Iberreko Errota significa en euskera “la Casa del Molino”. Es el nombre que le ha puesto Lucía a un coqueto caserío en Muxica, muy cerca de Guernika, en el corazón del Parque Natural de Urdaibai, Vizcaya. Aquí nos alojamos durante estos días.
Cuando viajo me gusta metabolizar lo vivido por escrito, o en vídeo, si no lo hago es como si no lo hubiera vivido. Sigo con mi diario, y sigo haciendo vídeos. País Vasco (Euskadi, me da igual escribirlo de una manera u otra) me ha vuelto a causar una honda impresión que me durará mucho tiempo: sus frondosos bosques allí donde mires, su mar endemoniado y preciso como un reloj, sus puertos pesqueros serenos, coloridos, sus bellas ciudades y pueblos, su riqueza…
Sin embargo, frente al viaje, me asombran más las gentes que las cosas. La arbitrariedad compleja de cada persona, las caras surcadas de vida en arrugas, los gestos automáticos, la resignación, el ensimismamiento de los humanos… Eso, mucho más que los grandes puntos de interés turístico, me interesa y me alienta. Por ejemplo, los rostros de las personas que formaban ayer la larga fila del Guggenhein (turistas de manual, la mayoría) para entrar a ver la exposición de Basquiat, me evocan mil veces más que toda la obra de Basquiat.
El Guggenhein de titanio y cristal, anclado en la Ría, Bilbao, Guernika, su árbol y la Casa de Juntas, la playa de la Concha y Mundaka, el puerto de Bermeo, Altos Hornos, saltar a Francia y desayunar en Saint-Jean-de-Luz, la sorpresa medieval de Vitoria-Gasteiz, Hendaya y Hondarribia, comer pintxos en la Parte Vieja, hablar con las gentes, conocer a Jon Izaguirre y a Bego Korta, a Lucía…, todo lo que nos está pasando aquí está siendo enriquecedor, energético, saludable. En fin, ya digo, una honda impresión.
En los viajes, eso sí, juega mucho la proyección imaginaria. Siempre me atrajo el País Vasco, las Vascongadas como decía mi primer mapa del cole. Cuando era un niño, le oí explicar a un argentino amigo de la familia, que en Lemona había conocido a Luciano Juriasti Mendizabal, más conocido como Atano II, el mejor pelotari de la historia. Vivencias, recuerdos, nostalgia de lo no vivido. Aquel misterio vasco, que ya no es tal, venía asociado a tantas cosas (el Athletic, el viejo Atocha, los aizcolaris, Urtain, Perunena, el cromo del 83 de Urkiaga…)
En el año 2001, ya estuvimos por aquí. Pero Euskadi ha cambiado mucho con el fin de la violencia absurda e inútil de ETA. Aquel País Vasco estaba manchado de kale borroka y grafitis, de odio. A éste se le ve tranquilo, esperanzado, alegre… Gran cambio en poco tiempo. Coincidimos con la Semana Grande de San Sebastián y, como dice la canción, “lo pasamos en grande”.
Eso sí, un pero: me abruma, me aburre pero lo respeto, la excesiva necesidad de algunas gentes de identificarse como vascos. Tanta ikurriña, tanta pancarta… Pero me pasa igual con los yanquis, o con la gran bandera de España en Colón, Madrid. Toda esa frondosidad de fervores nacionales. Nunca he participado de ese sentir. Uno es poco adicto a los ideales colectivos. A Borges le extasiaba que los irlandeses viviesen arrebatados por “la pasión de ser incesantemente irlandeses”. Por una vez, estaré en contra de Borges.
Hablamos con Lucía, la dueña de Iberreko Errota, a la caída de la tarde, a los pies de su caserío, tomando chacolí y bonito en salsa. Hablamos de la historia de los pueblos, de los paisajes, de los viajes, de lo iguales que somos, de nosotros, de ella, de su vida…, y acaba sentenciando, con ese acento de yunque de Bizkaia, que “la vida es una putada”. Silencio y, luego, media sonrisa. Como dije en el último post, mientras unos se suicidan, otros bromean. Todo es complejo, también aquí, o aquí más, ¿quién sabe?
Ahora toca volver a casa, fatigado y resacoso, sobre un fondo de serenidad alborozada y mucha felicidad acumulada durante este viaje (uno de los mejores viajes de los últimos tiempos). Volver a Málaga. Va ser muy distinto porque, en verdad, todo es muy distinto.