Estoy en casa, poniendo en orden el escritorio del PC, tomando un café con leche de soja, sabor vainilla, y dos rocas de hielo, esperando que llegue… Son las 6.35 de la mañana pero no llega.
Recuerdo los años en Madrid, cuando todo era más rápido y gris, cuando era la ciudad de los agujas y el insominio, 103.9, saludando a los taxistas, “buenas tardes, desde su emiosra fiel…”, y un espejo al final del pasillo; recuerdo un aterrizar en el aeropuerto de México DF, que es como aterrizar en las entrañas de un gran pez muerto, cuyas branquias se desparraman hasta el infinito como las cuerdas rotas de un violonchelo; rememoro El Planeta de los Simios y ese futuro, en el que los monos se fotografían y posan, orgullosos, ante sus trofeos, que son hombres y mujeres, caídos, humillados, inocuos… “Un mundo al revés”, pienso. No, no llega.
El folio en blanco, este Word como una estepa siberiana, siempre es un vértigo semanal, la caída precipitada por una larga chorraera cuya profundidad desconoces, algo así como el acelerado pulso que sientes cuando circulas por una carretera y de repente te das cuenta de que vas en sentido contrario: nada lo llena -el vacío lleno de vacío-, buscas en décimas de segundo tus posibles fallos, piensas, vuelvas sobre este maldito folio en blanco, esta estepa, ahí hay uno, otro fallo, PÁNICO [… o el coche que acelera contra tus faros, y entonces das un volantazo, y no sabes a qué escenario te conducirá ese siguiente fallo, si a una nueva idea o a dos metros bajo tierra…]
Chequeo mi trabajo. Google Analytics me informa de que ya estamos en 6.67 %, y subiendo, y que la visualización de pantallas ya ha subido hasta el 7.02 %. Me pasan nuevos datos de visualizaciones sobre entrevistas vividas al límite, entrevistas en carne viva Son buenos datos, sonrío en silencio… Likes, aplausos, gente que te reconoce por la calle. Vamos bien, ¿vamos bien?, me digo, no sé pero podemos ir mejor. Han pasado varias horas, y no llega.
Suena Micah P. Hinson. Siempre me pongo a Micah P. Hinson para inspirarme pero casi nunca lo consigo. Micah P. Hinson me pone triste. Me gusta la música que me pone triste, que me emociona. Lo dejo.
Mi amigo Alberto, que se ha marchado a vivir a Dallas, USA, me pide que firme en una página de Greenpeace: “El Ártico se derrite. Salvemos el Ártico”. El hielo del Ártico, del que todos dependemos, está desapareciendo, y lo está haciendo rápido. Al parecer, en los últimos 30 años hemos perdido tres cuartas partes de hielo flotante de la cima de la tierra. Firmo y, después, llamo a Dallas. Allí son las 16.58.
Reviso mi agenda. Mañana después de la radio, tengo una reunión, comeré fuera, veré a algún amigo después y haré el programa de la tele… No, mejor tiraré unos tiros a canasta, compraré acciones, escribiré mis olvidos. Pienso en abdicaciones, elecciones, canciones tristes, crisis, estrenos, victorias, parrillas de televisión… No llega, hoy no es el día, quizás no haya más días.
A veces, emborrono folios con cosas que me pasan, pasaron, pasarán… Ideas que llegan de no se sabe dónde y se unifican con un todo. Sostengo que para escribir unas buenas memorias hace falta tener mucha invención y olvido. Pienso que la inspiración que deviene con mayor precisión de los recuerdos desenfocados, perdidos y reinventados, antes que de la fiel realidad. Ahora sabemos que los recuerdos son casi todos una gran mentira; mejor dicho, son recuerdos inventados, construidos a posteriori, fingidos…
Otro amigo, que mantendré en el anonimato, me manda un whatsapp urgente: “me separo de C., no aguanto más”, y pienso que la porcelana rota dura más tiempo que la porcelana intacta. Mientras tanto sigo esperando, y no llega, ni llegará. No, hoy no.