Balas hebreas que bailan y silban desde la frontera, balas que vuelan por el cielo cargado de Gaza hasta impactar en las pieles palestinas, rasgando los tejidos, penetrando en la carne, deshaciéndose como un terrón de azúcar en agua; certeros francotiradores con balas lamidas de uranio, o balas explosivas, dicen, balas más letales aún que las de siempre; y un mismo patrón: orificio normal de entrada, graves daños internos y un gran desgarro de salida; balas del calibre 250, balas mágicas aseguran en el mismo Hospital de Shifa, balas con la fuerza atroz de un cañón, balas que matan a cientos de personas y hieren a miles mientras de fondo suena “Toy”, la festivalera canción de Netta Barzilai, y Europa baila despreocupado.
Un portavoz de las Fuerzas Armadas de Israel lee un documento que le han hecho llegar desde el despacho de al lado. Junto al militar, un soldado raso espera respuesta. En el documento, algunos medios de comunicación internaciones y agencias de noticias cuestionan los medios de su ejército con el único objeto de que aclaren el tipo de munición utilizado en las protestas de Gaza. Tras leer el documento, espera unos segundos mira la pantalla de su ordenador: el azul profundo, las nubes informes y el verde estridente de las colinas del Valle de Napa, al norte de California, ese mismo paisaje que Microsoft eligió para convertirse en el fondo de pantalla de Windows de millones de personas en todo el mundo. Mira la imagen y piensa en que tiene que recoger a los niños a las 16 horas, cuando salgan de clase, para ir a natación…, y no habla. Después hace un gesto rápido, expeditivo y dice en inglés argentino: no hay respuesta.
El cirujano Hiab Shorer quiso puntualizar en el hospital de Shifa que los graves daños internos causados por los disparos pueden deberse al denominado “efecto de vacío” producido por balas de gran calibre. “Efecto vacío”, dice y baja la cabeza y, en el fondo, está pensando que todo lo que hace es poco, que está muy lejos del sitio que le gustaría estar, que han operado a más de 200 pacientes en unos días, sin medios, con cortes de luz, sin medicinas… Pensando que, afortunadamente, hoy no ha tenido que realizar ninguna amputación.
Veo las noticias mientras preparamos algo de cenar. En casa, reina un estado agradable de final de jornada. Aún es de día en esta primavera eterna de Málaga. El presentador de las noticias confirma que “una tercera parte de los 1.400 heridos registrados presentaban daños con orificio de bala”, y añade: “Israel asegura que 10 de los 17 palestinos abatidos a tiros intentaron atacar la valla fronteriza y eran activistas de Hamás”. Entonces me viene a la cabeza aquella frase de Enrique Vila-Matas que decía: “no quiere cambiar el mundo sino aceptarlo tal cual es, comprenderlo (comprender que no hay nada que comprender)”.
En el Despacho Oval, la oficina oficial del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump frunce el ceño y piensa en el siguiente tweet que desestabilice el imposible equilibrio del mundo. Se dice que la cara es el espejo del alma; algunos sostienen que, que la cara es el alma propiamente dicha.
El pasado lunes, Mohamed Afna, de 20 años, no tenía nada que hacer y acudió junto a otro amigo a la protesta de la frontera con Israel. Tras los primeros escarceos típicos, a unos 200 metros de la valla de separación, intentó ayudar a una mujer que yacía malherida. Intentó, digo, junto a otros hombres evacuar a aquella mujer que gritaba muda. No pudo. De pronto, una lluvia torrencial de balas explosivas, mágicas, letales, lamidas por uranio, dicen que del calibre 250, se desparramó sobre ellos. Mohamed tiene las dos piernas rotas por sendos tiros que penetraron en su cuerpo debajo de la rodilla. Al verle la cara, su cara de 20 años, se refleja su alma, y parece que ya no queda nada.
(«Esperanza, araña negra del atardecer», es el inicio del poema de Ángel González que adjunto con su voz en el siguiente enlace—————————–)
https://palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz.php&wid=1002&t=Esperanza&p=Angel+Gonz%E1lez&o=%C1ngel+Gonz%E1lez