En el ojo de un huracán hay un silencio y una calma sospechosa. Rosalía está en medio del ojo de un huracán. Un huracán en el que sobrevuelan contratos, piropos, stories de Instagram, fechas, viajes, conciertos, portadas, letras de canciones, críticas, habitaciones de hotel… Rosalía está ahí, mientas el resto del mundo gira, la mira y la admira.
Una semana con Rosalía. Me propongo un ejercicio periodístico, obsesivo, científico… Una semana con Rosalía: durante una semana escucho su música, veo conciertos, sus actuaciones en los Premios 40 y MTV, en Youtube, entrevistas, leo mucho sobre ella, navego en sus redes, me pierdo, me enredo en ellas… Intento entender el último gran fenómeno de la música.
Advierto que soy bastante descreído y crítico con la unanimidad. La unanimidad puede ser la peor tiranía. Rosalía lleva tras de sí una unanimidad total. Hablo en la tele, en la radio, con amigos, invitados, en casa, con mi hija, Alex, sobre Rosalía. Desde los más jóvenes hasta los mayores, todos, caen de rodillas ante el embrujo, magnetismo, la mirada, su relato…
Rosalía en un terreno encapsulado, en una calle vacía de un polígono industrial. Recuerdo a Luis García Montero, cuando decía aquello: “Bajo una lluvia fría de polígono,/ con un cielo drogado de tormenta/ y nubes de extrarradio”. Un fenómeno extraño, exótico, distinto, único…. Rosalía en las pantallas de Times Square, en NYC. Malamente.
Lo importante, su música. Escucho su último disco, El Mal Querer, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, durante esta semana, y apunto palabras e ideas en mi cuaderno: artístico, mainstring, relación tóxica, samplers, palos de flamenco lisérgicos, una especie de tierra cultivable enterrada en decenas de capas e ideas, bombos, cajas, electrónica downtempo, silencio y tensión, sospecha, celos, liturgia, catarsis, éxtasis y relato, mucho relato.
Pregunto a mis amigos, a mis invitados. Todo el mundo me habla de Rosalía. Manuel Azuaga sostiene que “ha logrado romper el modelo mismo de la industria musical como pocas veces sucede”, y añade “que experimenta con sonoridades venidas del trap, de la electrónica, y que no deja de hacernos guiños urbanos, con esos rugidos de motor, de cuchillos y joyas”. Hablo con un millenial: mi querido Tito Rafa, y sentencia: “Rosalía es arte” y me hacer ver que los jóvenes son más que un cliché. Miguel Ángel Sicilia, médico jubilado, me asegura que “le gusta mucho” y sonríe orgulloso. Todos en el mismo barco.
Rosalía saliendo de una caja, ardiendo como Beyonce sobre una pasarela, en los MTV Award, con Dua Lipa… No recuerdo nada parecido. La veo con Jools Holland en la BBC. La nueva unanimidad, la unanimidad global, en todas las redes, en todos los sitios, en todas las pantallas, en el mismo barco… Rosalía sonando en las radios de México DF y Bombay.
Vuelvo a su música. Su último disco me resulta aire fresco, impecable y recomendable. Un proyecto ambicioso, bien hilado, justificado, como un círculo vicioso. Jugamos con amigos a quedarnos con un tema. Yo me quedo con Bagdag: una canción extravagante, lisérgica, con el sampleo de Cry me a River, de Justin Timberlake, y con L’Orfeó Catalá, perfectamente integrado todo. Me pregunto cuándo sonará esta canción, Bagdag, en la radio fórmulas y cómo nos estallarán las cabezas. ¿Qué pasará?
Rosalía es un big bang estallando. Todo el mundo habla de ella. Rosalía, en medio del ojo de un huracán. No recuerdo nada parecido. La unanimidad global, sobrevolando las críticas. Lo tiene todo, música celestial que llama a las puertas del cielo y un marketing sublime. Rosalía, bajo una fría lluvia de polígono o en Times Square. Mucha suerte, niña.