Mark Zuckerbeg rodeado de estadistas, mirando números, gráficas, iconos, emojis…, calculando el momento exacto para saltar a la arena política, al circo romano. Uno le dice: “ahora, ya, no tardes”; otro le insinúa; “mejor en 2020, punto de no retorno, con 36 años, joven y preparado”; uno más argumenta que es “un deber cívico”. Al fondo, una analista, una mujer con un gesto atractivo y descreído, niega con la cabeza y piensa en un monstruo cíclope que lo maneja todo.
En estos tiempos líquidos, de postverdad y escaparate, que Marck Zuckerbeg pueda ser candidato a la presidencia de los Estados Unidos de América, ya no resulta sorprendente. Puede resultar normal, lógico, incluso algunos pensarán que es una boutade. Tras Ronald Reagan y Donald Trump, actor de época y millonario excéntrico, tras la saga Bush…, América es un país en el que cualquier cosa puede pasar y, por lo general, pasa.
Mark Zuckerberg es, para los no iniciados, es un programador y empresario estadounidense, conocido por ser el fundador de Facebook, y el personaje más joven que aparece en la lista de multimillonarios de la revista Forbes, con una fortuna valorada en $ 73,200 millones de dólares, clasificándose como la quinta persona más rica del mundo. El protagonista de esta columna es, sin duda, uno de los tipos más influyentes de nuestros tiempos y espacios.
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Pero que el CEO de Facebook sea presidente de los EE.UU tiene sombras que ya están siendo analizadas por muchos. Uno de sus agujeros negros es la influencia que ha tenido Facebook en las pasadas elecciones. La postverdad, como arma arrojadiza, es un boomerang capaz de sesgar muchas cabezas, la de Mark la primera. Para bien o para mal, todos sus críticos le acusaran de utilizar Facebook en su beneficio.
Son demasiados datos sobre demasiadas audiencias, demasiadas oportunidades de promocionar, demasiadas noticias en sus blancas y finas manos de cirujanos, demasiadas fábricas de hielo de fakenews a su alrededor escupiendo mentiras, demasiada influencia total… Tanto si hace uso de todo su poder, como si no, esa influencia puede resultar una losa mortal.
Zuckerberg tachando en una pizarrra gigante todos sus desafíos: 2009, aprender a hacer el nudo de la corbata y usar corbata todos los días, tachado; 2010, aprender chino mandarín, hablado y escrito, tachado; 2015, leer un libro cada dos semanas: Origen, Crimen y Castigo, Harry Potter, Aullido y otros poemas…, tachado; 2018, arreglar Facebook, en curso.
Surge en este debate una pregunta dorada: ¿es ético, incluso legítimo, que una persona que controla Facebook, Instagram, WhatsApp, Oculus Rift…, que controla una ingente cantidad de valiosa información de todos nosotros, pueda ser el presidente del país con mayor influencia del mundo? La respuesta es un acto individual pero el precedente de Donald Trump balancea muchas opiniones. Si Trump lo ha hecho, por qué no Zuckerberg.
Zuckerberg como un emperador romano, como Augusto, Marco Aurelio o Constantino, altivo en su escaño del circo, aplaudido, decidiendo quién sí y quién no muere, comiendo uvas y bebiendo vino, riendo discretamente, señalando con su dedo pulgar, arriba o abajo, como un Like de Facebook…, ¿Cómo serán las siguientes décadas de nuestro planeta? Distopía: Alea iacta est.