 años, 294 programas, casi dos décadas en antena, una galería de formas, un edificio de titulares, un montón de espejos rotos, un programa como un acontecimiento social, una joya, un diamante azul, ahora que se lleva el fast food y el insulto, un tiempo de tele semanal, necesario, reposado, imprescindible… Se cierra el círculo.
El periodismo, el buen periodismo, va de contar historias. Nada más. Contar historias y, justo después, quizás, no necesariamente, agitar conciencias, enseñar otras realidades, mover los muebles… Pero, sobre todo, la cosa va de historias. “Salvados” nos contó historias de palacios y de barrios, nos contó los márgenes y las cloacas, historias de gente normal y gente excepcional. La cosa va de eso.
Salvados es un juego de muñecas rusas, una docena de formatos dentro de un mismo programa: entrevistas, debate, reportaje, periodismo de investigación… Un programa de géneros y de historias, un programa como un conversatorio,, que diría Gabo García Márquez. Jugar con tantos géneros a lo vez y hacerlo con mesura y dignidad, a veces con humor, es muy difícil y, desde luego, un ejemplo.
A Jordi Évole le conocimos desde la grada del público del Late- Show de Andreu Buenfuente. Hacía de un personaje que se quejaba, el folllonero. De alguna manera, ya despertaba conciencias. Évole ha ido creciendo y madurando con los años. Del canalleo de Salvados por la Campaña, a cierto populismo altilocuente hasta la entrevista fina y sosegada.
¿Hagamos un juego? Para el recuerdo entrevistas con el Papa Francisco, Maduro, Otegui, aquel programa de los refugiados sobre la cubierta del barco de Open Arms, el 1-O, Rivera e Iglesias, la depresión, y el Metro de Valencia, y las industrias cárnicas, y la Operación Palace, y el etarra arrepentido, y García y De la Morena. ¿A que todos, amigos lectores, se acuerdan de casi todos los programas o, al menos, les suena? «La hemeroteca de nuestra memoria», dijo alguien en casa.
Ahora, Jordi Évole se despide volviendo al origen, donde empezó todo, en su barrio, en Cornellá. Una mujer, que podría ser la madre o la abuela de cualquiera, una mujer en un banco. Una vecina de Cornellà que confiesa algo que nunca le había dicho a nadie: el gran desengaño que sufrió con su marido, del que llevaba enamorada desde los 16 años. «No echo de menos a mi marido, me despreciaba mucho. Si le besaba, me empujaba». Otra historia, la penul de Jordi. Touché.
Un programa sin imposturas, estético, estático, un rara avis, un programa de arte y ensayo, lleno de vida e historias, una hemeroteca de nuestra memoria, un capítulo de la historia que ahora recoge Gonzo, al que deseamos suerte y valentía para seguir con el legado de Salvados.
Atribuyeron a Horacio, la cita “habent sua fata libelli”, que en verdad es de Terenciano Mauro y que se podría traducir como que “los libros tienen su propio destino”. De la misma manera cada relato, las personas, nosotros, los programas de la tele, todos tenemos nuestro propio destino. También “Salvados”.