La condena dictada por la Audiencia Provincial de Navarra a los cinco miembros de La Manada, con penas de nueve años por un delito continuado de abuso sexual, han indignado a gran parte de la sociedad española e internacional. Según la sentencia “no hubo intimidación y no hubo violencia”. Si cinco hombres que arrinconan a una chica en un portal no es un acto agresivo, pregunto: ¿no falla algo en el Código Penal? La diferencia entre abuso sexual y violación no puede depender de cuánto grites y de cómo te resistas.
Hace años, cuando empezaba a elevarse, tímidamente aún en nuestro país, la ola del feminismo una amiga me preguntó: “¿Tú has tenido miedo alguna vez volviendo a casa? Le contesté que “no, claro”, y ella sentenció: “yo siempre”. Los chicos jamás nos habíamos planteado algo así. Sencillamente, ese extremo no existía. ¿Miedo? Yo ahora tengo miedo por mis hijas, por ejemplo, por mi mujer, por mis amigas, por cualquiera de todas vosotras…, y me parece tan injusto, tan extraño, tener un miedo tan real, tan jodido.
La sentencia de La Manada nos condena a todos pero, por encima de todos, a todas. Confirma que las mujeres siguen siendo de segunda, sin poder ser libres, que no pueden volver a casa en paz, que no pueden caminar por las calles libremente, que se seguirá juzgando cómo van vestidas, si han bebido, cómo hablan, si han seducido hasta un límite… Es una sentencia dictada por jueces machistas que define a una justicia machista, una sentencia que continúa con una legislación marcada por el mohoso patriarcado y contra la que hay que protestar porque en la igualdad de todos nos va el presente y el futuro.
Hablamos de límites en una tertulia improvisada. La legislación sueca, por ejemplo, ya que hablamos de límites. El sexo no consentido es, sin duda, punible en Suecia. El principio «no es no» ya no es se ha quedado corto, antiguo, insuficiente, los suecos prefieren el «sólo el sí quiere decir sí». Allí, en Suecia se analizó incluso la posibilidad de darle otro nombre al delito de violación –Våldtäkt en sueco, que contiene en su raíz la palabra violencia–, y Estocolmo optó finalmente por mantener el concepto pero modificar su significado: «sexo sin consentimiento». Ya no es suficiente el “no es no”, ya estamos en una nueva pantalla: sólo el sí quiere decir sí.
El sexo debe ser voluntario y si no es voluntario, es ilegal. Basta ya de impunidad, de sentencias indignantes y de togas desaforados en su particular jolgorio. Según el magistrado Ricardo González, “las expresiones de la víctima, los sonidos y sus actitudes no dejan claro que no estuviera consintiendo”. Lo siento pero no. Respeto sí pero no comparto ni acepto. Esta no es la justicia que quiero para mi país, ni los jueces, ni el modelo.
La sociedad está pidiendo a gritos, desde hace tiempo, cambios profundos. El pasado 8-M, las mujeres dieron un paso al frente definitivo y pertinente. La sentencia de La Manada ha vuelto a sacar a las mujeres, y cada vez a más hombres, a la calle. Existe, digamos, un ideal de justicia que no se acompaña de una respuesta normativa práctica y que está muy lejos de la sociedad española. Mujeres del siglo XXI contra jueces del XIX. ¿Apostamos quién va a ganar? Se lo digo yo: ellas.
Por todo, los grupos políticos deberían reclamar ya al Tribunal Constitucional que invoque la necesidad urgente de modificar el Código Penal. La sociedad española, por su parte, o sea todos nosotros, hombres y mujeres, debemos seguir denunciando los sofocantes casos machistas, que tenemos automatizados, hasta superar todos los miedos y todas las injusticias. La educación debe trabajar en fomentar una igualdad real entre hombres y mujeres desde la infancia y con los más jóvenes.
Por último, a las víctimas, a la víctima, a pesar del mensaje preocupante que denota la sentencia, me gustaría decirle que no está sola, que no lo van a estar, que cada vez somos más, más mujeres y más hombres, y que no vamos a permitir más injusticias. Estamos con vosotras y siempre vamos a estar ahí. Sólo vuestro sí quiere decir sí.