Una isla con un volcán. Un volcán que es una antena de comunicaciones. Una antena de comunicaciones que conecta toda la isla, y a esta isla con todas las islas del archipiélago y más allá; y esta antena que es un volcán conecta con el continente más cercano, y así, a través de repetidores y de ondas concéntricas, conectándose con todo el mundo.
Tenerife es una isla y, a la vez, un continente. Lo tiene todo: desiertos mostaza y lunares, bosques de araucarias, playas negras, ciudades big-bang que se replicaron en América, climas, exilios, repetidores, hoteles que son sueños cumplidos y sueños cumplidos que sobrevuelan la isla dentro de aviones que llegan desde todos los lugares del mundo: un volcán, una salida de emergencia, una promesa, un balcón, un mensaje…
El volcán manda señales de todo tipo, señales que son códigos y sentencias. En ocasiones, esos códigos son descifrables. Otras veces, no. Entre los mensajes que pude descodificar, al azar, sin querer, instalados en un hotel en el Valle de la Orotava, con unas vistas fantásticas del volcán, sobre bíblicos desayunos, figuran: gol, amor, Ikea, avalancha, política, procesador, Nivea, rimbombante, Dios, lapicero y una frase, que me sorprendió por lo inquietante: “no te fíes ni de tu padre”.
Tenerife es hija de los volcanes y de los ríos de lava, brazos de fuego que rodearon la tierra sobre riscos y atalayas, empujando al mar -“hacia atrás”, gritaban las llamaradas de piedra-, forjando la isla-continente como un artesano con el barro, como un Guanche frente a la Tara, hija de un monstruo ciego y torpe que oscureció la arena de las playas hasta hacerlas de noche.
Una de esas noches observando el eclipse lunar, que convirtió la luna en una bola de fuego, un tipo llamado Chris, llegado desde Oslo, nos contó que la antena de comunicaciones, que es el volcán, repito, producía una interferencia sonora, una especie de masa imperceptible para la mayoría. Al parecer, solo algunos podían sentir ese ultrasonido y, sin saberlo, sufrían leves dolores de cabeza, mareos e insomnio. También nos contó que solo escuchaba la música con un auricular y que, de esta manera, reinventaba los discos.
Viajamos por Tenerife buscando cosas que nos habíamos dejado en otros viajes por esta isla y encontramos nuevas sensaciones, objetos, mensajes… Tenerife que he visitado siendo hijo, amante, amigo, padre, hasta en seis ocasiones, siempre me regala algo fantástico. Rincón del Atlántico, salida de emergencia, parada solicitada, olas del mar, voces, besos… Viajamos hasta el límite, hasta asomarnos al abismo de la historia, como verdaderos astronautas del tiempo, y en balcones de madera cerrados con ventanales de guillotina conseguimos, de forma cristalina, escuchar al volcán, que es una antena de comunicaciones.
La noche del eclipse, aquel desconocido llegado desde Oslo, llamado Chris, nos contó que en su cerebro mezclaba el ultrasonido del volcán, que le entraba por el oído izquierdo, con la música de sus discos favoritos que escuchaba, con un solo auricular, por el oído derecho. Nos habló de The Black Keys, Tame Impala y Spoon, de sus bandas favoritas, y nos dijo que mezclaba sus músicas con los sonidos indescifrables de la torre de comunicaciones. Nos repitió una frase que era un verso de un tema de Tame Impala: Oh, the less I know the better (cuanto menos sepa, mejor).
Tenerife es una isla nacida del mar, la tierra y el fuego, y de esa unión nació un volcán que es una antena de comunicaciones. Una antena de comunicaciones que conecta con todo el mundo. El caso es que desde aquel abismo, que era un balcón, pudimos escuchar nítidamente un mensaje que jamás olvidaremos: SOÑÉ QUE SE DESPEJABA.
Un volcán, una salida de emergencia, una antena, una promesa, un balcón, un mensaje… Tan solo eso: una isla.